Cruzo la ciudad de extremo a extremo. No son ni las siete de la mañana. Los viajeros se apiñan en los módulos de cabeza y de cola del Tubo. Sus vestimentas son tan delatoras como sus expresiones somnolientas. Operarios de párpados hinchados de sueño, universitarios que sostienen sus carpetas con la misma desidia que sostendrán, con un poco de suerte, la fiambrera. Un policía secreta finge adormecerse con el vaivén del tren subterráneo, pero cualquiera con un mínimo de entrenamiento nonver lo distinguiría a la legua.
Hacia el centro del transporte hay incluso asientos libres pero prefiero quedarme apretujado entre la gente que atesta las plataformas. Los olores naturales de la especie, mezclados con aromas de gel, perfume y desodorante, enrarecen el aire.
Dos de cada tres sujetan algún tipo de pantalla en sus manos. Para muchos cumple la misma función que un viejo reproductor de cintas magnéticas. Los auriculares, como antifaces, los oculta del prójimo que los rodea. Después de las ultimas ofertas, muchos clavan la mirada en libros electrónicos. Leen como nunca han leído. Una cajera de supermercado –el pantalón con el diminuto logo bordado de la cadena para la que trabaja, la delata– se aferra, como una declaración de principios en una guerra perdida, a un grueso ejemplar de papel del último best seller de moda; la serie ya está en los paneles de visión. Otros desplazan con frenesí las yemas de sus dedos por las pantallas, incapaces de abandonar el murmullo permanente de la redes. Cerebros antiguos intentando adaptarse a las nuevas máquinas. Se esfuerzan, no hay duda. Pero todavía ninguno de ellos soportaría un par de minutos sometido a las gráficas de flujos de información que los terminales de mi cueva vomitan y moldean sin cesar. Les dolería. Pero aprenderán. Las propias máquinas les están enseñando... a categorizar, a ordenar... La mutación debe acelerarse. La máquina creada por el cerebro humano, enseña a la especie a usar el cerebro de forma eficaz. Hubo que hacerlo así, forzar la mutación... Una jovencita de mirada perdida sostiene sobre sus rodillas unos folios con apuntes impolutos que recuerdan sin dificultad a la meticulosa ordenación de los menús del dispositivo que sostiene en las manos...
El punto de luz roja que se ilumina sobre la gráfica de la línea interrumpe mis pensamientos. La próxima parada es la mía. Mi pequeño terminal portátil vibra en el bolsillo interior de mi gabán. No lo atiendo. Sé quién es y qué quiere. Impaciente. El transporte decelera hasta detenerse y las puertas se separan ante mis narices con un bufido neumático, vomitándome junto a otros cientos. La densa riada humana avanza por el andén y se va diluyendo poco a poco a medida que los pasillos se bifurcan. Me dejo llevar por la corriente que asciende por las escaleras y las rampas móviles hacia los vestíbulos de la estación central de trenes. Me ajusto las videadoras y las activo sin tener un verdadero motivo. Al llegar a la primera planta del subsuelo, abandono la corriente y dirijo mis pasos hacia uno de los viejos bulevares subterráneos, una especie de plazoleta en la convergencia de varios pasillos, ribeteada de pequeños escaparates incrustados en las paredes. Los gastados neones de colores bañan la encrucijada con una iluminación cansada, como de cinemascope desvaído. Me detengo un instante y hago un travelling con un simple movimiento del cuello, por gusto. Fijo la vista en el otro extremo del hall, donde la vieja cafetería de estilo American Graffiti encaja su mostrador semicircular. Fill up, se llama, se ha llamado siempre. El tránsito es escaso; incluso a esa distancia, distingo al personaje que busco, bamboleándose inconscientemente sobre el taburete giratorio. Jamás lo había visto, pero es él, no me cabe duda. Según me acerco, distingo el aspa doble de la hélice entre los badges que decoran su bandolera. Confirmado. Tomo asiento a su izquierda, taburete de por medio, a distancia de primer plano. Me mira de reojo, pero poco; por deducción equivocada, él espera a una mujer. El camarero se afana con los brazos de la cafetera. Mejor, porque yo no quiero nada. Deslizo la palma de la mano por el mostrador hacia el hombre impaciente y dejo junto a su taza de café una tarjeta de memoria con aspecto de kycard. La mira, me mira, duda, y vuelve a mirarla, extrañado, como si esperara algo más... Si ha llegado hasta aquí, el contenido de la tarjeta es más que suficiente para continuar. Antes de que se decida a articular palabra, me levanto, me alejo, y desaparezco por uno de los pasillos, con sus ojos clavados en mi espalda.
Descendiendo de vuelta a los andenes, conecto mi pequeño terminal y recibo un mensaje de inmediato:
LM_116: ¿Has llegado a tiempo? Te he llamado.
No hago caso. A pesar de su experiencia, siempre se pone muy nerviosa con los nuevos contactos. Me limito a teclear:
NM_077: Hecho.
LM_116: Gracias. Te debo una.
NM_077: Negativo. Me debes varias... ;-)
LM_116: XD
NM_077: ¿A qué anillo irá ése?
LM_116: Es pronto para saberlo. Tracker, seguramente. ¿Quieres que te lo asigne? :-D
NM_077: Ni hablar! Bastante tengo con lo mío...
LM_116: XD
NM_077: Me vuelvo a la cueva.
LM_116: Ok. cu!
NM_077: cu!
Corto la conexión y apago las videadoras. Los túneles expulsan una ráfaga de aire caliente que barre la enorme bóveda de los andenes; en el oscuro y gigantesco tubo pueden distinguirse ya las luces de posición del siguiente transporte. Los viajeros se preparan para el embarque junto a la línea de seguridad impresa en el suelo. El incipiente y discreto escote de una muchacha entre el pasaje indica que ya es primavera...
Hola! Muy buenas:
ResponderEliminarLa especie humana va mutando y se van adaptando a la nueva realidad tecnológica como lo hicieron nuestros ancestros con anteriores técnicas, pero este fascinante acontecimiento de la evolución humana no ha de distraernos de los peligros que atañe toda nueva adquisición, un halo de optimismo podría empañar la correcta visión del mundo en el que estamos envueltos, pues los seres humanos han sufrido, por decirlo de alguna manera, los accidentes de toda nueva tecnología, desde el monolito mal construido cayendo sobre su constructor allen de los tiempos, la explosión de una central nuclear y en el caso que nos ocupa, la intrusión de los datos personales, es obvio que las consecuencias de cada tecnología es diferente, unos por acción o por omisión, pero justamente porque un servidor está metido en el ajo como suele decirse, ha de advertir como lo hace un antivirus ante una posible amenaza.
Un saludo.
TopoLoko.
Apreciado TopoLoko:
ResponderEliminarPara el humano, los imperativos de la existencia suelen conllevar riesgos, tanto los que pudieran surgir de cualquier nueva herramienta que se nos haya podido ocurrir en nuestro permanente devaneo por una supervivencia más efectiva, como los que el propio paisaje natural nos plantea de por sí. Una raíz desconocida que resultara venenosa bien pudo acabar con toda una tribu; o el infinito abanico de amenazas que aquel palo que afilamos para cazar, aquella lanza primigenia, acabo desplegando... Por no hablar de esos peligrosísimos recipientes de arcilla cocida que gustamos de colgar de nuestra ventanas rellenos de tierra y flores y que tantas desgracias han causado por desafortunadas combinaciones de probabilidades... La existencia es para el humano puro riesgo, tanto físico como intelectual. Y de nuestra pericia en bregar con ello dependen nuestras posibilidades de seguir en el tablero. Como especie, hasta el momento, con todos nuestros errores, no nos ha ido tan mal...
Saludos
Es muy bueno, lo único que me acostado leerlo por la letra pequeña felicitaciones. Saludos
ResponderEliminarMuchas gracias, Jade. Me alegro de que te haya gustado y espero que encuentres más cosas de tu agrado en este humilde blog.
ResponderEliminarEn cuanto al tamaño de la letra, no debería de ser inconveniente, ya que puedes ampliarlo a tu gusto con en el navegador. ;-)
Saludos.