martes, 11 de octubre de 2011

Síndromes

    Me sucede con cierta frecuencia que me quedo absorto en la ventana, contemplando el ir y venir de mis congéneres en sus quehaceres diarios. En esos lapsos de contemplación suele recorrerme un amplio espectro  de sensaciones: de la maravilla a la estupefacción, del consuelo de la identificación al desgarro de la exclusión, del bálsamo del entendimiento a la punzada del interrogante...
   Y con uno de esas incógnitas me apartaba yo el otro día de una ventana para sentarme frente a otra –la pantalla de mi computadora–, a través de la cual descubrí fortuitamente a un simpático usuario de Twitter que se identificaba como @El_gran_oraculo. "Esta es la mía", me dije con una sonrisa. Si tienes un interrogante y te cruzas con un oráculo, a ver quién es el guapo que se resiste... Así que le envié un tuit en forma de respetuosa consulta:

Oh, gran oráculo, ¿por qué sigue creyendo el esclavo que es "pueblo"?

   Y seguí con lo mío, guardando el interrogante en el cajón de las dudas por resolver y olvidándome de la fugaz travesura con el "oráculo". Al caer la noche, sin embargo, la columna de mensajes de mi Twitter vibró con la llegada de uno nuevo. Era @El_gran_oraculo, que respondía:

El síndrome de Estocolmo.

  Me arrancó otra sonrisa, el muy truhán, y tras consultar las características de ese cuadro psíquico, no pude menos que admitir lo bien traído que estaba el augurio. Y así fue cómo, aquella misma madrugada, de la lectura de un síndrome que venía a arrojar algo de luz sobre aquel interrogante, acabé fraguando yo otro que me ayudara a esclarecer, en lo posible, otra de las preguntas que me venían atormentando últimamente. A este devaneo nocturno lo bauticé como "El síndrome del Titanic", que ahora mismo les voy a explicar.

   ¿Se acuerdan del Titanic, aunque sólo sea por la película? Verán: en su época, el Titanic, el barco de pasajeros más grande y lujoso del mundo, fue diseñado según algunas de las más avanzadas tecnologías de su tiempo, lo cual hacía creer que, aún en caso de rotura del casco, se mantendría a flote, por lo que era considerado, fíjate tú que tontería, "insumergible". O sea, el no va más de estructura destinada a cumplir una función determinada –navegar, en su caso–.
   Imaginemos ahora que al Titanic, durante su trágica travesía, por alguna inexplicable razón, se le hubiera abierto una pequeña fisura en el casco. Tendría toda lógica que, sin que cundiera la alarma, la tripulación localizara la grieta y pusiera manos a la obra: "esto no es nada, un poco de agua, trae esa plancha, suelda aquí, suelda allá, ciérrame herméticamente ese compartimento por si acaso y cuando volvamos a puerto lo apañamos..." Sin embargo, una imprevista circunstancia mucho más adversa –el iceberg–, le abre un boquete en el casco de tal tamaño –le causa a la estructura un problema– que manda a paseo su supuesta "insumergibilidad": el agua entra en tromba, los compartimentos estancos revientan como habas tostadas, en el salón de baile el agua llega hasta las rodillas y así no hay quien baile el vals... La estructura titánica, damas y caballeros, se hunde. Sálvese quien pueda. Creo que estaremos todos de acuerdo en que, en tales circunstancias extremas, presentarse delante del inmenso boquete con un soldador y unas planchas es una soberana estupidez...

   Pues bien: por alguna concatenación de causas que sólo un desarreglo psicológico puede explicar, eso es exactamente lo que estamos haciendo actualmente ante una situación socio-política que hace aguas por los cuatro costados. Con lo que ha "navegado" nuestra pirámide, somos incapaces de aceptar que, nos pongamos como nos pongamos, la vieja estructura se hunde, por más parches que le pongamos. Con el agua hasta el cuello, nos empeñamos en aferrar el soldador y bucear hacia un agotamiento fatal, cuando tendríamos que estar nadando a brazo partido hacia la orilla más próxima, por lejos que se nos antoje, y, una vez allí, ponernos a diseñar, con la experiencia adquirida, otra nave nueva, digo yo...

(Suspiro)

Con tanto síndrome, al final va  a ser verdad que necesitamos terapia...

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