viernes, 2 de diciembre de 2011

Destello

   La cada vez más peluda búsqueda de las habichuelas de la supervivencia me tiene batallando en los frentes más insospechados, créanme. Aún así, tuve ocasión el otro día de asistir en directo –vía streaming– al XII Ateneo "Los Métodos de la Bioética" organizado en La Coruña por la Fundación Ciencias de la Salud. Debido a mi interés en la Ética, todo el evento me resultó alimenticio –magnífica la Dra. Feito–, pero mientras escuchaba la ponencia de uno de los organizadores, el Dr. Diego Gracia, no pude evitar acordarme de todos aquellos que buscan orientación para iniciar cambios efectivos en este mundo alborotado, confuso e inquietante en el que vivimos; así que me he escapado un momento para venir a compartirla aquí con ustedes. Espero que les resulte tan nutritiva y reconfortante como a mí...


lunes, 21 de noviembre de 2011

Parábola del día después

   Está saliendo el sol y las luces de las farolas van perdiendo protagonismo. Ya se ve la luz roja del poste del metro. Lleva los brazos cruzados sobre el pecho, sujetándose las solapas del viejo chaquetón; menos mal que se ha puesto leotardos... Bajo un codo, sujeta un libro que le ha dejado una amiga y ya le falta poco para acabarlo. Colgada del otro, la bolsa de plástico con el bocadillo, la magdalena y el plátano que serán su comida de hoy golpea contra su cadera al ritmo de sus pasos. Cada vez que tiene que dejar al niño en casa de la vecina, tan pronto, se le hace un nudo en el estómago al que –está convencida– no podrá acostumbrase nunca. Repasa mentalmente el recorrido de paradas de metro hasta cada uno de los cuatro destinos donde la esperan dos o tres horas en cada sitio haciendo la limpieza y las tareas del hogar de otros.

   Frente a la entrada del metro, en el quiosco acaban de ordenar las pilas de periódicos del día. Dos hombres hojean sus diarios e intercambian impresiones con una intensidad chocante cuando ni siquiera el sol ha terminado de salir. Palabras entrecortadas le llegan hasta los oídos al pasar; no sé qué de que si han ganado, de que si han perdido... Siempre están igual. A veces no sabe si hablan de fútbol, de política o de qué...

   Baja las escaleras del metro y agradece la sensación del aire caliente y espeso que flota en el mundo subterráneo. Apresura un poco el paso para cruzar las puertas de la taquilla casi pegada a las espaldas de un señor que ni siquiera se da cuenta. A estas horas no hay revisores. Recorre el andén y consulta una vez más el mapa de paradas. Llega el tren, retumbando con estridencia. Hay asientos de sobra; se sienta, y a su lado se acomoda un muchacho arrebujado en una cazadora que debe de ser de la misma temporada que su chaquetón, manos en los bolsillos, bocadillo bajo la axila, con cara adormecida y que trata de despertarse con el volumen de los cascos demasiado alto. Hasta puede reconocer lo que va escuchando. Le encanta esa canción; se deja invadir por el soniquete, recuenta una vez más las paradas que le faltan hasta llegar a su destino y entrecierra los ojos... Con un poco de suerte, estará de vuelta antes de las nueve y podrá asistir a la reunión para lo del pueblo abandonado... Empezar de nuevo... aunque sólo sea por los niños...

lunes, 14 de noviembre de 2011

La primera piedra

   Tras mi anterior entrada, entenderán ustedes que eso de tomar distancia y perspectiva tenga sus consecuencias. Dispuesto a afrontarlas, voy al grano y sin rodeos:
   La argamasa que sostiene la estructura piramidal de nuestras sociedades es, en esencia, el miedo, en dos de sus formas fundamentales: el miedo a la fuerza y el miedo que se deriva de la ignorancia. Los esclavos, el estrato más bajo de la pirámide –es decir, la mayoría de ustedes y yo–, en el caso de reconocer su condición y plantearse un cambio estructural de la ancestral construcción piramidal –téngase en cuenta que la inmensa mayoría de población esclava asume con alegría su esclavitud mientras los tengan bien cuidados–, tienen dos opciones: usar la fuerza contra el pilar de la fuerza o usar la cabeza contra el pilar de la ignorancia. Lo primero ya se ha probado, siempre con el mismo resultado: baño de sangre –sangre esclava, en su mayor proporción–, estructura piramidal intacta. Queda probar lo segundo, que es mucho menos épico y requiere de más paciencia. Para los que pretendan esta segunda opción dejo aquí este escrito, para empezar. A estas alturas, el que quiera atender que atienda y el que no, pues tan amigos.

Ilustración de "Pistacchio"
"Entre las múltiples y variadas formas adoptadas por la materia viva, explorar el entorno, el medio ambiente, aunque arriesgado, siempre se ha revelado como una buena estrategia de supervivencia. Poder moverse y curiosear por los alrededores aumenta considerablemente las posibilidades de cubrir dos de las necesidades más importantes: alimento y seguridad frente a posibles amenazas. Es por eso por lo que muchas formas de vida se han tomado muchísimas molestias en su proceso evolutivo para desarrollar órganos sensoriales, sentidos, cada vez más complicados y afinados, que les permitan recibir una mayor variedad de mensajes del entorno, al tiempo que un sistema nervioso no menos complicado que les permita interpretar y almacenar toda esa información recogida por sus sentidos.

   Desde luego, no todos los seres vivos presentan el mismo interés por la exploración; no hay más que observar a lo que dedica su tiempo libre una ostra, por poner un ejemplo... El impulso por explorar, la curiosidad, es más acentuada cuanto más complejo es el bicho. Cuanto más evolucionado está su sistema nervioso y su cerebro, más intensa es esa curiosidad. Y si hablamos de sistemas nerviosos y cerebros complicados, nosotros nos llevamos la palma.
   Precisamente por la complejidad de su cerebro y por lo peculiar de sus capacidades cerebrales, para el ser humano, la curiosidad, el impulso a explorar tiene un importante  factor añadido:
   Para nosotros, vivir es, forzosamente, tener que pensar; es decir, tener que hacerse preguntas; y por lo tanto, necesitar de respuestas. Vivir es una permanente toma de decisiones. Y para tomar las decisiones necesitamos saber –o creer que sabemos–. Necesitamos explicaciones, respuestas, porque a nosotros, ante el paisaje, no nos queda otro remedio que pensar, que poner en marcha esa "habilidad conseguida con los años", el intelecto, y utilizarlo para hacernos una idea del mundo, de la situación en la que nos encontramos. Por si esto no fuera suficiente, en nuestro caso, además de preocuparnos por el entorno, por el paisaje, resulta que somos conscientes, nos damos cuenta, de que nosotros también formamos parte del paisaje; así que, si los fenómenos externos son causa de sorpresa, inquietud, y una fuente permanente de enigmas, los relacionados con el propio ser humano, como especie y como individuo, tampoco podemos dejarlos de lado. No sólo necesitamos respuestas para lo que sucede a nuestro alrededor, las necesitamos también para lo que nos sucede a nosotros. Preguntas, preguntas, y más preguntas...

   Está claro que, de todo lo que nos preguntamos, no todas las preguntas nos inquietan o perturban del mismo modo, con la misma intensidad; de hecho, parece que algunas de esas preguntas llevan atormentándonos desde que tenemos uso de razón. Algunas de esas cuestiones nos resultan especialmente difíciles, enrevesadas e incómodas, ya se trate de enigmas clásicos, cosas del tipo “¿de dónde venimos?, ¿a dónde vamos?, ¿pero yo qué hago aquí?” –aún sin respuesta definitiva en nuestros días– o de cuestiones puramente fisiológicas: cosas como el dolor, la enfermedad y el horror frente a la muerte, por ejemplo, han sido y son causa de verdaderas conmociones y, por supuesto, motivo de multitud de  preguntas.
   Sin respuestas válidas a la enorme cantidad de preguntas que eso supone –y para que sean válidas basta con que nos sirvan para una determinada circunstancia– nos sentimos desorientados, confusos, angustiados, inquietos, no sabemos qué hacer. Es tanta nuestra necesidad de respuestas sobre las que apoyarnos que, en caso de no tenerlas, preferimos inventárnoslas, si es necesario; el estudio de las creencias, las mitologías y los ritos de todas las épocas nos ofrece un sobrado muestrario de nuestra capacidad para construir, inventar explicaciones que nos sirvan en un momento determinado para contestar, de un modo u otro, a tanta pregunta.

   Sin embargo, y por lo visto hasta nuestros días, las respuestas inventadas no parecen ser suficiente para todos los humanos; suponer, imaginar, inventar respuestas puede valer en una circunstancia concreta, para salir del paso, pero qué duda cabe de que, si es posible, preferimos certezas, preferimos "saber" a qué atenernos.
   Y eso es lo que significa, en resumidas cuentas, "ciencia", palabra que proviene del latín scientia –que significa "conocimiento"–, que a su vez deriva del verbo scire, que significa "saber".
Llamamos "ciencia" al intento de descubrir, de obtener respuestas a través de la observación y el razonamiento basado en lo que observamos. Observamos y razonamos, primero, hechos particulares del mundo (lo que nos incluye a nosotros, no lo olviden), y, a partir de esas observaciones y sus razonamientos, intentamos establecer las leyes que conectan, que relacionan esos hechos entre sí y que, con un poco de suerte, nos permitan predecir (o sea, saber con antelación) lo que va a suceder. Por extensión, también llamamos "ciencia" a todo el conocimiento que obtenemos de este modo, siguiendo ese procedimiento.
  Y es que la ciencia es, sobre todo, un procedimiento, una manera de obtener respuestas; una manera que, por resultarnos tan útil, por proporcionarnos tantas respuestas que nos sirven –de momento–, ha llegado a tener la importancia que tiene hoy en día.  El ser humano, al aplicar el conocimiento adquirido de esa manera a su habilidad técnica –a esa habilidad que tenemos para modificar lo que nos rodea y a nosotros mismos para nuestro beneficio y bienestar–, no ha dejado de obtener cosas, comodidades, lujos, que antes eran imposibles o mucho más costosos, razón por la cual la ciencia tiene importancia incluso para los que no utilizan este procedimiento. Al mismo tiempo, dicho procedimiento, si se usa con regularidad, le permite a uno contemplar e intentar entender el mundo según el conocimiento obtenido con ese método, en lugar de tener que conformarnos con contemplar e intentar entender sólo con respuestas "inventadas".

   Sin embargo, curiosamente, una inmensa mayoría de seres humanos, a pesar de que utilizan la mayor parte de avances, comodidades, lujos y demás productos de la ciencia y la tecnología que de ella se deriva, sigue contemplando e intentando entender el mundo y a sí mismos basándose en respuestas "inventadas", tal vez porque se les antoja que ese procedimiento llamado "ciencia", ese método científico, es demasiado complicado. Y digo que es curioso porque, en realidad, dicho método –aunque a partir de ciertos grados de refinamiento pueda parecer complicado–, en esencia, es bastante sencillo. De hecho, para multitud de cosas, lo utilizamos sin darnos cuenta. Echémosle un vistazo.

   El método científico consiste, básicamente, en observar y analizar aquellos hechos que nos permitan descubrir las leyes que los rigen. Valiéndonos de un ejemplo simple utilizado por el ilustre pensador y científico Bertrand Russell, "... en esencia, el primer hombre que dijo: el fuego quema, estaba empleando el método científico; sobre todo, si se había decidido a quemarse varias veces". Como el ejemplo, aunque ilustrativo, es extremadamente simple –y para que no lo utilicemos de forma incorrecta en caso de que queramos usar este método– valdrá la pena que enumeremos los pasos a seguir:

  • Observación del fenómeno - Pues eso, observar el fenómeno. Nuestro sujeto mete la mano en el fuego y algo sucede: se quema.
  • Descripción detallada del fenómeno - El sujeto apunta escrupulosamente, con la mano que no le escuece, cómo ha sucedido todo.
  • Inducción o extracción de la ley general que se desprende de los resultados de los fenómenos observados - Nuestro sujeto observa que otros que hacen algo semejante (meter la mano en el fuego) reaccionan de forma semejante, por lo que empieza a barruntar que allí hay algo que se repite, tal vez una ley general.
  • Hipótesis que explique los fenómenos y su relación - Por fin, acaba formulando su primera hipótesis general: "si metes la mano en el fuego, te quemas".
  • Experimentación controlada para comprobar la hipótesis - Cuidadosamente, dispone cincuenta clases distintas de fuegos y, tragando saliva, se dispone a meter la mano en cada uno de ellos.
  • Demostración o refutación de la hipótesis - Con los resultados de los experimentos, nuestro sujeto puede decir si su hipótesis era cierta o estaba equivocada. Como se ha quemado en los cincuenta fuegos, su hipótesis le parece sobradamente demostrada y la da por cierta. Se pone muy contento y no aplaude por razones obvias.
  • Comparación universal - Esta es tal vez la mejor, porque a pesar de las cicatrices y el trabajo previo realizado, nuestro sujeto, al que ya podemos llamar científico, está dispuesto a admitir que el fuego no quema si, en el futuro, se encuentra con un caso en el que no suceda así, momento en el cual, por ser un fenómeno nuevo, volverá a aplicar el procedimiento desde el principio.

   Aunque deliberadamente simplificado, en esto consiste básicamente el método científico, eso es la ciencia: un modo de observar, analizar y razonar el mundo, el universo. Podemos decir que es un forma de pensar que nos proporciona un conocimiento que no depende de que lo diga tal o cuál persona; no es un conocimiento que haya que "creer" porque lo dice un político, una autoridad religiosa, o, simplemente, una autoridad "por la fuerza" –autoridades que, curiosamente, son las que más se resisten a aplicar el método científico a sus áreas–. El conocimiento científico hay que demostrarlo y, lo que es más importante, debe cambiar si aparece algo que demuestre lo contrario. Esa es su única autoridad, que no es poca. Pero no nos confundamos: la ciencia no es algo en lo que creer, no es un sustituto de las religiones, o de lo que hemos llamado "respuestas inventadas". Su valor radica precisamente en que no depende de las creencias ni de las personas que las sustentan, sino de los hechos demostrados y demostrables.

   A día de hoy, la ciencia y la tecnología que se desprende de los conocimientos que nos proporciona son parte fundamental de nuestro mundo y herramienta imprescindible para seguir intentando entender. Los beneficios que obtenemos de ella son incuestionables y, ciertamente, los abusos, desmanes y atrocidades cometidos en su nombre y con algunas de sus aplicaciones también lo son. Pero eso no es culpa de la ciencia, ¿no les parece?"*

*Texto publicado en el primer número del periódico de divulgación "Satélite" (2009)


miércoles, 9 de noviembre de 2011

Metáfora sin masticar

   A medida que se disipan los vapores de la embriaguez de la catarsis colectiva experimentada durante los últimos meses, siento la urgente necesidad  de tomar cierta distancia del fenómeno para poder contemplarlo desde perspectivas diferentes y más amplias que las que se pueden apreciar desde dentro. Debe comprenderse que, ya de por sí, la tarea no es fácil y, menos aún, si uno vive padeciendo algún tipo de precariedad en la necesidades básicas –alimento, salud, cobijo–: animales somos y el imperativo vital nos empuja a dedicar nuestros posibles en atender primero aquellos flancos que nos permitan cumplir con lo prioritario: seguir con vida. Con todo, me dispongo a realizar tal ejercicio como buenamente pueda, aún a riesgo de que aquellas prioridades animales me nublen el entendimiento y de no ser capaz de hilvanar, de buen principio, algo más que una serie de torpes metáforas.

   A poco que me distancio, me asalta la misma sensación que si regresara de una rave fabulosa que se hubiera alargado durante más de medio año: mientras ha durado la música, hemos danzado en comunión; a través de las grietas de nuestros cerebros alterados por la química hemos vislumbrado jirones de una nueva consciencia, individual y colectiva al mismo tiempo, y se nos han revelado de reojo las infinitas conexiones de la compleja realidad; hemos rozado con la punta de los dedos la sinergia, la unidad... Apabullados por tal experiencia, abandonamos el recinto y formando pequeños grupos se intenta reproducir a pequeña escala, semana tras semana, la ceremonia extática, apurando y consumiendo hasta el último recuerdo de aquella fascinante experiencia... Sin embargo, cuando la fiesta por fin termina, los destellos de las tiránicas luces matinales nos imponen el descarnado paisaje de la realidad cotidiana. Miramos nuestros tobillos y las cadenas siguen ahí; nos miramos unos a otros, confundidos; nuestros cerebros agotados se esfuerzan en asimilar lo sucedido, mientras reciben la andanada de mazazos que, sin compasión ninguna, descargan los hechos crudos; buscamos a nuestro alrededor a aquellos con los que apenas unos días atrás nos fusionamos, elevándonos a cimas luminosas, y descubrimos aterrorizados las cabezas gachas y las miradas asustadas de aquellos que, como nosotros mismos, no son capaces de anhelar otra cosa que recuperar la apacible esclavitud que ahora les recortan. Algunos, cegados por la rabia, corren a lanzarse desesperados a una muerte cierta contra los sólidos muros ancestrales de la pirámide que nos encierra. Otros, se encaran con sus semejantes y los zarandean, escupiéndoles los delirios de su propia impotencia. Algunos se derrumban sobre su rodillas, agarrándose la cabeza con dedos crispados por la desesperación. Entre los que logran mantener cierta calma, algo se arremolina en sus cabezas, convirtiéndose en murmullos aún inconexos: "no sabemos qué, no sabemos quién, no sabemos cómo... no sabemos, no sabemos..." Se oyen gritos exasperados de "¡Todos sabemos quién es el enemigo!", lanzados hacia los cielos insensibles y mudos, voces de ira incapaces de imaginar que el mayor enemigo se lleva dentro. Desde lo lejos, alguno llega corriendo, siempre los menos, excitados, asegurando haber encontrado una posible salida tras un monolito de dimensiones titánicas en cuya superficie puede leerse una inscripción casi borrada por el paso del tiempo: "Ignorancia", dicen que pone... Pero nadie está en situación de hacerles el menor caso...

lunes, 31 de octubre de 2011

Autores, cultura y los 40 ladrones (II)

   Papel y plástico, plástico y papel. He ahí uno de los fundamentos principales del negocio de la "cultura". Si una editorial tuviera la certeza de que podría vender 100.000 ejemplares de un libro de 300 páginas en blanco o lleno únicamente con "aeiou" lo lanzaría al mercado sin pestañear, envuelto en su correspondiente campaña de promoción en la que nos convencerían, por prensa, radio y televisión, de que aquello es el no va más de la literatura conceptual de vanguardia; o sea "cultura" de la buena. Lo mismo es aplicable a un sello discográfico si pudiera endosarnos unas miles de copias de un LP con 45 minutos de "doremifasolasido" contínuo o, mejor aún, con el único y sugerente sonido de la aguja rascando el vinilo. Con etiquetarlo "hard progresive" o algo así, quedaría perfectamente alistado en las filas de lo más plus de la "cultura".

   Y es que la "cultura" es, entre otras cosas, un negocio cojonudo. Permítanme que, a trazos gruesos, les ponga un ejemplo de muestra: si usted tiene unos mínimos ahorrillos,  puede acercarse a una imprenta e imprimir quinientas copias de un libro de ochenta páginas, pongamos por caso. Siendo un particular y dependiendo de la imprenta, en el peor de los casos, el coste de su iniciativa puede salirle a un par de euros por libro. Sólo con que usted se planteara venderlo a cinco euros, con que vendiera menos de la mitad habría cubierto su inversión; si los vende todos, habrá obtenido un beneficio del 150%, que no está mal. Téngase ahora en cuenta que en la industria de la impresión, tanto en papel como en plástico, los precios de coste se reducen de forma inversamente proporcional: cuantas más copias imprima, más baratas salen.  Así que, ya que estamos, con esos mil euritos que me iban a costar quinientas copias podría plantearme imprimir mil; y si consiguiera venderlos todos a cinco euros, el beneficio bruto obtenido sería de un 500%. ¿Interesante, no? Para que no se diga, vamos a suponer que, además, usted invierte un capital adicional en diseño y maquetación, junto a los gastos que le pueda generar el trajín de distribuir y vender los libros. Como es usted un particular y nuevo en estas lides, pongamos que todo eso le ha salido un poco más caro y sus beneficios finales vuelven a quedar reducidos, de nuevo, a un 150%. En su caso, el principal reto consistirá en vender los mil ejemplares. Pero no adelantemos acontecimientos y transportemos estos cálculos groseros a otra escala.

   Bastaría con que usted dispusiera de una imprenta –es aplicable a una imprenta de CDs o DVDs– para darse cuenta del incremento en el beneficio que ello supondría. Si además establece usted relaciones comerciales –o los incluye en su propia estructura de negocio– con los distintos agentes del proceso, para que su producto se vea bonito –diseño y maquetación–, para promocionarlo –publicidad–, para distribuirlo –distribuidoras– y para venderlo –tiendas y almacenes–, los costes de todo ello se verían también reducidos considerablemente. Ahora lo único que necesitamos es material para rellenar cien títulos, para empezar y por ejemplo; es decir, para abrir cien grifos que, una vez vendan un mínimo de ejemplares van a gotear beneficios que pueden ser aún más jugosos si en lugar de vender a cinco vendo a diez... Habrán títulos, claro está, que, sea por el interés que pueda despertar su contenido por sí solo o por su gancho comercial, gotearán más que otros; pues nada, apretemos por ahí, blindemos ese contenido –al menor coste posible, claro–, barnicémoslo con una mano de "cultura"...

   Obsérvese que en todo el tejemaneje, elementos tan esgrimidos como "el autor" y "la cultura" no son más que meros "accidentes" desperdigados entre los eslabones de la cadena de montaje. Volveremos sobre este par de elementos en entregas posteriores. Mientras tanto, si está pensando ya en montar una editorial, le recomiendo que se contenga. No irá usted a creer que en un negocio tan viejo como Gutenberg entra cualquiera...

(Continuará...)

lunes, 17 de octubre de 2011

Eppur si muove...

   De buena mañana, mientras apuro el café, leo una entrevista encabezada con la frase "El 15M es emocional, le falta pensamiento" y observo, una vez más, cómo el personal se inflama en cuanto le mientan las "emociones", como si por nombrarlas, examinarlas o ponerlas en cuestión, se las fueran a quitar. Y me he acordado de Galileo.

   Cuenta la leyenda que Galileo, tocapelotas mayor del reino allá en su tiempo, masculló la expresión con la que titulo esta entrada después de salvarse por los pelos de que la Inquisición le aplicara una de las fatales y calurosas sesiones de peluquería que se estilaban en aquellos tiempos. Es más que probable que Galileo no dijera tal cosa en tan comprometida situación; a lo mejor más tarde, una vez libre, en petit comité, para quitarse el mal sabor de boca por haber tenido que abjurar ante aquella pandilla de cenutrios fanáticos.
   Sea como fuere, y en pocas palabras, el delito de Galileo, como el de muchos que corrieron –y corren– suertes similares o peores, no fue otro que el de anteponer el fruto de la razón a las creencias, a la fe imperante. Pero volvamos con las emociones...

   Cabe que la embriagada y embriagadora generación del Romanticismo haya contribuido a esa visión idílica que parece atribuir a las emociones toda suerte de extraordinarios poderes, pero mucho me temo que la autoridad que les conferimos viene de más lejos y constituye uno de los talones de Aquiles –que tenía dos– de la plebe: sumidos desde siempre en una ignorancia sedante, estamos a merced de las embestidas de las vísceras, de las sensaciones, de las emociones, zarandeos que, para hacerlos llevaderos y por falta de conocimiento, convertimos en creencias, a partir de las cuales actuamos; o sea, actos de fe. Y con esas, a base de azuzarnos las emociones, nos tienen adorando a tal o a cual, bailando a un son o a otro, siguiendo a Fulano o a Mengano, o comprando esto o aquello.
   Aunque se puede entender que, siendo lo único a lo que aferrarnos durante tanto tiempo, se enseñen los dientes cuando te las tocan, por mucha pieza dental que se exhiba, por sonoros que sean los rugidos, eso no cambia las cosas un ápice: un acto estúpido o indeseable no deja de serlo por muy intensa que haya sido la emoción que lo haya provocado. Llevados por las "pasiones" –las emociones padecidas–, acostumbrados a que otros lo hagan por nosotros, actuamos sin pensar. Y pasa lo que pasa. Notamos pupa –sensación–, nos emocionamos, convertimos en creencia o ideología la emoción y tiramos "palante", locos por entrar en acción, salga el sol por Antequera.

   No quiero decir con eso que no puedan surgir de ciertas emociones actos loables o hermosos por pura acción directa –aquí te pillo, aquí te mato–; alguno habrá que atine. Ni tampoco pretendo negar el obvio potencial inspirador de las emociones. Pero téngase en cuenta que incluso el poeta, el músico o el pintor suelen verse obligados a pensar y repensar su emoción inicial, a digerirla, a reflexionarla, para luego, sometiéndola a ciertas técnicas y/o métodos, regurgitarla en forma de obra, de acto consumado. Semejante proceso digestivo puede resultar muchas veces largo y tedioso; se puede tirar uno años para escribir un soneto, componer una polka o pintar un bodegón, por muy emocionado que esté.
   Es decir, yo puedo contemplar la hermosura de una flor al fondo de un acantilado y que una emoción sin límite me inunde hasta extasiarme, pero si quiero alcanzar la embelesadora flor, dudo mucho que con la sola emoción baste. Puedo optar por dos vías: o dejarme caer acantilado abajo, convencido de que la emoción suprema  me sostendrá en sus brazos hasta posarme suavemente junto al colorido objeto de mi deseo, o la mucho menos romántica tarea de devanarme la sesera en busca de un procedimiento o de un sendero que me permita llegar al fondo del acantilado sin necesidad de hacerme papilla.

   Bien sé que están los ánimos sensibles, las emociones a flor de piel... Así que si alguien se ha sentido irritado o molesto por mi palabrería, ahora mismo me desdigo; no faltaba más.

   (Pero, así, entre nosotros, ahora que nadie nos oye, yo me remito a los hechos y digo lo que dicen que dijo aquél: "Eppur si muove...")

martes, 11 de octubre de 2011

Síndromes

    Me sucede con cierta frecuencia que me quedo absorto en la ventana, contemplando el ir y venir de mis congéneres en sus quehaceres diarios. En esos lapsos de contemplación suele recorrerme un amplio espectro  de sensaciones: de la maravilla a la estupefacción, del consuelo de la identificación al desgarro de la exclusión, del bálsamo del entendimiento a la punzada del interrogante...
   Y con uno de esas incógnitas me apartaba yo el otro día de una ventana para sentarme frente a otra –la pantalla de mi computadora–, a través de la cual descubrí fortuitamente a un simpático usuario de Twitter que se identificaba como @El_gran_oraculo. "Esta es la mía", me dije con una sonrisa. Si tienes un interrogante y te cruzas con un oráculo, a ver quién es el guapo que se resiste... Así que le envié un tuit en forma de respetuosa consulta:

Oh, gran oráculo, ¿por qué sigue creyendo el esclavo que es "pueblo"?

   Y seguí con lo mío, guardando el interrogante en el cajón de las dudas por resolver y olvidándome de la fugaz travesura con el "oráculo". Al caer la noche, sin embargo, la columna de mensajes de mi Twitter vibró con la llegada de uno nuevo. Era @El_gran_oraculo, que respondía:

El síndrome de Estocolmo.

  Me arrancó otra sonrisa, el muy truhán, y tras consultar las características de ese cuadro psíquico, no pude menos que admitir lo bien traído que estaba el augurio. Y así fue cómo, aquella misma madrugada, de la lectura de un síndrome que venía a arrojar algo de luz sobre aquel interrogante, acabé fraguando yo otro que me ayudara a esclarecer, en lo posible, otra de las preguntas que me venían atormentando últimamente. A este devaneo nocturno lo bauticé como "El síndrome del Titanic", que ahora mismo les voy a explicar.

   ¿Se acuerdan del Titanic, aunque sólo sea por la película? Verán: en su época, el Titanic, el barco de pasajeros más grande y lujoso del mundo, fue diseñado según algunas de las más avanzadas tecnologías de su tiempo, lo cual hacía creer que, aún en caso de rotura del casco, se mantendría a flote, por lo que era considerado, fíjate tú que tontería, "insumergible". O sea, el no va más de estructura destinada a cumplir una función determinada –navegar, en su caso–.
   Imaginemos ahora que al Titanic, durante su trágica travesía, por alguna inexplicable razón, se le hubiera abierto una pequeña fisura en el casco. Tendría toda lógica que, sin que cundiera la alarma, la tripulación localizara la grieta y pusiera manos a la obra: "esto no es nada, un poco de agua, trae esa plancha, suelda aquí, suelda allá, ciérrame herméticamente ese compartimento por si acaso y cuando volvamos a puerto lo apañamos..." Sin embargo, una imprevista circunstancia mucho más adversa –el iceberg–, le abre un boquete en el casco de tal tamaño –le causa a la estructura un problema– que manda a paseo su supuesta "insumergibilidad": el agua entra en tromba, los compartimentos estancos revientan como habas tostadas, en el salón de baile el agua llega hasta las rodillas y así no hay quien baile el vals... La estructura titánica, damas y caballeros, se hunde. Sálvese quien pueda. Creo que estaremos todos de acuerdo en que, en tales circunstancias extremas, presentarse delante del inmenso boquete con un soldador y unas planchas es una soberana estupidez...

   Pues bien: por alguna concatenación de causas que sólo un desarreglo psicológico puede explicar, eso es exactamente lo que estamos haciendo actualmente ante una situación socio-política que hace aguas por los cuatro costados. Con lo que ha "navegado" nuestra pirámide, somos incapaces de aceptar que, nos pongamos como nos pongamos, la vieja estructura se hunde, por más parches que le pongamos. Con el agua hasta el cuello, nos empeñamos en aferrar el soldador y bucear hacia un agotamiento fatal, cuando tendríamos que estar nadando a brazo partido hacia la orilla más próxima, por lejos que se nos antoje, y, una vez allí, ponernos a diseñar, con la experiencia adquirida, otra nave nueva, digo yo...

(Suspiro)

Con tanto síndrome, al final va  a ser verdad que necesitamos terapia...

martes, 4 de octubre de 2011

Espíritu Marine

   Si ustedes vibran con la muerte de la soldado Vásquez en Aliens; si se les salta la lagrimilla cuando James, el niño protagonista de El Imperio del Sol, se cuadra y saluda al kamikaze a punto de despegar hacia una misión de la que no regresará; o cuando, en esa misma película, los soldados prisioneros en un barracón de campo de concentración hacen el pasillo, se cuadran y saludan a ese mismo niño, que acaba de realizar una acción que ninguno de ellos habría sido capaz. Si El Sargento de Hierro les parece un hijo de mala madre al tiempo que desearían contar con él entre sus mejores amistades; si han llegado a la última página de la novela Amos de Títeres con el pecho henchido; si se han imaginado vistiendo un exoesqueleto propulsado y formando parte de "Los Rufianes de Rasczak" mientras devoraban la novela Straship Troopers; si ustedes no necesitan que les justifiquen la existencia de la Academia de la Flota Estelar dentro del marco ficticio de Star Trek o si han jugado alguna vez a Space Hulk, Space Crusade, Warhammer 40.000, o alguno similar, suspirando porque les toque uno de los escuadrones de marines espaciales... entonces no hace falta que sigan leyendo, porque estoy seguro de que ayer algo se les removió en su interior cuando vieron el titular de prensa que rezaba: "Los Marines vamos a Wall Street... a proteger a los manifestantes". Y si no lo han leído aún, les ruego que lo hagan ahora, antes de proseguir.

Dos Marines protestando en New York. En la pancarta puede leerse: "Segunda vez que lucho por mi país. Primera vez que conozco a  mi enemigo".

   Coincidirán conmigo, espero, en que, en muchas ocasiones, el gesto puede ser tan elocuente como el mejor de los discursos. Si el gesto va acompañando a un buen discurso, ya ni les cuento. Y lo que quiero destacar en estas líneas es la importancia de un gesto: el de dar un paso al frente.
   Aún consciente –muy consciente– de cómo puedan interpretar algunos estas palabras, no me voy a detener aquí, por obvio, a explicar que nada tienen que ver con ensalzar aspecto alguno del belicismo, ni muchísimo menos. Yo digo lo que decía Asimov: "La violencia es el último recurso del incompetente." A  lo que quiero apuntar es a esos gestos que, sin saber muy bien por qué y provengan de donde provengan, nos conmueven y nos inyectan una mínima dosis de confianza y esperanza para seguir hacia delante. Hablo de valor, de sentido del deber. Hablo de que, dadas las circunstancias, tal vez lo que nos haga falta sea  fontaneros marines, profesores marines, jubilados marines, médicos marines, panaderos marines, arquitectos marines, licenciados, catedráticos y decanos marines, electricistas marines, conductores y taquilleros marines, funcionarios marines, autónomos marines, ingenieros marines, científicos marines, paletas marines, agricultores marines... Personas marines, en definitiva, con el valor, la conciencia y el sentido del deber, para con su propia dignidad y para con su prójimo, suficientes como para dar un paso al frente; no para iniciar una guerra o pegarse con la policía, sino para plantarse y decir basta, hasta aquí hemos llegado, con todas sus consecuencias, sin temor a perder estatus, comodidades y privilegios ilusorios si ello ha de contribuir al bien común.

   Entiéndame el que me quiera entender, porque cada vez que leo la frase del marine Reilly "Si quieren acceder a los manifestantes para golpearles tendrán que pasar primero a través del puto Cuerpo de Marines" se me hace un nudo en la garganta y quisiera echármelo a la cara para responderle un sonoro y rotundo "¡Señor, sí, señor!".

jueves, 29 de septiembre de 2011

Espuma por la boca

   Llevo más de treinta años dedicado a comunicarme y a expresarme con todas las herramientas que se me han puesto a tiro, desde la voz al lápiz, pasando por todo utensilio, analógico o digital, que se haya cruzado en mi camino; con texto, con sonido, con imagen, con mímica si ha hecho falta... Con esta inquietud que da sentido a mi vida, no es de extrañar que entre mi palmarés de valores ocupe un lugar prominente, junto a la "libertad de pensamiento", la "libertad de expresión", y si bien cada vez que se viola una libertad se me hinchan las venas del cuello, cuando se trata de esas en particular se me hinchan también los cojones.

   Verán, para llevarnos mínimamente bien, con las libertades de uno pasa una cosa: que hay que tener en cuenta a las del otro. Dicho de otro modo: ¿con qué cara exijo yo al otro una libertad si le impido al otro que ejerza la suya? Y, si se acepta esto, no nos queda otra que tragar carros y carretas del otro, como el otro deberá tragarse los nuestros. Porque ni yo ni mis ideas gustan a todo el mundo, como ni todo el mundo ni sus ideas me gustan a mí. Tal actitud permite, por ejemplo, que yo me cruce cada mañana con la vecina del cuarto, hembra del Opus –y sin embargo imponente–, y nos demos los buenos días amablemente. Cabe la posibilidad de que mi vecina, en su fuero interno, quisiera aplicarle los beneficios del flagelo o de la hoguera a un iconoclasta como yo; prefiero no pensarlo, como ella debe de preferir no pensar en los beneficios que se me pudieran ocurrir a mí aplicarle. Por supuesto, puede darse el caso de que mi vecina escriba un libro, dé una conferencia u organice una concentración en torno a las bondades del cilicio, como puede darse el que yo haga lo propio eligiendo como tema la mojigatería en el seno de las sectas religiosas, por un decir. Sin embargo, nuestros mutuos pensamientos ni su articulación en palabras u otro modo de comunicación impedirá que sigamos saludándonos al cruzarnos por la escalera. Porque, mi vecina, otra cosa no tendrá, pero aprecia tanto su libertad de expresión como yo mismo, por lo que no le queda otro remedio que aceptar la mía, por mucho que le disguste mi herejía como a mí sus útiles de dolor. Mientras la cosa transcurra en el plano de las ideas y la expresión civilizada de las mismas, no hay problema. Otra cosa sería que ella viniera con la caja de cerillas para prenderme fuego o yo me desnudara mientras subo con ella en el ascensor...

   Será por todo eso por lo que no entiendo cómo a la primera de cambio aparecen hordas pidiendo cerrar librerías, cancelar publicaciones, programas de radio o televisión, prohibir tal o cual manifestación por el hecho de que en ellos se expresan ideas que nos disgustan. Como si los pedos del otro olieran a mierda y los nuestros a agua de lavanda, vamos.
   Los argumentos que se esgrimen me dejan perplejo, de verdad. Se dice que el ideario X fomenta tal o cual comportamiento... Por esa regla de tres, la publicación  continuada de las obras de las mentes más preclaras y brillantes a lo largo de la historia de la humanidad debería haber fomentado cierta lucidez o cierto grado de comportamiento racional, y, sin embargo, obsérvese en el estado de gilipollez generalizada en el que nos hallamos inmersos. Si es por fomentar comportamientos indeseables, ¿qué deberíamos hacer con los medios de comunicación y el sistema educativo, donde se fomentan los prejuicios, la imbecilidad, la uniformidad mental y la estulticia casi en cada párrafo expresado? Si el baremo para evaluar la validez de las ideas expresadas es la sinrazón o la estupidez de las mismas, ¿a cuántos habría que enmudecer de forma inapelable?
   ¿La ofensa? Si me dieran un céntimo cada vez que oigo una ofensa a mis principios o a la mismísima inteligencia sería rico. ¡Qué digo rico! ¡Archimillonario! Y a mi fortuna contribuirían a partes iguales personajes de toda cuerda, desde santones a alternativos, sean más lerdos o más académicos. A ver por qué va a ser más ofensivo Marylin Manson que Els Pets, por ejemplo...
   Cada vez que oigo decir a esos que desayunan tazones de "tolerancia" que tal o cual discurso no se puede tolerar me pongo a tirar cohetes, por no tirar otra cosa. Porque podría esperármelo del reaccionario, pero por boca del supuesto "progresista" resulta especialmente sangrante. Todo el que se declara "anti-tal" o "anti-cual", ¿no está fomentando alguna forma de intolerancia y/o fobia hacia el objeto de su antagonismo? ¿Dónde está la diferencia? No me vengan con aquello de que "ellos son los malos y nosotros los buenos" porque se me afloja el esfinter.
   Si una idea no te gusta, no la atiendas, no la sigas, no la alimentes, no le des juego, o, mejor aún, desmantélala con otra idea, con razones, con argumentos, para lo cual es necesario poder expresarlos.

En fin, que mucho alardear de "libertad de expresión", pero, a la hora de la verdad, no hay ni empaque ni agallas para bregar con ella.

sábado, 24 de septiembre de 2011

Un espectro recorre los barrios...

   La semana de charlas que les anunciaba en mi última entrada ha resultado, como no esperaba menos, de lo más gratificante e instructiva, pues, además del impagable calor humano recibido en los barrios por los que he pasado, me ha permitido acceder de forma directa y sin intermediarios a las realidades y los sentires que se viven a pie de calle en torno al "movimiento 15M" y sus resonancias.

   Habiendo transcurrido casi seis meses desde el 15 de mayo, a cualquiera que esté un poco pendiente no se le escapan las oleadas de incertidumbre que sacuden incluso el propio seno del movimiento. En los barrios, entre las muchas inquietudes, destaca, sobre todo, una: esto no funciona, no avanza, se para... Y en mi vagar por unas barriadas y otras, me voy haciendo una idea –del todo personal– de algunas de las razones que puedan estar causando esas inquietantes sensaciones, y que, siempre abusando de su infinita paciencia, voy a regurgitarles aquí como buenamente pueda.

   Me temo que una de ellas podría ser que el ímpetu inicial de las acampadas, la eufuria, ha llevado a gran parte de los más ansiosos de "acción" –que por lo visto significa "algo en lo que haya que moverse mucho"– a zambullirse en una espiral de movilizaciones, en una vorágine de consignas y eslóganes, y a estructurar una faraónica organización virtual que, de salida, se topa con dos escollos importantes: que aún no se sabe muy bien para qué ha de servir, más allá de intercambiar convocatorias y los repetidos discursos ya oficiales, y que, al parecer, no tiene en cuenta que, en este país, la inmensa mayoría del personal es analfabeto digital –siempre en el caso de que disponga de conexión y/o de ordenador–, con lo cual, el movimiento 15M, en gran medida, habla para sí mismo. Tales ansiosos de acción suelen considerar que "todo el mundo sabe" (y comparte) aquello de lo que ellos están convencidos, saben o creen saber, y por lo tanto desestiman cualquier otra vía que no sea la que ellos consideran "indiscutible"; así que optan por moverse mucho y discutir poco.

– ¡Compañeros, tenemos un problema. Hay que hacer algo! (Aplausos)
– Sí, desde luego, algo habrá que hacer... pero... ¿no tendríamos que averiguar antes el qué? (Murmullos incómodos)
– ¡Eso es una pérdida de tiempo! ¡Todo el mundo sabe lo que hay que hacer!: ¡hay que hacer algo! (Aplausos)

(Repítase hasta la extenuación.)

   Como digo, una vez superada la eufuria de las acampadas en las grandes plazas de las principales capitales, llegada la hora de la verdad, el momento de poner manos a la obra, en los barrios, la plebe se ha encontrado con una papeleta impuesta –con la mejor de las intenciones, pero impuesta–: se les ha dicho que han de formar asambleas (cuando en su vida se las han visto más gordas), cómo tienen que ser esas asambleas, a qué manifestaciones hay que ir, qué símbolos hay que ondear (como si no tuviéramos ya bastantes), lo que importa y lo que no importa... Dicho de otro modo: el 15M se ha convertido en símbolo, en "religión", en algo en lo que hay creer sin cuestionar. Y en esa "religión" las asambleas vendrían a ser las "misas", actos que, como es bien conocido, se congrega a los fieles, se les suelta el sermón, se comulga, y donde se contribuye a la catarsis de los asistentes pero no se obran milagros, por lo que, a no mucho tardar, acaban quedándose en cuadro, con sus oficiantes y el grupo de creyentes más fervorosos.

   En esta transmutación religiosa, el 15M se ha dejado en el camino su piedra angular, pues, aparte de reunir a un número considerable de gente para vociferar su indignación (ritual catártico puro y duro y muy vistoso, eso sí), lo más valioso  de aquel incipiente movimiento se encontraba –y se encuentra, quiero seguir creyendo– en que, por primera vez, en las calles, gentes de toda clase y condición (o de casi toda) se sentaban frente a frente para hablar, para debatir, para poner en común, para reflexionar, para sustituir la "creencia ciega" por el trabajo racional conjunto. Y eso sucedía, sobre todo, en los corrillos que se formaban espontáneamente antes y después de cualquier rito asambleario estipulado por los "próceres de la revolución", que los hay en todas partes.

   No debería extrañar que semejante ritual resulte ajeno al grueso del vecindario, donde, por mucho que sorprenda a muchos, cada uno es de una madre, tiene sus propias ideas y creencias, y sus propias visiones del mundo. Basta con prestar atención a los espectadores ocasionales de las asambleas de barrio para detectar en el acto dónde está la falla: sólo oyen repetir sermones, consignas más o menos demagógicas, lo mal que estamos y lo que todos padecemos, a cuántas movilizaciones hay que asistir sin rechistar, sin cuestionar... Hablan los "oficiantes" de siempre, indicando qué es "cielo" y qué es "infierno", repitiendo lo de siempre, reprendiendo además a los que no se lancen a participar en su modelo de "revolución de salvación", de cruzada...

   Resulta, pues, que el vecindario, aún padeciendo los mismos problemas, percibe, una vez más, que aquellos tampoco los representan, que son más de lo mismo: demagogia, exigencia de obediencia ciega, de uniformidad ideológica, con el agravante de que, en muchos casos, desprenden un tufillo a ganas de ponerse a romper y a quemar cosas que, lógicamente, tira "pa trás"; porque la mayoría de la gente, queridos "revolucionarios de toda la vida", puede querer cambios, soluciones, sí, pero me temo que está harta y escamada de símbolos, de banderas, y, desde luego, no quiere tener que ir a morir, una vez más, en una absurda batalla perdida contra la fuerza bruta.

   Desde que tenemos noticia, la duda metódica, el debate y el diálogo racionales, el intercambio de conocimiento, de ideas, de visiones del mundo y de perspectivas siempre han sido los mayores antagonistas no sólo de las religiones, sino de cualquier clase de totalitarismo –que siempre adopta las formas más insospechadas, incluso por bienintencionadas que sean–. Celebramos que el esclavo haya conseguido indignarse ante su situación y, sin embargo, algunos pretenden –sin darse cuenta, quiero pensar– que dejen de comulgar en un templo para hacerlo en otro, sin detenerse primero a librarse de los lastres que durante tanto tiempo los ha mantenido en aquella condición:  la ignorancia y los miedos que de ella se derivan.

   La pregunta que recorre como un espectro los barrios es "¿Y ahora qué hacemos?". Y a mí sólo se me ocurre una respuesta: sentémonos en torno al fuego y averigüémoslo entre todos. Pues –ahora déjenme a mí que suelte mi eslogan, ¡qué caramba!– esta "evolución" será del pensamiento, o no será.

miércoles, 31 de agosto de 2011

Charlando voy, charlando vengo...

Es propio de juglar, por muy eléctrico que sea, recorrer plazas con sus cantinelas y soniquetes. Se da el caso de que últimamente las plazas de los barrios han recuperado parte de una actividad que nunca debieron perder y ese trajín retomado ha dado lugar a lo que se ha bautizado como la Universidad Indignada (vídeo), en cuyo programa de charlas y talleres me hallo incluido, motivo por el cual me complace comunicarles, pacientes y amables lectores, que un servidor hará gala de su incontinencia verbal en los siguientes lugares, horarios y fechas:

Lunes, 5 de septiembre de 2011
¡Hay que ver cómo está el mundo! + El esclavo demócrata
Parque Príncep de Girona / Guinardó - Can Baró (Barcelona) - mapa
A las 19:00 horas.

Martes, 6 de septiembre de 2011
El esclavo demócrata
Plaza de Ángel Pestaña / Nou Barris (Barcelona) - mapa
A las 19:00 horas.

Miércoles, 7 de septiembre de 2011
El esclavo demócrata
Plaza Ram de l'Aigua / Sant Martí - Verneda (Barcelona) - mapa
A las 20:00 horas

Sábado, 10 de septiembre de 2011
Fiestas de Belvitge: XIV Txiringo Alternatiu de Bellvitge
A las 17:00 horas
Presentación del libro Política Estúpida. Reflexiones a quemarropa + El esclavo demócrata

Las charlas en cuestión van dirigidas al gran público, al pueblo llano, sin necesidad de formación específica alguna. Su objetivo fundamental es servir como reflexión previa, una especie de introducción a cualquier intento de organización destinada a afrontar los problemas políticos y sociales que nos envuelven en la actualidad. Sirvan las siguientes líneas de sinopsis:

¡Hay que ver cómo ha cambiado el mundo!: exposición de unos 20 minutos, acompañada de pase de diapositivas, que tiene como objeto fundamental tomar conciencia de la envergadura y la complejidad que conlleva cambiar nuestra visión del mundo. Si no comprendemos el mundo en el que vivimos, difícilmente podemos afrontar los problemas que nos plantea, ni mucho menos organizar nada que resulte mínimamente efectivo.

El esclavo demócrata: exposición (unos 20 - 30 minutos) que revisa de forma llana y sencilla la estructura y el funcionamiento básicos de la pirámide social desde su creación (hace unos nueve mil años) y nuestra posición y función dentro de ella. Durante la exposición se revisan términos como "política", "demos", "pueblo", "plebe", "democracia"... La pretensión es parecida a la de la charla anterior: con vista a afrontar los problemas (y cualquier intento de organización para intentar resolverlos), se me antoja fundamental entender quiénes somos, dónde estamos, nuestra función dentro de la vieja estructura que se desmorona, cuyo funcionamiento es el origen de los problemas que nos afectan (y nos afectarán). 

Pues aquí queda dicho y anunciado. Ni qué decir tiene que me encantaría contar con su impagable presencia. Y si además tienen a bien difundir esta información, pues para qué les voy a contar... Gracias de antemano.

sábado, 20 de agosto de 2011

Fábula taurina

   Mira tú por dónde, va a salir algo positivo de los alborotos relacionados con las JMJ, pues en el intrincado y cada vez más revuelto juego de tablero que es el escenario socio-político tardaba ya en ponerse sobre el tapete –yo empezaba a estar preocupado– la cuestión de la estrategia. Además de las propuestas de diálogo –arma de construcción masiva, donde las haya– surgidas en las entrañas de la Red (#JMJ15M), he podido leer interesantes reflexiones sobre factor tan fundamental, poniendo además sobre la mesa textos que algunos nos habíamos cansado ya de recomendar, por activa y por pasiva. No hay problema. Más vale tarde que nunca. Y como uno comprende que cada cual bastante tiene con lo suyo y puede no estar para enfrascarse en sesudas valoraciones teóricas, voy a arrancarme aquí con una especie de fábula que espero resulte ilustrativa.
   Imaginemos una corrida de toros, con todos sus elementos: público al sol y a la sombra, palco de autoridades, la banda, picadores, monosabios, banderilleros, mozos de espada y demás cuadrilla, y, por supuesto, los indiscutibles protagonistas de la tarde: el torero y el toro.
   Al margen de otras valoraciones, una corrida de toros se desarrolla repitiendo una escrupulosa serie de actos, llamados tercios, pero que yo voy a resumir aquí sin ninguna ortodoxia:

   Se suelta al morlaco en la plaza, donde entra ya dando testaradas y tiene ocasión de exhibir el porte, la furia y la bravura de que disponga. Los primeros compases tienen como objeto poner de mala leche al animal: se le marea, se le pica, se le banderillea... Cuando el bicho está de un humor que se llevaría por delante a cualquiera, vuelve a salir el matador (al que se le llama también diestro, aunque sea un chapuzas, zurdo o ambas cosas), y regala a la concurrencia otra tanda de posturitas, esta vez con muleta y espada, para acabar de marear, encabronar y agotar a la bestia antes de entrar a matar: el fatal y también previsto desenlace.
  Bien. Como sucede con cualquier otro ritual, para que éste tenga lugar, se cuenta con que todas las partes cumplan con su papel. En el caso del toro, se cuenta con su lógico cabreo (con lo tranquilo que estaba él correteando por sus pastos, con sus vacas...) y el irracional imperativo animal que le lleva a perseguir y embestir a todo lo que se mueva frente a su testuz.

   Pero imaginemos ahora que, un buen día, por aquellos azares de la evolución, saliera al ruedo un toro mutante. Se abre la puerta de los toriles y el bicho sale con paso tranquilo, cornamenta erguida, avanza hasta plantarse en el centro de la plaza y recorre con la mirada al escamado tendido. Tras los burladeros, puede distinguir las monteras de los peones, que se miran, titubean, pero abandonan su refugio, capote por delante, porque la banda toca el primer tercio y no es cosa de incomodar al respetable. Salen el torero y sus auxiliares, corren por la arena, arriba y abajo, incitan, pero el toro se los mira y no se mueve. El matador se le arrima, pero nada: el toro se da media vuelta, se dirige con toda pachorra hacia la barrera y se pone a la sombra. El respetable silba, en el palco encienden puros y los dueños de las cuadras se agitan inquietos. Los subalternos rodean al animal sacudiendo los capotes como poseídos, pero el toro se mira las pezuñas, como aburrido. Que salga el picador  a ver si arregla esto. Y sale, sobre su noble montura, garrocha en ristre, e inicia las maniobras de aproximación. El toro, como quien no quiere la cosa, se arranca con un elegante trote, en torno a la circunferencia de la plaza, en una u otra dirección siempre que lo aleje de la puya. Después de diez minutos de trotes, hasta el caballo dice que corra Lucas y se planta. El respetable se desgañita y cada vez parece menos respetable. Los alguacilillos esperan las órdenes del presidente, que se seca el sudor. El diestro, apoyado en la barrera, bebe agua y maldice la mala suerte que ha tenido con su primer toro. Así no hay quien lidie. Que saquen las vaquillas y se lleven a esa bestia pusilánime al matadero. Se oyen los cencerros, salen las vaquillas, y para estupor de la plaza entera, el toro se tumba indolente, como si fuera a echar una cabezadita. Tras las tablas hay quien asegura que, si no fuera porque es del todo imposible, diría que el toro se ha reído. Al diestro se le saltan las lágrimas; las damas se arrancan la peineta; en el tendido se comen los pañuelos; la banda se arranca con un pasodoble, para distender; en el canal que retransmiten la corrida dan paso a la publicidad... 

Moraleja: si el toro no entra al capote, no hay fiesta que valga.

jueves, 4 de agosto de 2011

Crónicas del NeoMester (IV)

Tengo que salir al exterior. Hace días que las gráficas de flujo en mis terminales repiten hipnóticos bucles de mensajes vacuos y redundantes que corren de una red a otra como pollos descabezados. Cientos de miles de individuos intercambiando su inquietud por quién será el que los exprima en las próximas elecciones. Irrelevante. Mirar a través de un caleidoscopio resulta más productivo...

El sol cae a plomo y apresuro el paso hasta el pequeño bar guarecido entre dos edificios. Las mesas y las sillas metálicas protegidas por los viejos toldos provocan la engañosa sensación de que la sombra te hace invisible. Antes de que mi culo se acomode, la camarera china se inclina sonriente ante mí. Responde por Lola, tengo entendido; apreciable sentido del humor. Pido agua muy fría. Extraigo del bolsillo lateral de mis bermudas un pequeño portátil. Desde un banco cercano un niño levanta la vista de su consola y sigue con la mirada mis gestos abriendo la tapa. Me evalúa durante un instante, parece conforme y vuelve a centrarse en su pantalla. Rastreo las señales de la zona por pura costumbre y asigno mi propio móvil como punto de conexión. Lola deja el agua y unos maliciosos cacahuetes salados encima de la mesa. Sobre sus ojos oblicuos se escapa un fugaz arqueo de cejas ante el solitario cursor blanco que parpadea en mi pequeña pantalla negra. Bebo un sorbo largo y la impresión al tragar el agua fría hace que el implante de mi oído izquierdo me tapone la audición por un momento. Antes de que pueda teclear nada, el cursor corre por su cuenta escribiendo la solicitud de permiso para establecer conexión cifrada. Canal TechnoMester. Accedo.

TM_101: no estás en tu cueva, golfo! estás en la playa?
NM_077: sí, en las costas de Manchuria...
TM_101: XD
NM_077: XD
TM_101: el niño ya está fuera
NM_077: sí, vi lo de la campaña y algo he leído
TM_101: te mando una imagen de las que te gustan ;)
NM_077: ok, lo de noviembre sigue en pie?
TM_101: parece que sí, espera...
NM_077: ok
TM_101: toma, acaba de llegar, añádelo a lo tuyo ;) http://pastehtml.com/view/b2da7b0pp.rtxt
NM_077: ya estoy leyendo...
TM_101: ok, ya dirás
NM_077: actualizo en cuanto vuelva a la cueva
TM_101: vale, cierro, hablamos luego
NM_077: ok, ponte a la sombra... XD
TM_101: XD cu!

La conversación desaparece de la pantalla como si nunca hubiera existido. Envío los enlaces a los discos duros de mi cuarto, conecto con uno de nuestros servidores de descarga y bajo la imagen. Me acabo el agua. El alcohólico de turno se asoma a la puerta del bar, rostro enrojecido, ojos vidriosos. Mira más allá de la sombra, titubea ante la cortante línea del sol y regresa al interior. Echo un vistazo a la imagen y no puedo contener una sonrisa. Amplío y obtengo lo que me interesa. Rápidamente abro un navegador y en un par de minutos recibo notificación de la compra que acabo de realizar. Vuelvo a mirar la fotografía. Dieciocho añitos. Vuelvo a sonreír. Todo va bien. Me viene a la cabeza aquel proverbio del sabio que señala a la luna y el tonto que le mira el dedo. Apago y cierro el portátil. Lola emerge de nuevo, como si oyera mi pensamiento. Le pido una cerveza bien fría. Sonríe y asiente. Asiente y sonríe. En tres días laborables tendré el libro en casa. Qué listo, el chaval. A ver a qué saben esos cacahuetes...

sábado, 30 de julio de 2011

Gritos en el desierto

   Se sorprenden algunos, pero estaba cantado. Lo estuvo el mismo día después de las pasadas elecciones municipales, y no es cosa de artes adivinatorias, no: es pura estrategia dentro del tablero político, ese en el que la plebe no tenemos nada que hacer, por más que gritemos y nos indignemos; ese al que muchos están deseando acceder con la vieja cantinela de "cambiar las cosas desde dentro"... Unos pedían adelantar las elecciones para hacer leña del árbol caído. Y los otros, vista su debacle municipal, las han adelantado inmediatamente después de haber recolocado sus fichas y tener las primeras pruebas de que contaban con  un candidato que, según las encuestas, pudiera, si no ganar, reducir el margen de la dolorosa derrota que sufrirían si las elecciones se celebraran cuando les tocaba. Pura maniobra. Al mismo tiempo, se reduce la posibilidad de que entren en el tablero nuevas fichas, las que se están tallando ya con la madera de los "indignados". No, adelantar las elecciones no tiene nada de sorprendente. Lo sorprendente es que haya tantos "indignados" deseando entrar en ese juego, deseando correr a legitimar aquello de lo que se quejan. Lo sorprendente es que haya tantos que crean que "votando a otros"  se resuelve un problema que, más sorprendente aún, no parecen tener claro:



   Toda la energía y los recursos que se van a quemar de aquí al 20-N, dándole juego al amañado circo electoral, podrían –deberían, creo yo– dedicarse a avanzar hacia otro lado. No hacerles ni caso. No votar, pues nos pongamos como nos pongamos ganarán los de siempre –porque, una vez más, el problema no es de partidos– y harán lo que les dicten desde arriba, como siempre. Esperar que, a base de expresar indignación, acepten unas reivindicaciones que van contra su propia naturaleza es de una ingenuidad dolorosa.

   En nuestra época debería fraguarse un replanteamiento, más profundo, incluso, que el del Renacimiento. HAY QUE REPENSARLO TODO. DEBEMOS VOLVER A EMPEZAR. (Edgar Morin - La Vía. Para el futuro de la humanidad - 2011)

domingo, 17 de julio de 2011

Crónicas del NeoMester (III)

   Por fin. Con los ojos entumecidos después de pasar en vela toda la noche leyendo abro el canal cifrado a todos los mesteres y escribo:

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NM_077: Confluencia en la Proyección Primera. Copia física ya registrada (pego muestra a continuación). Se requiere actualización de los flujos principales, copia digital y difusión inmediata.

   En nuestra época debería fraguarse un replanteamiento, más profundo, incluso, que el del Renacimiento. Hay que repensarlo todo. Debemos volver a empezar.
   De hecho, todo ha empezado ya, pero sin que lo advirtamos. Estamos en el estadio de unos preliminares modestos, invisibles, marginales y dispersos. Ya existen, en todos los continentes y en todas las naciones, una efervescencia creativa, una multitud de iniciativas locales que avanzan en el sentido de la regeneración económica, social, política, cognitiva, educativa, étnica o existencial. Pero todo lo que debería estar relacionado se encuentra disperso, separado, compartimentado. Esas iniciativas no están relacionadas entre sí, ninguna administración las tiene censadas, ningún partido toma nota de ellas. Pero son la cantera del futuro. Se trata de reconocerlas, de censarlas, de cotejarlas, de incluirlas en un repertorio, para abrir, así, una pluralidad de caminos reformadores. Son vías múltiples que, desarrollándose conjuntamente, podrán conjugarse para formar la nueva Vía, que descompondrá la que estamos siguiendo y nos dirigirá hacia la metamorfosis, todavía invisible e inconcebible.
   La salvación ha empezado por la base.

Edgar Morin - La Voie (La Vía. Para el futuro de la humanidad) - junio 2011
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Cierro el canal, pongo los equipos en reposo, casi a tientas, y me dejo caer en la cama como un fardo. La brisa del ventilador me recorre de pies a cabeza, como un película protectora contra la pegajosa humedad caliente. Estoy tan cansado que ni siquiera  puedo alegrarme como es debido. Mañana. Todo va bien.

viernes, 8 de julio de 2011

Autores, cultura y los 40 ladrones (I)

   Suscribo sin pestañear las palabras de @SandroideV en su blog a raíz de los recientes acontecimientos en torno a la SGAE, y quiero aprovechar la tesitura para complementar sus impresiones con algunas experiencias, anécdotas y reflexiones propias que vienen a cuento y que, a lo largo de los años, a base de darme con los cuernos contra el muro –sistema inductivo de primer orden–, acabaron por demostrarme de forma empírica las hipótesis sobre las que uno ya venía galopando desde la tierna adolescencia, en lo que a la "industria de la cultura" se refiere.

   Quede constancia de salida que, además de mi condición de autor, conozco el mundo editorial –literario, musical y audiovisual– desde dentro, pues en todas sus variantes me he arriesgado y en todas me he arruinado, lo que me permite, si a ustedes no les importa, hablar con cierto conocimiento de causa desde todos los lados de la mesa.

   Dicho lo anterior, conviene empezar por aclarar un par de cosas si queremos hacernos una idea más o menos aproximada de la envergadura y los dobleces del asunto. La primera es que, como en otros tantos y tantos campos, nos encontramos aquí con otra de las muchos aspectos que adopta el gran timo de la estampita que representa el viejo modelo piramidal de nuestras sociedades, estructura que, [spam mode on] tal y como explico en mi último librito [spam mode off], se articula atendiendo a un escrupuloso proceder que, para describirlo con propiedad, hay que calificarlo como "mafioso"*. Combinando el control por parte de los trileros de los recursos, los medios de producción, de información, y el ejercicio de la fuerza –que en las sociedades "civilizadas" se disfraza de "ley"– con la ignorancia, los miedos y las necesidades del primo –cultivados con arrebatadora dedicación por los avispados fulleros– dicho proceder mafioso funciona a las mil maravillas. Así pues, de ahora en adelante y sin ánimo de ofender, me referiré a lo que comúnmente se denomina "industria de la cultura" como "mafia de la cultura". Sin embargo, esa denominación encierra todavía un equívoco, ya que a los trileros en cuestión, la cultura propiamente dicha, mientras no cambie –que es lo propio de la cultura– de forma desfavorable a sus intereses, se la trae al pairo; y aquí viene la segunda aclaración: para entender el tinglado debe tenerse en cuenta que la mafia a la que nos referimos NO vende cultura, vende, ante todo y sobre todo, papel y plástico.

*mafia. (Del it. mafia).
3. f. Grupo organizado que trata de defender sus intereses. La mafia del teatro
(Diccionario de la Lengua Española)
(Continuará)

miércoles, 6 de julio de 2011

Las piezas en el tablero (II)

   Me resulta harto complicado hablar de la ficha "indignada" que inició sus evoluciones por el tablero hace poco más de un mes, se instaló y desinstaló en grandes plazas públicas, brega por encontrar un hueco en la arena política y en las pequeñas plazas de los barrios y, en estos momentos, recorre carreteras y caminos del mapa para concentrarse una vez más –algo que se le da bastante bien– en el centro de la Península.  Me resulta difícil porque, como reacción caótica que es, sus ondas aún en expansión no presentan todavía formas definidas, al tiempo que, debido a la compleja composición de su sustancia, muestra múltiples facetas a las que prestar atención. Así que le iré dando vueltas, como si de un siempre recalcitrante cubo de Rubik se tratara.

   Llamamos "movimiento indignado" (o 15-M, como les haga más gracia) a la expresión pública de lo que hasta ahora nos limitábamos a llamar "descontento", manifestada en forma de concentraciones en las principales ciudades españolas a raíz de la convocatoria de la hoy conocida plataforma Democracia Real Ya (DRY en adelante). El éxito de tal convocatoria se ha debido a su oportunidad (sea prevista o fortuita), ya que aglutina sobre una base de descontento social y político de más de medio siglo a los primeros afectados por los problemas causados por "la crisis" y las políticas derivadas adoptadas: recortes en servicios sociales, parados, vivienda, edad de jubilación, pensiones... Podríamos decir que cierto grado de tensión acumulada se dispara el 15 de mayo, desatando una eufuria (excitación provocada por un cabreo considerable) que da lugar, allí mismo y en caliente, a la instalación de campamentos en las plazas emblemáticas de las principales capitales –fenómeno que se iniciaría en la plaza del Sol de Madrid y que se reproduciría, de inmediato en Barcelona y poco después en otras ciudades, del mismo modo que estallan la minas en un campo minado, por simpatía–, dando lugar a lo que conocemos como las "acampadas"*. Señalar que, ya en aquel preciso instante, DRY se desmarcaría del espontáneo fenómeno colateral de las acampadas, en las que participaría como un actor más del variopinto reparto que las conformarían –reparto que revisaré más adelante–, pero de las que no asumiría, con toda lógica, responsabilidad alguna. Así pues, la misma noche de la explosión de eufuria, atendiendo a las leyes de la termodinámica, las fluctuaciones, las posibles "soluciones" a un sistema, una circunstancia en estado crítico, se bifurcaban: por un lado DRY; por el otro, las acampadas. Juntos, pero no revueltos. Me parece necesario subrayar esta bifurcación, pues la considero determinante para tratar de entender lo sucedido hasta el momento y vislumbrar el futuro de ambas "soluciones posibles", si es que en realidad son dos...
   De momento, lo conseguido –que, desde mi punto de vista, no es poco–, pertenece al ámbito de la expresión, de la comunicación, del intercambio y la puesta en común de ideas, pareceres, opiniones entre personas de tendencias ideológicas y culturales dispares que pasan del enfrentamiento compulsivo a una disposición al diálogo y al debate racional, así como una nueva constatación del potencial de las nuevas tecnologías y las redes sociales derivadas de ellas tanto en el ámbito informativo como en el organizativo; aunque, debo decirlo, ese mismo potencial tecnológico pueda conducir a precipitadas deducciones sobre premisas erróneas, al tiempo que convertirse en uno de los talones de Aquiles del "movimiento" –pues tiene varios, me temo–. Por supuesto, la vibración de tal fenómeno de comunicación tiene también sus resonancias en el entorno, pero, de momento, son sólo eso: resonancias. Ateniéndonos a los hechos, a día de hoy, DRY cuenta con "delegaciones" prácticamente en todas las provincias españolas y las acampadas, levantadas ya las plazas principales, han adoptado la forma de asambleas en ciudades, barrios y poblaciones de todo el país. Siendo MUY generoso puede significar una cifra de más de medio millón de individuos que mantienen una, llamémosle, "indignación activa". No, no me olvido de que hay una "conexión internacional", pero vayamos por partes.

   En cualquier caso, antes de proseguir, creo necesario hacer un alto en un punto que, de forma inconsciente, se da por sentado sin estarlo realmente y que yo formularía así: ¿los "indignados", lo están todos por lo mismo?

(Continuará)

*Ante la inmensa cantidad de páginas de acampadas, desisto de enlazar a una en concreto. Una sencilla búsqueda en Google les proporcionará material de sobra, aunque vista la página de una es como si las hubiera visto todas...

sábado, 2 de julio de 2011

Crónicas del NeoMester (II)

   Una gota de sudor me recorre la espalda desde la nuca hasta la rabadilla. Al notarla me quedo inmóvil, temiendo, sin necesidad, un cortocircuito. Deformación profesional, supongo. Me he duchado dos veces, pero la pegajosa película de humedad me vuelve a cubrir todo el cuerpo en el breve trayecto desde el baño hasta la mesa de terminales. Qué asco. Ni siquiera llego a sentarme. Salgo al balcón y saco medio cuerpo por encima de la barandilla, tratando de capturar una brisa que no existe. Tengo la impresión de poder alcanzar la cúspide de la farola sólo con estirar el brazo, pero no lo intento. Una araña avispada ha tejido su tela desde el poste  a los bordes de la campana para atrapar a todas las polillas atraídas por la luz. El dibujo de la telaraña se mezcla con mis imágenes mentales de los flujos de tendencia en los que llevo trabajando toda la semana y, en comparación, la trampa arácnida se me antoja de una simpleza enternecedora. No hay ni un alma en la calle. Recorro con la mirada las ventanas de los edificios circundantes buscando signos de actividad humana a estas horas de la madrugada; una luz se apaga de inmediato tras una persiana a medio bajar, como si me hubiera visto y le hubiera dado vergüenza. En un séptimo piso logro captar el parpadeo de reflejos hipnóticos de un panel de televisión en una habitación a oscuras. A dos centenares de metros se recorta el edificio de los trasteros y pienso en mi enorme ventilador allí encerrado. Si no estuviera desnudo y en una quinta planta saltaría por el balcón para ir en su busca. Desde mi mesa, el insistente purr purr de una alerta de descarga requiere mi atención: algo ha llegado. Leo las espicificaciones del documento mientras me pongo un pantalón corto, una camiseta y unas chanclas. Después de las semanas de ruido que llevamos, el archivo recién llegado es como "una bocanada de aire fresco", aunque, con este clima, la analogía suene a broma de mal gusto; lo reenvío a mi anillo inmediato, echo un rápido vistazo al terminal de flujos, ubico el tronco más apropiado y lo copio allí para revisarlo luego. ¿Dónde he puesto las kycars? El aire está espeso en la rambla desierta y flanqueada de farolas, y una escena de The Day The Earth Caught Fire me invade sin avisar... Ni eso podrá impedir que llegue hasta mi ventilador.

viernes, 24 de junio de 2011

Las piezas en el tablero (I)

   Transcurrido más de un mes desde el ya célebre 15-M y pocos días después de su primera secuela, el 19-J, que ha triplicado, como mínimo, su éxito de taquilla, me acucia la necesidad –ahora que empiezan a relajarse las euforias de las catarsis– de empezar a dibujar un escenario, aún de fondo impreciso, y situar a los personajes y sus evoluciones dentro de esta tragicomedia que, sin ser nueva, por la vistosa magnitud adquirida –y la que adquirirá– resulta ya imposible de ignorar. Además, maldito juglar estaría yo hecho si no echara por esta boquita las composiciones que mis maltrechas meninges van gestando a base de ver aquí y oir allá. Así que, envuelto en el caos que me caracteriza, paso a darle unas vueltas al asunto, aunque sólo sea por pasar el rato.

   En términos generales, desde los dos estratos superiores de la pirámide social, los ocupados por las castas políticas y las casta nobles, se miran el "movimiento" con más curiosidad que preocupación, no nos engañemos. De momento, salvo por tener que soportar algunas incomodidades puntuales, un milloncejo de plebeyos –en el más optimista de los casos– tirados por las plazas y gritando y bailando por las calles les da igual. Y les seguirá dando igual mientras el flujo ascendente de riqueza no cese y una mayoría los legitime mediante el juego democrático. Ya se cansarán, deben pensar. Como bien podemos constatar, las políticas que tienen en mente, "Plan del Euro" incluido, siguen y seguirán adelante, por lo menos hasta que acabe el año en curso. Marco este plazo porque, hasta entonces, parece que debe producirse, según agencia experta, una nueva sacudida en los cimientos del sistema financiero. Por lo que se puede deducir que vamos mal e iremos a peor; luego cabe que los ánimos de mayor cantidad de plebeyos se inflamen a medida que los recortes vayan influyendo en las respectivas y diversas barrigas contentas que aún no han visto llegar el agua hasta sus alegres ombligos.

   Mientras se produce la sangría, sin embargo, nada impide a los partidos políticos –y me refiero ya a la situación en España– tratar de sacar provecho de los acontecimientos y barrer para casa todo lo que puedan. Por un lado, sospecho que, en general, si no han aplicado más fuerza hasta el momento se debe básicamente a dos razones: por no quedar como Cagancho a los ojos internacionales –cosa que ni a derechas ni a izquierdas conviene, que bastante mala cara tenemos ya–, y porque el actual Ministerio del Interior, ahora mismo, saca mayor beneficio de no hacer nada que de hacerlo. Téngase en cuenta que la batalla por las próximas elecciones generales está en marcha y, tras la debacle socialista en las municipales, no es mala maniobra estarse quietecito, dejarle el marrón a la mayoría de municipios enemigos, y, de paso, quedar como tolerante, dialogante y progresista, ya me entienden. Fíjense si no, por ejemplo, en la insistencia del tal Felip Puig (CDC) al alcalde Hereu (PSC) para que limpie la plaza antes de que el nuevo alcalde (CDC) tome posesión; el alcalde saliente se hace el longuis, claro, que el 1 de julio está aquí al lado...

  A todo esto, el bando contrario, con esa arrogancia rupestre que lo caracteriza, como no puede sacar tanques a la calle, se desvive por echar mierda a todo lo que se mueva desde los medios de comunicación de su cuerda, sacándose demonios de la chistera con los que poder seguir embistiendo a su rival, única carta que le queda por jugar y que, a medida que pase el tiempo, nos va a regalar un sin fin de momentos hilarantes –dramáticos, pero hilarantes–. El adversario, maestro de la propaganda y siempre más sibilino, utiliza también los medios, cómo no, para apropiarse del discurso callejero y convertirlo en el que más le conviene. Sirva de ejemplo lo publicado por uno de sus "héroes" en nómina hace escasos días, o la supuesta ocurrencia de uno de sus más reconocidos voceros. Y digo "supuesta" porque la idea, en realidad, salió de aquí...

(Continuará)

jueves, 9 de junio de 2011

Crónicas del NeoMester (I)

   Llevo desde muy temprano conectado a los sensores de los terminales que me dan acceso a la Red. De momento, el flujo de información ha sido ligero pero constante, como la llovizna con la que hemos amanecido. He pasado la mayor parte de la mañana canalizando y desatascando cápsulas de información; nada serio, afortunadamente, más allá de constatar la irritante lentitud de los procesos de mutación. Es difícil asimilar el nuevo estado de conexión para una inmensa mayoría acostumbrada a sólo recibir información. Es comprensible: de la noche a la mañana se han visto convertidos también en emisores y les cuesta caer en la cuenta que basta con clicar en "Compartir" para que la información siga fluyendo. En fin, paciencia... Empiezo a tener la vista cansada. Me vuelvo hacia la ventana y el cielo sigue tan encapotado como empieza a estarlo mi cabeza. Una ráfaga de alertas emergentes atrae de nuevo mi atención a las pantallas; clico, contrasto, clasifico y redirijo casi automáticamente. No hay alteraciones. Reviso una vez más si los memes lanzados ayer siguen su curso; parece que sí. Se abre una ventana de chat. Un nodo de mi quinto o sexto anillo. Espero. "hola", escribe. Espero. "estás ahí?" Espero. No manda enlace ninguno; no debe de ser importante, debe de querer charla, simplemente. La ventana permanece muda. Mejor. Es hora de comer.

   Como si se hubieran puesto de acuerdo –cosa probable–, los informativos de varios canales han iniciado ya una nueva batería de mensajes desalentadores, los términos "disolución", "disgregación" y "cansancio" se repiten de forma sospechosa y gratuita; me parece detectar sonrisas socarronas en los rostros de los presentadores, según recorro los canales, pero no me hago mucho caso. Intentan seguir e interpretar el transcurso de los acontecimientos según el modelo que habían venido utilizando hasta ahora, demasiado restringido y rígido como para permitirles intuir siquiera el alcance y las dimensiones de la situación. El mapa ha cambiado y la inercia de la costumbre los condena a un mero papel de caja de resonancias distorsionadas. El vapor de la sopa me empaña las gafas; mientras limpio los cristales con una servilleta de papel, en uno de los sumarios oigo la entradilla de una de las cápsulas que lanzamos la semana pasada. Sonrío y, con el oído atento, tecleo en el terminal portátil un breve mensaje a los nodos de mi anillo inmediato: "Canal 7. Otro dentro." En cosa de segundos, recibo la primera respuesta: "Acabo de verlo. A otra cosa. Luego hablamos. ;-)" Esto hay que celebrarlo: en cuanto acabe de comer, me echo una siesta.

   He dejado la ventana entreabierta y una fugaz brisa fresca me despabila. No he llegado al estado Beta, cosa conveniente para una siesta provechosa. El cielo sigue gris, pero ha dejado de llover. Enciendo un cigarrillo, me digo que tengo que dejarlo de forma tan automática como enciendo el mechero y me asomo a la ventana, sólo por notar el ambiente recién lavado. Un soplo de aire me trae olor a césped y tierra mojada desde un parque a dos calles y la bocanada de nicotina me sabe rara. Vuelvo a mi mesa y apago el cigarrillo mientras recorro con la vista los iconos de la barra de aplicaciones del terminal principal. Hay varios correos y los reviso antes de nada. Ochenta por ciento de spam... Uno es de T, nodo del cuarto anillo. No contiene más texto que "un abrazo" y un fichero adjunto, que es lo que importa. Me froto los ojos y vuelvo a acomodarme los sensores. Analizo el paquete de información recibido y me acuerdo de los presentadores de los informativos. No entienden nada, los pobres. Mientras la voz de voces de la Red habla a la velocidad de la luz, ellos mueven la boca por arte de ventriloquía. Hago una copia de seguridad del archivo, tomo algunas notas útiles para mis diagramas de flujos de información –muy útiles, esta vez– y lo emito por todos los canales. Con esto, ya puedo decir que hoy he cumplido. Aún tengo el olor a tierra fresca en la nariz y sin pensarlo dos veces cierro los navegadores, me quito los sensores y dejo las pantallas de los terminales en reposo. Con mi terminal de bolsillo y armado con mi paraguas de estilo italiano y manufactura china, salgo de casa. Una nube se resquebraja y un débil rayo de sol se cuela por la grieta. Suficiente. A ver qué se cuece por el barrio...

jueves, 2 de junio de 2011

Reflexiones radiofónicas

   Con el título De cara al futuro, el 9 de enero de 2006 lancé a las ondas radiofónicas lo que sería el piloto de una breve serie de programas –once en total contando el piloto– que, bajo el mismo nombre, se emitirían unos dos años y medio después, entre el 12 de junio de 2008 y el 5 de marzo de 2009.
   El contenido del programa partía de una hipótesis que se podría resumir así:

   Tenemos un problema: somos incapaces de afrontar la situación crítica en la que nos encontramos. Estamos en plena fase de decadencia –que es a su vez inicio de lo que ha de venir– y llegando a un punto crítico en el funcionamiento del sistema, en el cual o se produce adaptación a la nueva circunstancia o el sistema colapsa.

   A partir de ahí, el espacio, de unos cincuenta minutos de duración, estaba dedicado a la lectura de fragmentos de una selección de textos que, o bien me había ido encontrando en mis propias lecturas en mi interés personal de tratar de entender los procesos de "crisis" y de "cambio", o bien había garabateado yo, con peor o mejor tino, durante el intento.
   Fue para mí un ejercicio muy interesante y ahí se lo dejo, en la página "Radio", por si gustan de rumiar.