miércoles, 25 de mayo de 2011

Despejando incógnitas

   Recorriendo estos días el campamento de la Plaza de Cataluña en Barcelona,  deteniéndome en corros y corrillos, y observando las multitudinarias asambleas nocturnas, he rememorado mis tiempos de colegio, en especial aquellas primeras clases de Física, con apenas doce años, en las que la Señorita –Blanco, se apellidaba– paseaba por entre las filas de mesas mientras nosotros, sus pupilos, mordisqueábamos nuestros lapiceros con la esperanza de que, a base de mascar madera, se nos apareciera la solución del problema que nos desafiaba desde el encerado.

Fotografía de Fernando Sánchez
   – Leed con atención y pensad. Si no se entiende el enunciado del problema, no se puede resolver correctamente –repetía la señorita Blanco, al ritmo del monótono metrónomo de sus tacones bajos en su pasear por el aula. Uno trataba de atender a tal recomendación a pesar de que, invariablemente, llevaba a la desesperación, pues aquella cantinela de directrices –quiero suponer que bienintencionadas– no se correspondía en absoluto con lo que a uno le habían enseñado, que no era otra cosa que a memorizar y aplicar la fórmula:

Fuerza = masa x aceleración

Uno buscaba cualquier cosa que tuviera gramos o kilos, y cualquier vestigio numérico de que aquello se estaba moviendo y aplicaba fórmula como si no hubiera dios, anhelando que la fuerza resultante –fuera lo que fuese aquello de la "fuerza"– se correspondiera, por el bien de todos y de la hora del recreo, con la "fuerza" de la señorita Blanco. Con este proceder reflejo para la resolución de problemas, confundir velocidad con aceleración estaba a la orden del día, y si, por mala fortuna, el factor "tiempo" formaba parte del enigma –"¿Cuánto tardará...?"–, entonces la catástrofe ante la pizarra estaba asegurada...

   Estos recuerdos me vinieron a la cabeza al comprobar cómo el viejo procedimiento de aplicación mecánica de la fórmula aprendido en el colegio se reproducía entre las multitudes congregadas en la plaza por el hartazgo, el malestar, el cabreo y la insoportable presión del problema por resolver. Masticando con fruición el lápiz de la indignación, las multitudes se entregaban con fervor y con las mejores de las intenciones a la aplicación de fórmulas, intentando encajar los esquivos y confusos elementos del problema en los términos de las únicas ecuaciones que podían recordar, aunque fuera de oídas:

Pueblo + unido = jamás será vencido

Gobierno + pueblo = democracia

Propuesta x votos a favor = solución

   Fórmulas traidoras, cuya aparente sencillez arrastran al acuciado alumno a confundir los conceptos que se barajan por no haberlos comprendido nunca: "plebe" con "pueblo",  "estar juntos" con "unidos", "mayoría" con "solución"... 
Confusiones lógicas dadas las circunstancias, sin duda, y que pasan desapercibidas mientras uno puede resguardarse en la intimidad de su pupitre, pero que quedarán en terrible evidencia como haya que salir a la pizarra... 
La buena notica es que no vi por allí a la señorita Blanco, por lo que no peligra, de momento, nuestra hora del patio, pero no he conseguido dejar de oír los ecos de su voz admonitoria:

– Leed con atención y pensad. Si no se entiende el enunciado del problema, no se puede resolver correctamente...

Publicado en Cuéntalo - 24/05/2011

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