Haciendo un esfuerzo por no regodearme en lo autobiográfico y tratando de enderezar esta serie hacia las obras –especialmente literarias–, empiezo la entrada de hoy, como advertí en la anterior, mencionando a Manuel Gallego i Gomá, el que habría de ser mi profesor de Lengua y Literatura entre los 11 y los 17 años, edades complicadas donde las haya.
Es curioso, pero recuerdo con claridad el día en el que se presentó en aquella jaula de galopines a un paso del salto hormonal hacia la adolescencia que era mi clase. Lo último que podíamos esperar era que aquel señor que fumaba en pipa – ni qué decir tiene que la pipa estaba condenada a convertirse en su apodo– iba a conmocionarnos de tal manera. En lo que a mí respecta, reconozco que lo primero que me impresionó fueron sus maneras y procedimientos, que sin duda contribuyeron a dar forma a ese hacer "marine" que, como ustedes ya saben, tanto me tira. No se andaba con rodeos: la forma de hacer las cosas –los deberes, los trabajos, etc.– contaba. Todo puntuaba, en positivo o en negativo. Formas rigurosas y metódicas, pulcritud y cuidado en la caligrafía, en los renglones y los márgenes del papel, todo ordenado en sus correspondientes libretas y carpetas. Un tachón en un escrito, una sola palabra ilegible bastaba para invalidar, de forma automática, el trabajo o el examen. Y lo cumplía a rajatabla. Tal y como advirtió de entrada, era un hueso. Y no hay nada que agradezca más un niño que saber a qué atenerse, por mucho que cueste de roer el hueso.
Nuestra relación entre profesor y alumno contó siempre con aquella tensión a lomos entre el amor y el odio que sólo se comprende al examinarla con las perspectiva que da el tiempo: "El Sr. Fernández es como el Lazarillo de Tormes, pero debe tener en cuenta que uno es como Guzmán de Alfarache, que por viejo tiene más experiencia.", llegó a decir en el aula para ilustrar el género de la picaresca…
Sea como fuere, al compás de su batuta recibí mi bautismo de droga dura literaria, tanto en lectura como en el laborioso hábito de la escritura, recorriendo la historia de la Literatura y sus generaciones –la del 98, del 27, del 36, del 50…–, descubriendo autores y engullendo obras, aunque no siempre como el Sr. Gallego hubiera querido… Mientras mis compañeros leían Platero y yo, un servidor, en precoz acto de rebeldía, optaba por la lectura de La familia de Pascual Duarte, lo que me costó una reprimenda de cara al público y una fugaz y discreta mueca de satisfacción en la comisura de los labios del Pipa…
"Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Hay hombres a quienes se les ordena marchar por el camino de las flores, y hombres a quienes se les manda tirar por el camino de los cardos y de las chumberas. Aquellos gozan de un mirar sereno y al aroma de su felicidad sonríen con la cara del inocente; estos otros sufren del sol violento de la llanura y arrugan el ceño como las alimañas por defenderse. Hay mucha diferencia entre adornarse las carnes con arrebol y colonia, y hacerlo con tatuajes que después nadie ha de borrar ya."
Nuestra relación entre profesor y alumno contó siempre con aquella tensión a lomos entre el amor y el odio que sólo se comprende al examinarla con las perspectiva que da el tiempo: "El Sr. Fernández es como el Lazarillo de Tormes, pero debe tener en cuenta que uno es como Guzmán de Alfarache, que por viejo tiene más experiencia.", llegó a decir en el aula para ilustrar el género de la picaresca…
Sea como fuere, al compás de su batuta recibí mi bautismo de droga dura literaria, tanto en lectura como en el laborioso hábito de la escritura, recorriendo la historia de la Literatura y sus generaciones –la del 98, del 27, del 36, del 50…–, descubriendo autores y engullendo obras, aunque no siempre como el Sr. Gallego hubiera querido… Mientras mis compañeros leían Platero y yo, un servidor, en precoz acto de rebeldía, optaba por la lectura de La familia de Pascual Duarte, lo que me costó una reprimenda de cara al público y una fugaz y discreta mueca de satisfacción en la comisura de los labios del Pipa…
La familia de Pascual Duarte - Camilo José Cela - 1942