Dos semanas después de los intensos acontecimientos que llevan ocupándonos desde el pasado 15 de mayo, no puedo evitar ir regurgitando algunas preocupaciones que me rondan para no llevarnos luego más desilusiones –que nos las llevaremos– que las estrictamente necesarias.
Me preocupa, por ejemplo, que la euforia –lógica, necesaria, catártica, reconfortante– acabe nublando el entendimiento y, peor aún, impida que se pueda observar el panorama, analizar el mapa, con los mínimos de objetividad que cualquier operación de cierta envergadura y con intención de incidir y perdurar se merece.
Sin ir más lejos, si sumamos todas y cada una de las personas que han manifestado abiertamente su indignación participando, por activa o por pasiva, en cualquiera de las muestras de cabreo en danza hasta el día de hoy, obtendríamos unos totales –siendo generosos, muy generosos– de... ¿300.000 personas? ¿500.000? Muy bien; no está mal, para empezar. Pero tengamos claro y en cuenta que eso representa, en el mejor de los casos un 2% de la población en edad de merecer... En términos de Estado, una minoría de nada, una molesta y ridícula protuberancia en las gráficas. Si tenemos en cuenta que en estas últimas elecciones municipales la cifra entre abstenciones, votos en blanco y nulos supera los doce millones y medio de almas, uséase, en torno a un 37% de la población que cuenta en términos del juego político que padecemos, y que, con todo y con eso, el sistema político sigue con lo suyo como el que oye llover, sería conveniente asumir que, más allá de la molestia que pueda suponer la ocupación del espacio público –que empiezo a sospechar que la consienten porque atrae turismo y promociona al país en el extranjero–, todo el tinglado, a la Política, a los políticos y a los del piso de más arriba –perdónenme la expresión– se la trae floja. Flojísima. Y no porque sean la encarnación del mal, maestros del dolor y el rechinar de dientes; sencillamente, no lo pueden entender de otra manera.
Por otro lado, no deja de resultarme curioso que nos estemos quejando de un modo de hacer las cosas y, al mismo tiempo, dejándonos los cuernos en atender las peticiones de ese modo, precisamente. Nos pide el ogro un programa político y, con toda la buena intención, está el personal rebanándose la sesera para ofrecerle a la vieja y obtusa Política y sus políticos algo que la la vieja y obtusa Política y sus políticos NO PUEDEN asimilar, ni queriendo, porque lo que se les pide es que dejen de ser lo que son y como son. Y eso no quiere decir que la lista de puntos más o menos consensuados que corre por ahí no señale con claridad algunas de las heridas que más pupa hacen, pero pensar que, por haberlos formulado, los políticos y la Política van a cambiar es de una ingenuidad enternecedora. Casi tanto como la del profesor universitario de Sevilla (¿o no es tan ingenuo?)...
Asumo la ingratitud que el papel de Pepito Grillo conlleva y espero que mis palabras se entiendan del modo más constructivo posible. Nada más lejos de mi intención que fomentar el desánimo, nada de eso. Pero me parece a mí que, una vez vociferado el cabreo (aunque se podría conservar la sana costumbre de hacer ruido de tanto en tanto para descargar la bilis acumulada con las cabronadas del día a día), urge canalizar las energías y concentrar los esfuerzos en materializar novedades. Si el ogro no va a cambiar, no puede cambiar, dejémonos de entretenernos con él y centrémonos en empezar a construir al lado.
Bien está propagar el zumbido a pueblos, barrios, mercados, comunidades de vecinos, paseos, parques, peluquerías... Pero mejor aún si, además del ronroneo, en cada lugar se trabaja para acometer problemas específicos, por pequeños que se antojen, sin esperar que lo haga un ente que, por su propio estado avanzado de corrupción, no está en condiciones de hacerlo. Se dispone de herramientas y conocimientos tecnológicos que debidamente utilizados permiten avanzar más y con mayor precisión en la puesta en común, el intercambio, la cooperación, el debate, la difusión de información y lo que se ocurra; herramientas que evitan además el desgaste que supone mantener el tipo en las plazas, día y noche, sin mermar un ápice de la resonancia de lo que esté sucediendo. ¿Que una parte importante de la población no sabe manejarse con tales herramientas o ni siquiera tiene acceso a ellas? ¡Pues fíjense si tenemos trabajo por delante!
Arremánguense todos los brazos que se alzan en las plazas y manos a la obra.
Publicado en Cuéntalo - 31/05/2011
Buena idea, la comparto. Creo que la idea es construir en paralelo, ignorarles como hacen ellos.Puffffff y por donde empezamos
ResponderEliminarAhí empieza la faena... ;-)
ResponderEliminarSaludos