lunes, 31 de diciembre de 2012

Nueva órbita

Queridos/as amigos/as, mis seres queridos, mi familia, mi especie:
Como ya sospechábamos la mayoría de nosotros, las interpretaciones más agoreras de las predicciones del entrañable pueblo maya no se cumplirán. Ni siquiera podemos asegurar que hayan atinado las más optimistas y que un nuevo ciclo, más allá del previsto invierno, haya empezado por estas fechas. Así que por lo único que me atrevo a apostar es por el hecho de que, en pocas horas, es harto probable que nuestra querida nave Tierra finalice otra de sus órbitas alrededor de nuestra estrella madre para empezar otra nueva, en este fabuloso viaje nuestro por el Universo. Y en esos momentos, llámenme tontorrón, no puedo evitar sentirme muy dichoso por un doble privilegio: el de estar vivo para contarlo y el de poder compartirlo, una vez más, con todos ustedes.
Salud, coraje y alegría, queridos míos, para lo que tenga que venir. Que por nosotros no sea.
¡Adelante!

Se les quiere.

lunes, 17 de diciembre de 2012

La Biblioteca del Caos - Fraguando

   A los siete años, bautizado, confirmado, confesado y por primera vez comulgado, el hogar familiar iba a cambiar de entorno, transladándose del barrio de Horta al de La Verneda, barriada de inmigrantes que habría de amasar una sólida tradición de reivindicaciones vecinales y donde se había inaugurado, apenas tres años antes, el polígono de viviendas La Pau –La Paz, por aquel entonces–. Coincidió también que en mi primer colegio, el de las monjas –Amor de Dios, se llamaba...–, no se aceptaban varones más allá de la Primera Comunión, por lo que, además de aires, cambié de escuela. Haciendo gala de una enternecedora torpeza en el ámbito de las predicciones, los deseos que mis queridísimos padres albergaban sobre mi futuro –los padres no pueden evitar planificar, a su propia medida, la vida de sus vástagos, con los consiguientes chascos que ello suele conllevar– se debatían entre la teología y la medicina, por lo que sus intentos fueron encaminados hacia otra escuela eclesiástica. Sin embargo, una carambola de prosaicos azares en las fechas y las plazas disponibles iba a obligarles a matricularme en la Academia La Paz, centro de barrio y de gestión privada que, además de estar en frente de nuestra nueva vivienda, contaba con una biblioteca la mar de apañada, dadas las circunstancias, y un profesorado que habría de marcar, en notable medida, importantes pautas en mi formación. En aquella academia estrené la Enseñanza General Básica (E.G.B.) y ya no habría de moverme de allí hasta finalizar el Curso de Orientación Universitaria (C.O.U.). Pero no corramos tanto...

   Aquella biblioteca sabatina iba a proporcionarme nuevos materiales para la construcción de mi incipiente biblioteca personal. Además de todo aquello que venía engullendo y he ido mencionando en las anteriores entradas de este hilo, arrasé como Atila con toda la literatura infantil y juvenil que allí pude encontrar, haciendo especial estrago en la obra de Enid Blyton y en una colección de la que guardo gratos recuerdos: Los Grumetes de la Galera*.

Los cinco en el cerro del contrabandista, ¡Buen trabajo, Siete Secretos!, Roque el trapero, Los astronautas del Mochuelo, Viaje al país de los lacetas, La pandilla de los 10, El zoo de Pitus...

   Aquellas hileras de libros fueron cayendo como lo hicieron las de las aventuras de Tintín y las de Astérix y Obelix, que también acampaban por allí... Mi afición por los menospreciados “tebeos” superaba incluso a la de los libros, hasta el punto de provocar una cruzada familiar, tan feroz como inútil, para librarme de aquella maldición en viñetas...


   No me vayan ustedes a imaginar, por lo que les cuento, como uno de aquellos niños que no se mueven de una silla, no se equivoquen. Era un torbellino enclenque que jugaba con efusiva dedicación con cualquier cosa que se le pusiera a tiro, sin distinción de número, clase o género; iba al colegio como el que va a un parque de atracciones; charlaba por los codos... Y así, entre familia, escuela, juegos, tele y lectura, mucha lectura, fui dando el primer estirón hasta los once años, corriendo hacia la pubertad, que, como es bien sabido, es época de cambios...

*Solicité hace unas semanas a la editorial el listado de obras de aquella colección. Sigo sin respuesta...

sábado, 8 de diciembre de 2012

One Vision


   En estos tiempos nuestros, tiempos de crisis, tiempos de cambios, tiempos donde la incertidumbre se mezcla con la indignación, la rabia, la frustración y la desesperanza, muchos son los que claman a los cielos en busca de una respuesta a la pregunta que presiona hasta la asfixia a cualquiera que haya vislumbrado aunque sea un atisbo del "fregao" en el que la especie humana se haya inmersa: tenemos un problema (enorme, de múltiples facetas, complejo) y nos preguntamos "¿Qué podemos hacer?" Es ésta una pregunta a la que las fórmulas ya intentadas no responden; respuestas como un nuevo baño de sangre sería una dolorosa derrota, un atroz retroceso en el lento avance de la razón...

   Queremos una respuesta verdaderamente efectiva, es decir, que tenga un efecto real, patente, con proyección de futuro. Se busca una respuesta que signifique un cambio esencial y real, una auténtica evolución, y no un mero maquillaje, no un cambio en el decorado, no un parche. Se busca una respuesta para que algunas cosas sean de otra manera, no de la misma disfrazada. A lo que yo digo, por enésima vez, que la respuesta la hemos tenido siempre delante, desde que tenemos memoria; pues las cosas son como son son porque así las hacemos; y dejarán de ser así cuando las hagamos de otro modo. Así, el problema cambia su foco y pasa de la "cosa" a quien la realiza: es decir, nosotros. Y para que nosotros las hagamos de otra manera tenemos que entenderlas de otra manera. Y para entenderlas tenemos que tomarnos la molestia de ponernos a conocerlas, es decir, a saber. Y para saber, hay que ponerse a aprender... Y si seguimos tirando del hilo, acabaremos siempre donde siempre se acaba, no sin cierta desazón, en cualquier discusión o debate mínimamente racional que busca desesperadamente soluciones. En otras palabras, y yendo al grano, la respuesta está donde ha estado siempre: en la educación.

   Quisiera, pues, centrar en este asunto otra parte de las apariciones en esta palestra. La denuncia de injusticias, corrupciones y desmanes, los diagnósticos de la descomposición, de la decadencia están siendo sobradamente señalados y aireados, y así debe seguir siendo. Pero, un servidor, se siente en la necesidad de iniciar este camino –menos llamativo, catártico, sedante y visceral, tal vez, pero infinitamente más productivo, gratificante y sosegado–, aunque sólo sea a título personal. Y quisiera recorrerlo, a ser posible, con alegría, con buen ánimo y determinación.

   Dejo aquí, antes de nada, otros dos documentos audiovisuales, que se añaden a algunos que ya dejé aquí en su día (aquí uno, y otro aquí), y espero que ayuden a un previa reflexión, a ubicarnos de algún modo en el paisaje que propongo explorar. Ojo: insisto, que no los presento como solución ya del problema, sino más bien como aquel que mete un pie en el agua para tomarle la temperatura...


Programa "Singulars" - 05/12/2012 - Xavier Melgarejo: millorar l'educació per millorar la societat

The Finland Phenomenon - El Sistema Educativo Finlandés

martes, 4 de diciembre de 2012

La Biblioteca del Caos - Encofrados

   Antes de empezar a levantar encofrados, se me antoja oportuno y necesario mencionar otras sustancias introducidas en la hormigonera, factores ambientales que fueron abono, de la catadura que fuese, de la materia prima con la que habrían de fraguar los cimientos primigenios que dejé reseñados y homenajeados en la entrada anterior de esta serie.
   Por un lado, debemos considerar el entorno en el que creció aquel galopín –oséase, yo–:
Nacido en el seno de una humilde familia de clase trabajadora, inmigrantes dentro de aquella España de posguerra, creyentes practicantes, por aquel entonces, y con algunos de sus miembros pertenecientes a la docencia y al clero, que en casa se mezclaran sotanas y hábitos con cantaores de flamenco, maestros y profesores con costureras, paletas, amas de casa o campesinos, era de lo más normal. Puedo recordar incluso a una pariente, señora ya madura que ejercía de "madame" en el barrio chino de Barcelona, de exquisitos modales y sentido del humor, y a su hijo, alegre proxeneta en ciernes... Sea como fuere, no faltó, pues, variado muestrario humano a mi alrededor, lo cual, debo inferir, supuso riqueza en cuanto a puntos de vista y diversidad de fuentes de información... Debe añadirse en este punto, a modo de condimento, que el primer colegio al que asistí, de los tres a los siete años, estaba regentado por monjas; los niños formábamos en el patio, uniformados, cual ejército de parvulario, y entrábamos en las aulas marcando el paso al ritmo de soniquetes militaroides vomitados por la megafonía; se rezaba al entrar, al salir, antes, durante y después...    
   De toda aquella fauna me llegaron las tradiciones orales, los cuentos clásicos, las fábulas, los dichos, los mitos, las leyendas y las parábolas, sazonadas y mezcladas con las fabulosas aventuras, desventuras y padeceres –¡qué manera de padecer!– de todo el santoral y demás personajes bíblicos, muy de moda por aquel entonces...
   Por otra parte, no se puede obviar el hecho de pertenecer a la primera generación española de nativos de lo que hoy llamamos la Era de la Comunicación y de la Información, de aquella incipiente cultura audiovisual abanderada por los tebeos y la arrolladora televisión*. Las historias ya no sólo se leen, sino que pueden verse y escucharse.
   Pues bien, en aquella tesitura y entre toda la parentela, debo hacer mención especial de un amigo de la familia que nos visitaba, con cierta asiduidad, los fines de semana. Aquel por entonces joven, venía siempre cargado de periódicos, revistas y, lo más importante, tebeos; tebeos de todas clases: TBO, Capitán Trueno y Jabato, Roberto Alcázar y Pedrín, El Guerrero del Antifaz, Mortadelo, Tío Vivo, DDT, Pulgarcito, Dumbo... ¡De todo! Durante años, fue el principal abastecedor de publicaciones juveniles en aquella casa, y entre sus cargamentos, a poco que crecimos, empezaron a llegar los materiales que compusieron, ahora sí, los encofrados que empezarían a dar forma a esta particular biblioteca que nos ocupa. Y de igual modo que menciono al porteador, es de rigor y justicia que señale al abastecedor: la Editorial Bruguera.
   Dos son las colecciones de las que quiero dejar constancia: Historias Selección, del año 1966, y Joyas Literarias Juveniles, del año 1967 y consecuencia del éxito de la primera. La particularidad de aquellas colecciones estribaba en que eran adaptaciones de clásicos de la literatura, de distintos géneros -incluso de Historia y de biografías-, adaptados al tebeo -aún no se los llamaba cómics-.

Colección Historias Selección
Ejemplares de Historias Selección

   En el caso de Historias Selección, se trataba de libros en los que cada tres páginas de letras, como las de cualquier libro, te encontrabas una de viñetas que representaba algo de lo que acababas de leer en las páginas previas. Tal fue la popularidad de aquella iniciativa que, no mucho después, a medida que crecía el mercado del tebeo, la misma editorial lanzó la colección de Joyas Literarias Juveniles, que eran ya adaptaciones al tebeo en toda regla de clásicos de la literatura de lo más variados. Y para que se puedan hacer una idea de la ingente cantidad de títulos, géneros y autores de los que estamos hablando, les ruego encarecidamente que se tomen la molestia de consultar los enlaces a dichas colecciones que les he dejado un poco más arriba, donde pueden encontrar completos y detallados listados de los volúmenes que compusieron aquellas colecciones.
Ejemplares de Joyas Literarias Juveniles

   Así fue como un servidor fue empapándose de aventuras, lugares desconocidos y mundos imaginarios; de pistoleros, caballeros, héroes de toda calaña y pelaje... Y a conocer las artes de maestros de la pluma como Mark Twain, Julio Verne, Stevenson, Dickens, Salgari, Cervantes, entre otro muchos, muchos más... Estaba yo en torno a los ocho años y debo decir que mis ojos acabaron por zamparse con avidez más del 80% de cada una de las colecciones mencionadas.

   De forma paralela, además de las enseñanzas familiares, las materias escolares y el papel devorado, la programación infantil de la televisión de la época contribuyó a moldear mis tiernas meninges de entonces.
Mi Marciano Favorito, Bonanza, Los Invasores, La Flecha Negra, Embrujada y Jim West

   Además de generosas dosis de dibujos animados y western dominguero, el menú audiovisual presentaba deliciosos platos como Mi Marciano Favorito, Perdidos en el Espacio o Tierra de Gigantes, más algunas de aquellas series vistas a hurtadillas, vetadas por el estigma de los rombos, como Los Invasores o Los Intocables...
Mi Bella Genio, Tierra de Gigantes, Daniel Boone, Perdidos en el Espacio y El Virginiano

   Y entre todas ellas, en el ocaso de la década de los 60, el tubo de rayos catódicos habría de traerme dos que dejarían una huella más profunda, si cabe: La Cuarta Dimensión (que no era otra que la mítica serie The Twilight Zone), para empezar. Y el 7 de enero de 1969, un martes, la segunda cadena de la televisión, la vieja UHF, emitiría el primer capítulo de una serie titulada Viaje a las Estrellas, título que duró una sola entrega y fue sustituido a partir del segundo capítulo por La Conquista del Espacio. Damas, caballeros, Star Trek, cual sacudida de fáser, iba a dejar cicatrices indelebles en aquel tierno infante...
Súper Agente 86, Los Intocables, La Cuarta Dimensión (The Twilight Zone) y La conquista del Espacio (Star Trek)

*No, no me olvido de la radio, pero es sobre la irrupción de lo visual donde quiero llamar la atención.

domingo, 18 de noviembre de 2012

La Biblioteca del Caos - Cimientos

   A tiro pasado, me doy cuenta de que mi biblioteca caótica empezó a formarse por su propia cuenta, aprovechándose de mi temprana debilidad por la letra impresa. Según cuenta la leyenda familiar, uno aprendió a leer por sorpresa y mucho antes de lo esperado, –a los tres años, dicen–, empecinado, no me cabe duda, en desvelar el enigma que aquellos símbolos sobre el papel pudieran esconder. Por otro lado, hay que decir que nunca faltaron cuentos y libros a mi alrededor, ni, lo más importante, lectores que los leyeran, dando ejemplo.
   En principio, aquella afición mía por la lectura no le hacía ascos a nada, devorando con igual alegría los periódicos, la propaganda del buzón o los prospectos de medicinas que las cartillas y los catecismos escolares; pero, a poco que fui capaz de discernir, quedó constancia de que, entre todo lo que mis ávidos ojos habrían de absorber, la ficción, en cualquiera de sus formas, iba a tener un lugar propio y destacado en aquella biblioteca aún en proyecto. Y al decir "ficción", compréndase que, en aquellos momentos, a mí me resultaba igual de ficticio y fascinante, cada uno por lo suyo, Mortadelo que Fray Escoba.
   Añádase a este importantísimo factor otro de pareja relevancia si se quiere comprender los fundamentos de mi biblioteca, y es que un servidor, hijo aplicado de su tiempo, alinea en sus estantes, en igualdad de condiciones, libros, tebeos, cómics, series de televisión, películas... Es decir, cualquier forma que pueda adoptar algo que, primero, haya sido escrito. Son muchos los que desdeñan estas piezas por no presentarse en el tradicional y venerado formato de libro, menosprecio que no puedo dejar de lamentar, pues no son pocas las grandes obras literarias que, para ser expresadas, han acabado eligiendo otras vías distintas a las de los sobrios renglones.
   Así pues, no estaría llegando al fondo ni haciendo justicia si antes de empezar a mencionar títulos de obras concretas no hiciera mención especial de todo aquel material con el que, además de adquirir entrenamiento en las artes de la comprensión y la expresión escrita y visual, construí mis primeros modelos del mundo, con sus reglas y sus valores, aunque luego, con el tiempo y las implacables exigencias de la razón, tuvieran que ser reformados, desmantelados y/o desaprendidos para adecuarse a las complejas facetas, externas e internas, que uno se ha ido encontrando en su camino vital.
Por tanto, sirva esta excavación tanto para destapar los restos fosilizados de aquella materia primaria como para rendirles mi más entrañable homenaje por los buenos ratos que me hicieron pasar. Por ser imposible una relación exhaustiva, sirvan como símbolo de todo aquello:

Las cartillas escolares y los catecismos de finales de los años 60.
catecismo y cartilla escolar

Los cuentos de Toray y las recopilaciones de cuentos de Andersen, los hermanos Grimm, Oscar Wilde...
Cuentos troquelados de Toray

El TBO y las revistas infantiles de la época, especialmente Mortadelo, DDT, Tío Vivo, Pulgarcito, Pumby...
Revistas infantiles de los 60

La colección Dumbo, donde además de las peripecias de los personajes de Disney, se colaban obras como Peter Pan, El Libro de la Selva, Merlín el Encantador...
Colección Dumbo, de Disney

La enciclopedia Espasa Calpe del año 1957, magnífica obra que aún se conserva en el hogar paterno.
Espasa Calpe 1957

Y a la familia Telerín, Félix el Gato y los Chiripitiflaúticos –Locomotoro y Hermanos Malasombra incluidos–, que también dejaron su poso.
Chiripitiflaúticos y Gato Félix

Recomiendo no tomar a broma este tipo de referencias primarias, pues sobre ellas construyen los retoños lo que durante buena parte de su vida –la totalidad para una inmensa mayoría– será, entre otras cosas, el armazón de conceptos y costumbres, de la ética y la moral, de los valores que guiarán sus pasos. Pero eso ya nos lo iremos encontrando...


lunes, 12 de noviembre de 2012

Sopa de letras

   Sentado a la fresca con un grupo de amigos, charlábamos el otro día sobre cierto tipo de brotes que van aflorando entre los lodos de esto que llaman "crisis": Además de los ya evidentes cambios en lo que a las formas de trabajar y entender el trabajo se refiere –y de lo que hablaré otro día, seguramente–, nos referíamos a cosas como a las redes de intercambio de servicios y conocimientos de iniciativa vecinal, al margen de toda oficialidad; mercadillos espontáneos; pequeñas bibliotecas a la puerta de las casas para compartir libros con los vecinos; casetas callejeras para dejar objetos que uno ya no utiliza al alcance de aquel que pudiera necesitarlos. Brotes abonados a base de presión ambiental y que obligan a volver a plantearse conceptos como el valor de las cosas materiales, del tiempo, del trabajo, de la propiedad... Y tirando de esos hilos, cada vez es más frecuente que acabemos alabando las bondades de una tendencia que gana adeptos día a día: el minimalismo.
   Minimalismo: menos es más. Dadas las circunstancias, el meme tiene una potencia indiscutible y se instala en las meninges con relativa facilidad. Cada vez son más los que vibramos con la idea de reducir las posesiones al espacio de una sola maleta o mochila, embriagados por la mezcla de sensaciones de vértigo, alivio, ligereza, libertad que le asaltan a uno con sólo imaginarlo.
   Personalmente, he hecho grandes avances en esa dirección y podría embutir en una buena mochila el grueso de la casi totalidad de mis, ya de por sí, escasas pertenencias. Pero, ¡ay!, es en el "casi" donde radica mi perdición, pues si algo material he atesorado a lo largo de mis días son... libros. A pesar de que recientemente he vendido y donado varios centenares de ellos, los libros que acumulo, admitámoslo, no cabrían de ninguna manera ni en varios juegos de maletas...
   En mi descargo minimalista debo decir que, ahora mismo, tengo almacenados más de seis mil títulos en formato digital, cantidad que hago crecer día a día y que trato de engrosar –a medida que los encuentro digitalizados– con los cientos que aún forran las paredes que me rodean, momento en el que mi dicha sería completa al saber que, si fuese necesario, podría llevármelos conmigo en un simple bolsillo de la mochila. Sin embargo, aún en el caso de obtener una copia digitalizada de todos y cada uno de ellos, confieso que haría lo posible por conservar unos cuantos, pues tienen para mí un valor simbólico añadido, ya que representan los fragmentos que uno ha ido reuniendo pacientemente en su intento de entender algo de la película que le ha tocado vivir. Son las piezas de mi rompecabezas particular. Y de eso, precisamente, me pide el cuerpo hablarles también, de esas piezas con las que he ido componiendo a mí y al mundo, de esa biblioteca personal atesorada a lo largo de los años y a la que por su singular naturaleza voy a bautizar, para todos ustedes, como la Biblioteca del Caos.

Sigan atentos a sus terminales, que vuelvo en pocos días con el tema. Lo prometo.

domingo, 7 de octubre de 2012

Husmeando el Frente Cívico

   De entre la fauna política contemporánea, hay, aunque les cueste creerlo, una serie de personajes a los que guardo un sincero respeto que, para más inri, poco o nada se corresponde con las respectivas ideologías que puedan abanderar. No sé si les he explicado ya que, a día de hoy, lo más parecido a una ideología que he sido capaz de asumir me lo han proporcionado, aparte de mi propia cosecha, ciertos libros de pensadores malditos y algunas grandes obras de la ciencia-ficción, sustancias que, lamentablemente, nuestra época aún parece estar lejos de ser capaz de digerir. Así que no pierdan el tiempo en tratar de alistarme en las filas de tal o cual bando político conocido, bajo riesgo más que probable de errar estrepitosamente. El respeto del que hablo se lo han ganado los personajes en cuestión más por su inteligencia, sensatez, coherencia, astucia, cintura, honestidad, o cualquier otra característica que se me antoje deseable tanto para el humano en general como para el animal político en particular. Fruto de esta consideración, cuando tales personajes abren la boca o mueven ficha, yo les presto especial atención. Y tal ha sido el caso de Julio Anguita, alias El Califa -pocos motes he visto tan bien puestos-, y su flamante Frente Cívico.

   Para ubicar a los que no estén al caso, resulta que a finales de junio del presente año, Anguita se arrancaba con una entrada de blog tan rotunda y afilada como su propio perfil moruno. Terminaba el texto con un listado de diez propuestas, desplegadas con la intención expresa de promover ese necesario debate que algunos postulamos y muchos eluden, temerosos, tal vez, de que, en su desarrollo, pudieran quedar en entredicho los dogmas y las banderas que trufan sus identidades. Ante la necesidad de orientación que padece el desamparado personal, se entiende que la voz del Califa resonara en el desolador vacío de propuestas definidas y concretas, haciéndolo vibrar lo bastante como para que don Julio, con premeditación o sin ella, debiera pisar de nuevo la misma tarima apenas dos semanas después. Sin entrar ahora en detalles -léanse los textos que les enlazo, caramba-, las propuestas iniciales se convertían así en un llamamiento a la acción que, amplificado por la Red, alentaba a constituir en las ciudades asambleas populares que pudieran servir de cimientos a ese “nuevo” frente cívico anunciado.
   Y así, atentos a lo que en la Red se cuece, una lluviosa mañana sabatina, unos colegas y yo, en nuestro incansable peregrinaje en busca de brotes verdes, y equipados con ese prudente escepticismo y saludable espíritu crítico que nos distingue -para bien o para mal-, nos plantamos en el acto constituyente de la correspondiente asamblea en la Ciudad Condal. Sin embargo, a los diez minutos de iniciarse el acto, nuestro selecto grupo empezó a desfilar discretamente hacia la cafetería del lugar; a los veinte, degustando cafeína, teníamos montado ya nuestro propio debate en torno a la mesa del bar, que, como se sabe, es donde los íberos solemos arreglar el mundo. Y antes de que nos tilden de rancios o desaboridos, déjenme unas líneas que sirvan para explicar, si fuera posible, nuestra insolencia.

   Se me antoja una perogrullada, por evidente, que si alguien ha visto el cielo abierto al contemplar a las muchedumbres populares que vienen manifestándose desde el célebre 15M han sido la vieja izquierda decimonónica y el viejo progresismo cumbayá, versión ibérica de los ecos de un hipismo campestre y un mayo del 68 acontecidos más allá de las fronteras de la Piel de Toro. Es comprensible que ante la visión de las calles atestadas por multitudes rememorando y coreando de nuevo aquellas consignas que los Sex Pistols habían dejado, hace ya treinta y cinco años, a la altura del betún, las esperanzas de todas esas viejas guardias se hayan visto reanimadas y hayan puesto manos a la obra en la tarea de resucitar aquella revolución que heredaron de sus abuelos. Además de los múltiples intentos por parte de partidos ya granados, sean más o menos minoritarios, de apropiarse de la indignación del populacho, de arrimarse el ascua a su sardina y salir en la foto, hemos tenido sobradas ocasiones de comprobar cómo, sin ir más lejos, en las asambleas de barrio que han florecido en el último año por todos los rincones del Estado, son innumerables los casos de partidos, partiditos y partiduchos de los que ni siquiera se sabía de su existencia que, con toda pasión y fervor soviéticos, queriendo aprovechar la posible ganancia del río revuelto, se han hecho con el control de las mismas, para conducir a la plebe furibunda, confusa y desvalida hacia el luminoso amanecer de una nueva Internacional... (suspiro). Y algo de todo eso fue lo que detectó nuestro fino y puñetero olfato...

   Con todo, aunque no lo crean, y a pesar de las dificultades que tenga yo para comulgar, insisto en que todo este tipo de maniobras me parecen de lo más necesarias, porque, como ya he señalado en otras ocasiones, si algo sacaremos en claro de todo esto es el poso que pueda quedar entre esa inmensa mayoría que en su vida se había planteado siquiera participar de forma activa, en la medida que fuere, en la vida política de su entorno. Y no me refiero a poso ideológico, sino a poso en los hábitos; es decir, en adquirir la costumbre de ponerse ante el otro y verse obligado a exponer y a escuchar, a discrepar, a poner en tela de juicio, a debatir, a decir que sí y consensuar y, sobre todo y más difícil todavía, a ser capaces de cambiar si la razón y el buen juicio así lo requieren.
Y que el Califa haya removido una vez más la olla como lo ha hecho no hace otra cosa que confirmar la consideración que le guardo. ¡Anda que no nos gustaría nada en nuestro barrio tenerlo sentado alguna vez a la mesa del bar desde la que arreglamos el mundo!

lunes, 24 de septiembre de 2012

Resoplidos

   Me la bufa. Perdonen la brusquedad, pero es que me la bufa. Me la bufa el nacionalismo español, el catalán, el vasco, el gallego, el andaluz, el extremeño o el que sea. Me la bufan los unos y los otros y sus maneras mandrilescas: ahora te enseño los dientes ahora te lamo el culo hasta ponértelo en carne viva. Me la bufan el Rey y sus discursos de gramola, y me entra la risa del esperpento al verlo salir por la tele vestido de galas militares saludando a generales un día después de su carta de aprendiz de El Príncipe; me parto la caja, y me la bufa. Me la bufan las lágrimas de Esperanza y espero que los mastines de la Merkel le echen el guante y la despedacen; a ella y a todos los de su calaña, desde el primero hasta el último, pues la izquierda, la derecha, el adelante, el detrás, el un-dos-tres y todos estos politicastros de Yenka me la bufan. Y, sí, me la bufa que sean los Men in Black los que acaben cortando el bacalao mientras alguien tenga los cojones de hacer la limpieza de tanta casta y tanto clan de canallas, sanguijuelas y sinvergüenzas que aquí no hemos sido nunca capaces de hacer. Porque a mí, a estas alturas de la película humana, qué quieren que les diga, las soberanías nacionales, me la bufan. Todo lo que no sea hablar de especie y planeta hacia arriba me da la sensación de déjà vu –siempre el mismo, para mayor tedio–, me aburre más que la jaula de las tortugas del zoo y, además, me la bufa. Y ya que me pongo, me la bufa el integrismo islámico, el cristiano-católico-apostólico-romano, el protestante, el semita o el antisemita, me la bufan los budistas, los taoistas o los hare krishna, sus maneras cerriles, su exasperante falta de cintura y de sentido del humor. Que yo los respeto todo lo que haga falta, que sí, pero que sus rezos se los paguen ellos y que no toquen los huevos con sus trifulcas, porque me la bufan.
   Que nos la están metiendo doblada, señores, que se llevan los dineros a espuertas, en nuestra puta cara, y las ratas saldrán corriendo a la primera de cambio; que dos más dos son cuatro por mucho que cambien el sistema educativo; que si nos dejamos marear con tanto estiércol humeante, nos vamos a sacar los ojos entre esclavos y vamos a estar comiendo mierda hasta el día del Juicio Final por la tarde... La cabeza fría, ármense de paciencia, buen humor, no dejen de pedalear, no pierdan de vista la bolita y hagan caso del indiscutible rey de las pistas:



Y al que no le guste, me la bufa.

lunes, 30 de julio de 2012

Misiva fugaz

Apreciados lectores:
Sólo unas líneas breves durante un respiro en mi particular odisea, esperando que se encuentren todo lo bien que se pueda pedir en estos tiempos convulsos en los que muchos debemos hacer filigranas para no salir despedidos por la borda, de los bandazos que da el barco. No desfallezcan. Este humilde juglar sigue aquí, escaso de tiempo y medios –que no de firmeza y determinación–, pero atento, por el rabillo del ojo, a todo brote verde, a toda chispa brillante que contribuya a prender cualquier llama que ilumine las sinuosas sendas que tenemos por delante.
Y tras este arranque cuasi de opereta marinera, aquí les dejo una par de perlas para que lubriquen sus meninges. Si tienen a bien compartirlas con sus prójimos, eso que saldremos todos ganando...
Mientras espero volver con buenas nuevas, reciban un afectuoso saludo.

Intervención de Arturo Pérez-Reverte y Juan Luis Arsuaga en el Congreso Iberoamericano sobre Redes Sociales "iRedes 2011". La cosa iba de redes sociales, claro, pero hubo más, mucho más...

Cambio de paradigmas (Changing Paradigms), por Ken Robinson. Excelente aportación para el inexcusable desmantelamiento del sistema educativo, madre de todos los corderos...

jueves, 7 de junio de 2012

Pasatiempo

Empeñado como está uno en sobrevivir, no dispongo del tiempo que quisiera para dedicarle a esta querida palestra que, de momento, me da mucho de alegría, pero poco de comer. Sin intención alguna de abandonarla, aprovecho un respiro en mi tempestuosa situación para dejarles aquí un par de notas breves que espero sirvan, cual cubo de Rubik, para entretenerles un rato... 

Nada volverá a ser lo mismo

Ante el bochornoso y desvergonzado caracoleo de la casta política de la Piel de Toro en todo lo referente a una interminable serie de casos de corrupción que claman al cielo, en poco menos de veinticuatro horas se han recogido cerca de veinte mil euros para formalizar, desde la ciudadanía, una querella que lleve al banquillo a banqueros y políticos susceptibles de estar implicados en el asunto de Bankia.

Aún en el caso, harto probable, de que eso que denominamos "Justicia" lograra exonerarlos, la jugada no habrá sido en vano: además de una prueba más del potencial de las redes sociales para cosas como esta, entre otras muchas, queda sentado un precedente, sembrada una semilla. El ciudadano habrá aprendido a hacer algo que no había hecho nunca, habrá superado el miedo a hacerlo. Habrá puesto a prueba un nuevo tipo de ariete, que, además de derribar nuestros propios muros de miedo, está basado en la razón y no en la fuerza bruta; en la consciencia y no en la pura furia. Y si la "Justicia" no es tal, quedará retratada con nitidez a los ojos del planeta entero, dando un paso más en su vergonzoso trastabilleo contra las cuerdas.




Welcome to the Third World War

Así, como quien no quiere la cosa, estamos inmersos en la III Guerra Mundial. Pero esta vez no es por tierra, mar y aire donde se libran los combates; es en los parqués de la Economía donde están los campos de batalla. Las conquistas no se logran entrando con tanques hasta la cocina del oponente, sino por el domino de su sistema económico...

La población civil, dolorida por las heridas que sufre en forma de recortes y paro, instigada y azuzada a base de miedo, inquietud e incertidumbre hasta el límite de la insurrección, no alcanza a concebir los grandes despliegues sobre el mapa extendido. En esta ocasión, el grueso de las bajas no son físicas, son anímicas, son ideológicas...

La infantería de a pie se encuentra esta vez parapetada tras las pantallas de sus terminales, librando, de sol a sol, las más cruentas escaramuzas en los campos de operaciones de la comunicación, la información, la propaganda, la guerra psicológica, frentes que conforman la mayor red de trincheras jamás concebida...

El gobierno alemán negocia con la oposición la implantación de algo que se parece mucho a la "Tasa Tobin"... Bruselas dice ya que "las crisis financieras no las paguen los ciudadanos"...

El incesante bombardeo destapa fabulosos zulos de corrupción, despilfarro y trapicheos, dejando al descubierto a hordas de sinvergüenzas, clanes familiares y castas políticas de todo tiempo y pelaje que, con la boca llena de botín y empujándose y acusándose unos a otros, corren como ratas bajo los faldones de una Justicia deshonrada, mal herida y que se desangra por momentos...

Porque hay un plan, de eso no les quepa duda. Y no digo que sea ni mejor ni peor, sólo que es uno con enjundia y vericuetos que van más allá del "filtrado" esta semana en la prensa –más que "filtrado" ha sido "liberado", creo yo, para que nos vayamos peinando–. Es un plan estratégico que viene de lejos, poco tiene que ver con las conspiranoias al uso y conduce, de forma inexorable, a un modelo planetario...

lunes, 14 de mayo de 2012

Crónica obligada

Escribo estas líneas con el mismo compromiso rutinario con el que se felicita una boda, un bautizo o una comunión a los que no tienes intenciones de asistir porque, precisamente, estás muy ocupado en abolir este tipo de actos. Los seguidores de estas páginas electrónicas saben desde qué perspectivas he valorado –y valoro– el fenómeno 15M, valoraciones que son perfectamente aplicables a la onomástica celebrada este pasado fin de semana. Como se me antoja redundante –y aburrido– repetir lo que ya he repetido en exceso, me limitaré a vomitar algunas impresiones, personales e intransferibles, de última hora.
Estas últimas manifestaciones, en sí, con su alegre crisol de individuos, son el auténtico reflejo de aquella incipiente pluralidad ganada hace un año, de aquella expresión cada vez más multitudinaria de un NO, de un BASTA rotundos, sin colores, ni banderas, ni doctrinas definidas, de una multitud que no sabe cómo saldremos de esta, que intuye pero no comprende –todavía–, pero ha descubierto que no está sola... Este pasado fin de semana, durante el recorrido de esas manifestaciones, se pudo palpar el espíritu que se pretendía rememorar. De eso no cabe duda.
Sin embargo, en la Plaza Catalunya de Barcelona ha sido otro el cantar, porque lo que allí se ha instaurado, como era previsible, no tiene más valor que el de unos símbolos que, como también cabía esperar, desprenden un halo de primitivismo, bucólico y temeroso a un tiempo, que constata y se corresponde con la reacción primaria del animal humano asustado ante la situación adversa y/o novedosa: volverse a la cueva a darse pomada. Ya no es espontáneo lo que se monta en la plaza, ni plural –a uno le quemaron una bandera en el perímetro de la plaza, mientras en el centro ondeaba otra–. Es como un mercadillo de tiempos bíblicos... Aquellos tenderetes que fueron espontáneos, son ahora premeditados; los más fariseos ya no comparten, sino venden, chapas, libritos, fotos de la "revolución", remedios milagrosos para el estrés... Donde hubo humanos diferentes, por primera vez frente a frente, dispuestos a escucharse, hay ahora hileras de personal dándose masajes en la espalda; corros sentados en el suelo porque el ritual exige ese formato, pero en las cartulinas hay escrito lo mismo del año pasado... En las escalinatas, improvisados anfiteatros, se acomodan los viejos gurús con sus séquitos de acólitos, ante una audiencia que los mira desde abajo, reproduciendo fielmente la estructura piramidal que se nos desmorona encima. Siguiendo la máxima de Warhol, con las cámaras delante, el personal posa, micrófono o megáfono en mano, para sus minutos de gloria. A este paso, no me sorprendería que el año que viene sea el propio Ayuntamiento (que seguirá corrupto) y las universidades (que seguirán corruptas), junto a las instituciones artísticas (que seguirán corruptas) quienes organicen el cotarro, por su pintoresco valor cultural, folclórico y turístico, claro está. ¡¿Pero es que no hay más música en el mundo que el reggae, Lluis Llach y esos tambores cansinos?! En fin, que nunca el presente se pareció tanto a La vida de Brian...
Quede claro que no pretendo negar el derecho de las gentes a expresar sus sentires y a disfrutar de sus rituales preferidos. No faltaba más. Pero en pos de una perspectiva lo más precisa y racional posible, y con todo mis respetos, déjenme que me exprese yo y dude de que el proceso de análisis y desarrollo de las soluciones a los problemas que nuestro tiempo nos plantea radique en adoptar una especie de "hippismo" que parece anhelar que todos volvamos a abrazar la vida en los árboles –abajo, quiero creer–. Y con todo esto no quiero decir, repito, que se haya perdido lo que de valioso tuvo el 15M. No. Pero lo que de positivo tuvo, tiene y ha generado no está ya, desde luego, en el ritual de las plazas. Está, como siempre sucede, en los frentes más crudos, invisibles e inhóspitos, intentando abrir, a golpes de razón, imaginación y pensamiento libre y crítico, nuevos boquetes por donde se pueda proyectar el futuro.

jueves, 3 de mayo de 2012

Efemérides

   En el mes de mayo, la mitad de mi familia tenemos por costumbre cumplir años; así que mañana, día 4, como quien no quiere la cosa, este que les escribe alcanzará la línea del medio siglo, con todas su ventajas e inconvenientes. En tales circunstancias, exige la tradición pedir deseos y yo, desde hace mucho, suelo pedir siempre los mismos, con ligeros ajustes y adendas según el humor con el que me levante. Como bien saben, tales peticiones son secretas y no seré yo quien viole las reglas de asunto tan delicado... Pero dejemos eso ahora, pues sucede que este año, en mi calendario, tengo en el mes de mayo más fechas señaladas que de costumbre y, aunque sólo sea por lo anecdótico, me gustaría mencionarlas brevemente.

   Para empezar, once días después de mi onomástica, se cumplirá un año de aquellos acontecimientos que fueron bautizados, ya para la historia, como el 15M. Los que siguen estas páginas saben perfectamente lo que opino al respecto, y, a estas alturas, el que no haya entendido dónde radica la novedad, el beneficio y el avance de aquello difícilmente lo entenderá. Y el que lo haya entendido comprenderá que, mientras el día 12 se rememore el ritual y se pidan los deseos a pleno pulmón, yo no asista a la fiesta y dedique la jornada a seguir buscando vías de aplicación para las bondades de aquel espíritu. Si de mí dependiera, ese día dejaría las calles desiertas, a los dispositivos de seguridad abandonados y envueltos en una aplastante y silenciosa soledad. Pero si el empeño en celebrar se hiciera irrefrenable, me inclinaría por organizar fiestas infantiles por todas las barriadas y las poblaciones del globo: música, comida, teatrillos, risas... Sin más consignas, partidos ni banderas que compartir con alegría lo que tenemos y transmitir a nuestros niños un claro mensaje: que suceda lo que suceda, por muy diferentes que seamos, estamos juntos, con ellos, y que por ellos nos estrujaremos las meninges y echaremos el resto.

   Por otra parte, siete días después de aquel 15M, salió a la luz –eléctrica– este blog. No creo necesario aburrirles con lo obvio: lo que ha dado de sí en un año, aquí lo tienen, a su disposición. Sin embargo, quiero dejar constancia de mi más profundo agradecimiento hacia todos ustedes, en general, que con sus trece mil visitas –que se dice pronto–, además de sorprenderme, me han dado aliento para continuar, por complicada que sea la circunstancia de uno. Especial gratitud para aquellos que, además, con sus donativos voluntarios, demostraron comprender enseguida el intento que este blog representa de abrir nuevas vías que permitan hacer llegar la obra de uno a aquellos que quieran recibirla, al margen de las obsoletas y sangrantes industrias culturales habituales. Y sin morir –de inanición– en el intento. Son esos gestos los que me sirven de apoyo para continuar explorando esta senda, que ya me tiene pensando en algunos cambios en esta palestra para –como dicen en el mundillo de los vídeo juegos– "mejorar la experiencia". Muchas gracias a todos, de corazón.

Cartel
Cartel del evento
Y para terminar el mes, tengo el día 26 rodeado con círculo rojo, pues en tal fecha, y después de veinte años, volveré a pisar las tablas, sucumbiendo a una de mis mayores pasiones: la música. Aunque bien es cierto que nunca he dejado de exponerme al público, sea a través del papel, de la radio, en charlas, bodas, bautizos y comuniones, no hay para mí nada comparable a la tarea de la música y a la liturgia que su ejecución en público conlleva. Así pues, una vez confesada mi adicción, me complace invitarles a la presentación de esta nueva aventura musical que hemos bautizado como "Cyborgs", evento del que ya corren los detalles por esta Red nuestra. Nada me complacería más que tenerles allí. No se me ocurre mejor manera de celebrar tanto cumpleaños.

martes, 10 de abril de 2012

Las cadenas de todos

   Permítanme que hoy inicie mis divagaciones con unos malabares numéricos, seguramente no del todo precisos pero sí lo bastante aproximados para la ocasión.
   Pongamos que somos unos seis mil millones de humanos. Según terminaba el siglo XX, alrededor del 80% residía en las regiones de menor desarrollo y el resto en las de mayor. Tengamos también en cuenta que se estima que, aproximadamente, sólo un 10% de la población mundial está conectada a la Red, lo que vendría a ser unos 600 millones de almas experimentando, de una forma u otra, esta nueva experiencia de la interconexión.
   Esto de la interconexión genera, entre otras muchas cosas, una serie de impresiones que, aún teniendo su lógica, distan mucho de la realidad que los hechos constatan. El humano ha ido ampliando su visión y entendimiento del mundo a medida que ha ido adquiriendo conocimiento y, en nuestra era, las redes de comunicación tejidas durante el siglo XX se han ido extendiendo por la faz del planeta. Sin embargo –y ahí es donde voy–, en esta última afirmación que acabo de hacer va implícita una distorsión de la realidad que nos conduce, hoy en día, a un sinnúmero de valoraciones incorrectas y, por ende, de movimientos o acciones no menos erróneos o ineficaces. La distorsión se produce cuando digo "el humano", generalización que me lleva a pensar, de modo inconsciente, que todo individuo de mi especie cuenta ya con esa visión y entendimiento del mundo propiciados por el conocimiento adquirido y difundido por las cada vez más tupidas redes de comunicaciones. Es decir, a poco conciencia de especie que uno sea capaz de tomar, a poco que sea capaz de concebir la idea de "todos", se tiende a pensar que ese "todos" ha alcanzado ya el mismo grado de iluminación que nosotros mismos. Nada más lejos de la realidad.

   Hace unos días, mi estimada colega La Terrícola se preguntaba en una de sus magníficas entradas:

[...] ¿Es tan difícil para algunos plantearse la vida no como una carrera, una caza, una guerra, si no como un cuadro, una melodía, un poema? [...]

   Y, más adelante, afirmaba:

[...] Cualquier persona desde cualquier posición en cualquier punto del planeta, sea cual sea su condición y sean cuales sean sus circunstáncias, es capaz, o al menos su cerebro lo es, de mirar más allá de sus narices. [...]

   Vaya por delante que yo mismo me he visto –y me veo– inmerso en esas cuestiones hasta la desesperación, siempre con resultados angustiosos y frustrantes, dándome con los cuernos, una y otra vez, contra el implacable muro de los hechos. Pero a su pregunta debo responder: sí, es tan difícil y, en muchos casos, incluso imposible. Y a la afirmación: no, cualquier persona no es capaz de mirar más allá de sus narices, a pesar de disponer de un cerebro con capacidad para esa virguería y muchas otras. Y ahora me explico.

   Cuando un individuo nace en una determinada circunstancia –por no entrar en las posibles influencias que pueda recibir durante el periodo de gestación–, la primera construcción del mundo que se hará se basará en dicha circunstancia. Si todo el decorado y los comportamientos que le rodean responden a esa misma circunstancia, si todo el mundo corre, caza y guerrea, se comportan desde hace miles de años como corredores, cazadores y guerreros, tiene muchos números de que acabe convenciéndose de que la vida ES, en efecto, una carrera, una caza, una guerra. De hecho, esa es la circunstancia en la que ha nacido: en medio de una carrera, de una caza, de una guerra. Así pues, en tal circunstancia, lo complicado es pensar algo distinto, más aún cuando cualquier intento de comportamiento diferente al establecido se convierte, de forma automática, si no en una estrategia perdedora de supervivencia, sí en una estrategia harto arriesgada y complicada. Ahí tenemos un primer paquete de cadenas que lastran cualquier intento de cambio: las que imponen la circunstancia cultural, la circunstancia social, la tradición, la costumbre, la estrategia de supervivencia establecida.
   Este primer paquete de "cadenas" tiene un efecto devastador sobre otro paquete de cadenas: las de ADN. Como bien sabemos, las características de cada organismo vivo vienen definidas por su dotación genética. Sabemos también que dicha dotación genética en susceptible de cambiar, de mutar, en función de la circunstancia, con el objeto de adaptarse a la misma y poder sobrevivir. Es decir, según sean las circunstancias, unas características del organismo se verán más potenciadas que otras, simplemente porque resultan más eficaces en dichas situaciones. Si el organismo no cuenta con características que sean eficaces en una circunstancia determinada, está condenado. Si a un pez le quitas el agua, las aletas se le atrofiarán y será mejor que se dé prisa en desarrollar unas patitas o unas alitas o lo tiene crudo... Este mismo principio se aplica, claro está, al organismo vivo que conocemos como humano. Si el susodicho se encuentra en una situación de larga duración donde el correr, el cazar y el partirse la cabeza unos a otros es lo que se lleva, toda característica que se muestre eficaz en esas lides se verá potenciada, características entre las que se incluye el modo de usar el cerebro. En un entorno rodeado de felinos hambrientos, pongamos por caso, tiene más posibilidades de sobrevivir el cerebro atento a las huellas, los rastros, los olores de tales felinos, que el cerebro atento a las florecillas, las mariposas y a las preciosas puestas de sol; así, aunque la posibilidad –el potencial– de deleitarse con las maravillas de la creación no desaparece, la estrategia que resulte más eficaz para la supervivencia potenciará todas aquellas capacidades –incluso las cerebrales– relacionadas con el olfatear, el rastrear, el estar atento a los movimientos furtivos entre la maleza....
   Si he conseguido explicarme, entenderán que diga que, aunque el cerebro, como tal, podría hacerlo, el individuo sólo mirará más allá de sus narices y/o de su ombligo si la circunstancia de supervivencia se lo exige. Teniendo en cuenta que llevamos miles de años en una circunstancia cuyo formato es de carrera, de caza, territorial, bélico, no es de extrañar que la inmensa mayoría siga atendiendo a modelos de comportamiento que han terminado, en muchos casos, por convertirse en rasgos genéticos. Así pues, para ver más allá de las propias narices, se necesitará que la circunstancia lo permita y una serie de generaciones que muten en esa dirección, es decir, que consigan ser capaces de mirar más allá de sus narices y transmitirlo a la siguiente generación.

   Con todo esto, donde quiero ir a parar es a que esperar que "todos" hagan o piensen tal o cual cosa es –afortunadamente– imposible. Se está consumiendo fabulosas cantidades de esfuerzo infructuoso por causa de esa distorsión, con el consecuente desfallecimiento que ello provoca. Ni a día de hoy ni a lo largo de la historia conocida, aquellos capaces de mirar más allá –o de pensar distinto, si prefieren– han sido el 99,9%, ni siquiera una simple mayoría numérica; los cambios siempre los genera una inmensa minoría y, ateniéndonos a los hechos, eso no implica que la mayoría, "todos", hayan asimilado tales cambios, ni mucho menos. Vamos camino de los cuatrocientos años desde Galileo y la inmensa mayoría sigue pensando el mundo a base de dogmas de fé...

   Para que no se me acuse de aguafiestas, apunto dos líneas de acción que contribuyan a los necesarios procesos de cambio:
   Por un lado, que aquellos con capacidad de mirar más allá de sus narices, trabajen en modificar la circunstancia, sea en solitario o con afines. Si se consigue modificar la circunstancia de manera efectiva –es decir, que permita estrategias de supervivencia estables–, el resto se adaptará a la nueva circunstancia, o sucumbirá en el intento, como siempre ha sido. Construcción de, llamémosle, "circunstancias paralelas".
   Por otro lado, acometer, de una vez por todas, de forma radical y definitiva, el asalto al bastión fundamental de... –ustedes lo han querido– ... la educación. Y para empezar a mascar el asunto, les dejo un vídeo y una pregunta: ¿por qué al común se le permite disponer en cierta medida de medios de comunicación "propios", pero no se le permite fundar sus propias escuelas (o cualquier otra fórmula educativa alternativa)?


martes, 3 de abril de 2012

Llamaradas

   A ver, damas y caballeros, si empezamos a ubicarnos en el mapa y damos alguna muestra de haber aprendido algo en los nueve o diez mil años que llevamos de curso. No pido que me resuelvan integrales –de momento–, pero sí un mínimo de soltura en el manejo de las cuatro operaciones aritméticas básicas, que ya está bien la broma.
 Vamos a ver: cada vez que tiene lugar uno de esos ritos que tanto nos gustan –léase "huelga" o cualquier otra manifestación de catarsis colectiva– retrocedemos dos de cada tres pasos avanzados. Ahora nos tiraremos dos o tres meses, hasta la próxima, tratando de explicar y/o justificar los furores propios y ajenos, tirándonos los trastos a la cabeza, los pacíficos a los violentos, los violentos a los pacíficos, el de rojo al de azul, el de azul al de negro, y éste al de verde; porque tú, porque ellos, porque yo... Todos y cada uno de los actores de la obra representando con precisión aterradora, una y otra vez, sus correspondientes papeles, como una pesadilla interminable.
   Comprendo perfectamente, repetiré otra vez, la necesidad ritual, cuya función no es otra, precisamente, que la de canalizar, expresar, dar forma a sensaciones, pasiones, emociones que nos abruman y, por ello, requieren de una válvula de escape. Reunidos en torno a la hoguera, uno se disfraza de mamut para que otro, disfrazado de cazador, se enfrente a él y lo derrote en nombre de todos, en medio de una danza extática colectiva al son de los tambores. Ritos para enfrentar y canalizar los miedos, los anhelos y las necesidades, sean físicas o psicológicas. Miren a su alrededor, están por todas partes: celebraciones religiosas, conciertos musicales, eventos deportivos, teatro, cine, y, actualmente, manifestaciones...
   Sí, amigos míos, sí: las manifestaciones, hoy en día, no son más que la expresión ritual de lo que en otros tiempos fueron revueltas sangrientas, como los eventos deportivos son la expresión ritual de la batalla o de los duelos. Me da la risa tonta cada vez que oigo a un manifestante que, forrado de pegatinas y banderola en ristre, después de varias horas vociferando entre una multitud de miles de personas haciendo lo propio, echa pestes de aquel que se mete en un estadio con otros miles de personas a jalear a su equipo o duelista favorito. Pues déjenme decirles que, hoy por hoy, un evento deportivo es una forma infinitamente más civilizada de ritual que muchas manifestaciones –por no mencionar ciertos ritos religiosos–. Es más, el aficionado al evento deportivo, por muy energúmeno que sea –es decir, por desmedida que sea la pasión que le ponga– no comete el lamentable error de pensar que su rito favorito va a solucionarle los problemas que el mundo, la circunstancia le plantea. Por muy eufórico que se ponga, por mucho que se pase la semana hablando de lo mismo, tiene clarísimo que, frente a los recortes, el paro o la reforma laboral, de nada va a servir ondear los colores de su equipo. Por muy bonita que nos quedara la danza, por mucha hermandad e identidad que nos embargara la noche anterior, a la mañana siguiente habrá que salir a cazar el mamut, con todos sus riesgos e inconvenientes. Habrá que salir a cazar al mamut, y mejor será que lo hagamos con los sentidos atentos y afinados, concentrados, con la mente fría y despejada de los vapores, del humo, de las llamas, de los gases rituales; mejor será que examinemos y analicemos cuidadosamente el terreno, las huellas, los rastros, que nos atengamos a los hechos y no al dictado de la embriaguez visceral. Porque si confundimos el ritual con la circunstancia real, si dejamos que la víscera ocupe el espacio de la razón, la mente se nubla y el problema se distorsiona, dificultando así cualquier intento de solución, generando frustración, resignación, apatía y, sobre todo, aumentando de forma alarmante las posibilidades de que el mamut se nos lleve por delante.

viernes, 23 de marzo de 2012

Temporada de utopías

– ¿Dónde se habrá metido ese condenado juglar? –gruñó el mesonero, mientras la clientela que ocupaba el local se inquietaba en sus asientos.
– No se altere, maese Stream, que aquí me tiene: razonablemente sano, nunca a salvo del todo y con la cordura siempre en tela de juicio. Como debe ser. Así que alegre esa cara, cese en sus gruñidos y sirva otra ronda al respetable, que, no me cabe duda, sabrá disculpar mis demoras en dejarme ver por este antro de luz. ¿Quién entre los presentes está libre de atender las necesidades que el cuerpo y el alma reclaman? ¿Quién de hacer frente a los desvelos que estos tiempos convulsos imponen a nuestra existencia? ¡Mozo, apaga esas luces, enciende aquel foco y descorre el telón! ¡No hagamos esperar más a público tan distinguido!
Y de un brinco subió a la tablas, justo bajo el haz luminoso, y con gesto de ilusionista extrajo de entre sus ropajes un transneural que, a juzgar por su débil resplandor, había conocido tiempos mejores...


   Es temporada de utopías. Así como hay frutas que necesitan de los requisitos climáticos de una u otra estación, las utopías dependen también de ciertas circunstancias "ambientales" que fertilicen sus ciclos de crecimiento y desarrollo.
   El terreno y el clima propicios para la utopía son los de la crisis, los del colapso de un orden de las cosas, situación que acontece cada vez que alcanzamos cotas suficientes de nuevos conocimientos como para poner en entredicho o licenciar directamente las ideas y las estructuras que nos servían hasta entonces para entender, sostener y hacer funcionar el mundo, nosotros incluidos, claro está. Cuando la situación aprieta, cuando las turbulencias de los cambios nos ponen patas arriba el mundo al que estábamos acostumbrados, no nos queda otra que bocetar nuevos horizontes, nuevos planos, nuevos desafíos, nuevos futuros, pre-visiones, a fin de cuentas, que nos permitan orientar nuestros pasos; nuevas promesas y esperanzas que den sentido a la existencia. ¿Qué otra cosa son todos nuestros "ismos", desde el más vulgar al más elaborado, desde el más terrenal al más intangible, si no construcciones de este tipo, horizontes ideales que nos permitan conducir a través del torbellino de miedos, inquietudes y anhelos que la consciencia de estar vivos nos plantea sin miramientos? Frente a tales exigencias, como la fruta sobrante que se pudre en el frutero, superado todo intento de adaptación, las utopías caducadas acaban deteriorándose hasta lo tóxico y nos vemos obligados a sustituirlas por otras frescas, de su tiempo, porque así como necesitamos de las frutas para comer, necesitamos de las utopías para avanzar: si la fruta es alimento, la utopía es impulso. Mientras la fruta es combustible para el camino, la utopía le da sentido al caminar.
   Comprendo perfectamente esas cejas recelosas y esos ceños fruncidos que puedo distinguir entre la audiencia, pues no todo en las utopías es acompañamiento de violines. Bien es cierto que hemos conocido y arrastramos utopías monolíticas escritas con mayúsculas, impuestas por los dioses y sus herederos, prometiendo paraísos imposibles fundados sobre nuestra ignorancia desesperada, relegándonos a meras marionetas de sus caprichosos designios. Utopías transmutadas en metas y por ello finitas, estáticas, muertas. Utopías quiméricas, frustrantes por ser ajenas al drama de la finitud del ser humano.
   Pero, ¡ay, amigo!, a poco conocimiento adquirido del mundo y de nosotros mismos, la cosa cambia, quedan los dioses, los endiosados y sus escenarios en entredicho, y sentimos que podemos palpar el timón, aferrarlo y forcejear con él para conducir en alguna medida nuestros destinos. Sobreviene entonces la crisis, la catástrofe de lo antiguo, se abre el abismo de la incertidumbre y, con ello, se impone la necesidad de planes nuevos, actualizados, lo bastante inalcanzables como para ser útiles, para garantizar la tensión y la actividad necesarias para saciar nuestro afán de transcendencia, nuestro hambre de vida. Tiemblan entonces los monolitos con mayúsculas hasta saltar en pedazos, dejando paso a una miríada de utopías, individuales y compartidas, desde las más íntimas y personales hasta aquellas lo bastante amplias y frondosas como para abarcar a la humanidad entera.

   Es temporada de utopías y yo, por eso mismo, les dejo aquí una recogida por el camino para que la husmeen y jueguen con ella, la laman y la caten, si así lo desean. Lo que hagan con ella después no me causará desvelo, pues me basta si les sirve como viento en el que volar la cometa de su imaginación...

lunes, 13 de febrero de 2012

Autores, cultura y los 40 ladrones (III)

   Con el invento de la imprenta, imagínense, por ejemplo, el revuelo que debió de formarse en las altas esferas de las congregaciones religiosas medievales. El clero, custodio del saber almacenado en sus monasterios, y prácticamente único encargado de la sagrada tarea de copiar –o sea, re-producir–, debió de ponerse como basilisco ante aquella invención del demonio. ¡Tanto escriba al paro! ¡Inadmisible! ¡Los textos sagrados en manos de pecadores y reproducidos de forma tan diabólica! ¡Peor que el Apocalipsis y las Siete Plagas! Puedo figurármelo comiéndole la oreja a cortesanos, nobles y reyes para que dictaran decretos, edictos o lo que fuera que condenara y prohibiera aquella nueva argucia del Maligno. Los argumentos se parecerían mucho a los que hoy escuchamos en la "lucha contra la piratería": está en peligro la "cultura", el "autor", la "propiedad intelectual", y bla, bla, bla; cuando todos sabemos que lo que se ponía en juego era la propiedad del negocio y, sobre todo, la cuota de poder que proporciona tener el control de semejante producto. Y en el caso de la "cultura", eso es mucha cuota de poder, pues significa el control del conocimiento, de las ideas, de la expresiones que le llegan al gran público; es decir, significa el control de lo que la gente puede leer, puede escuchar, puede ver, y, por lo tanto, de lo que la gente puede –y debe– creer, pensar o con lo que identificarse.
   De lo que no hay duda es de que aquel negocio –y su cuota de poder– cambió de formato y de manos en la medida que los interesados fueron capaces de entenderlo y adaptarse a la situación.
  Ya en la segunda mitad del siglo XX, los avances tecnológicos en forma de fotocopiadoras y de grabadoras de cinta magnética significarían una nueva amenaza para la industria y el negocio de la cultura imperantes en el momento. Como sabemos, la mafia cultural, enmascarada con los mismos argumentos de "protectores de la cultura y el autor", no tardó en aplicar cánones a las fotocopias y las cintas de grabar para contrarrestar el papel y el plástico que dejaban de vender a causa de la posibilidad de que el populacho pudiera fotocopiarse un libro o grabarse un disco en una cassette. Sin embargo, una vez más, ya no habría manera de revertir los efectos de aquellas nuevas tecnologías que permitían, entre otras cosas, algo impensable hasta el momento: la plebe, el consumidor final, podía plantearse producir sus propias obras culturales sin pasar por el embudo y por el filtro de la industria cultural institucionalizada.
   La década de los ochenta se recuerda ya hoy como una explosión cultural sin precedentes, propiciada en gran medida por tal circunstancia. El común podía acceder a máquinas que le permitían realizar sus propias publicaciones: fanzines y revistas a base de fotocopia, publicación de obras musicales totalmente gestionadas y financiadas por los propios autores (es la época del nacimiento de la autoproducción y de los sellos independientes). Aún así, en ese momento, el mastodonte del negocio cultural tenía la sartén por el mago, lo que le permitía atenuar los efectos de aquella "fuga". Los autores que decidían autoproducirse se encontraban con los largos tentáculos del monstruo en cuanto se disponían a distribuir y promocionar sus obras: cualquier intento de introducir tales "productos" en el mainstream se topaba con que tanto las distribuidoras como los medios de comunicación pertenecían a la titánica industria cultural y, por lo tanto, o les pagabas o ni te distribuían ni te promocionaban. Y con esto no sólo me refiero a correr con los gastos del servicio; me refiero a cosas como que las imprentas te dieran con la puerta en las narices, las distribuidoras te amenazaran con asegurarse de que tu producto quedará enterrado en los almacenes, o que el locutor más "enrollado" del programa musical más "enrollado" pudiera pedirte, sin pudor alguno, en tu propia cara y bajo mano, un cuarto de millón de las antiguas pesetas si querías que tu disco sonara por antena. Las listas de éxitos, queridos lectores, se determinan a golpe de talonario, créanme.
   Se debe tener en cuenta que lo que uno encuentra en las estanterías, lo que escucha por la radio, lo que ve por la tele, en el cine, etc. no es otra cosa que las obras y los autores que, digámoslo así, "pasan por el tubo". De querer acceder al resto de la cultura, uno debía entonces dirigirse a los correspondientes guetos y circuitos de la cultura underground (ahora la llaman alternativa, que se mastica mejor). No me cansaré de repetir, ya que estamos, la gran importancia que tuvo –y tiene– la materialización de ese mismo fenómeno en otros ámbitos de la comunicación: en cuanto estuvo a la alcance del populacho la tecnología necesaria, aparecieron las primeras emisoras de radio libres –también etiquetadas y perseguidas como "piratas", fíjense ustedes que coincidencia–, a las que la historia se verá obligada a reconocer su papel fundamental como difusoras y generadoras de cultura independiente, popular, alternativa o como se la quiera llamar. Con todo, y a pesar de todas las dificultades, no había vuelta atrás; el proceso se repetía implacable: a medida que se facilitaba el acceso a las tecnologías de producción –imprentas, sistemas de grabación, emisores de radio, etc.– empezaron a florecer editoriales, sellos discográficos y emisoras independientes, que, si bien no ponían aún en jaque a las todopoderosas industrias culturales, significarían un considerable bocado de aquel jugoso pastel. Y lo que es más importante: abrían la espita para que otro tipo de cultura y de ideas, diferentes a las establecidas, fluyeran hasta llegar al gran público. Dada la circunstancia, la industria y las instituciones oficiales acabarían optando por tratar de fagocitar y asimilar, a base de subvenciones, aquella cultura díscola y convertirla en productos que sirvieran a sus propios intereses, tanto comerciales como políticos. ¿O acaso creen que fenómenos como el "rock radikal vasco" o el "rock català" tuvieron lugar por su cara bonita o por su "valor cultural"?
   Y entonces llegaron las computadoras, la digitalización y la conexión a Internet...
(Continuará...)

jueves, 26 de enero de 2012

El mayor espectáculo del mundo (I)

Pasándolo bien.
   Anteayer, un par de cacicas de la estepa castellana salivaban antes las cámaras de televisión mientras anunciaban la posibilidad de montar un "macrocomplejo del juego" en Madrid –casinos, hoteles, campos de golf y cosas de esas...– bajo el pretexto de generar varios miles de puesto de trabajo –la cifra esgrimida es de 200.000, exactamente la misma que se prometió inicialmente con el proyecto del casino en Los Monegros– y la inyección de un buen parné que, una vez descontado el chorreo de corruptelas inherentes a operaciones de tal envergadura, tan bien le vendría tanto a las arcas del estado como a sus propios bolsillos. De inmediato, los caciques de los demás clanes sacaron los dientes y lanzaron al viento todo tipo de objeciones –legales, morales, culturales, lo que haga falta–, pues nada hay que moleste más a un cacique que ver cómo el cacique de al lado se atiborra de carroña. Nada nuevo bajo el sol, por otra parte. A estas alturas, en este bastión feudal al que llamamos España, ya nadie se rasga demasiado las vestiduras por unas prácticas que forman parte de su acervo más arraigado. De hecho, en estos casos, hasta el último mono que pase por allí se apalancará en los alrededores con la esperanza de pillar algo.
   Coincide que, esta misma semana, por carambola publicitaria, una consultoría –"constructoría", se hacen llamar ellos– probó a venderme las bondades de sus "planes de activación territorial" –como si yo tuviera territorio alguno sobre el que hacer planes–, basados en algo denominado "economía del conocimiento" y que, según ofertan, "trabajando la singularidad de cada territorio" y "ayudando a encontrar el talento de cada uno de los habitantes" se puede cambiar el modelo económico, "crear bienestar cualitativo, equitativo y perdurable en el tiempo". Qué risas, oigan. Tras secarme las lágrimas, decliné educadamente su oferta, recomendándoles, en bien de su efectividad, una renovación de las estrategias en el departamento que les selecciona los potenciales clientes. La anécdota, sin embargo, me dejó un persistente runrún que ayer colisionó con las cacicadas que he mencionado, desenterrándome una propuesta que tenía sepultada por ahí y que paso a anunciar a continuación, convencido de que cualquiera con el mínimo sentido de estado –si es que aún queda algo de eso en alguna parte– se verá obligado a tener en consideración.
   Así, a trazos gruesos y para posterior desarrollo, la idea sería establecer como política de estado la conversión del conjunto del territorio en el centro mundial del recreo y el esparcimiento, la meca de las vacaciones y el reposo, el mayor espectáculo del planeta, el paraíso, el edén al que hay que ir por lo menos una vez en la vida; el Port Aventura definitivo, un Terra Mítica que abarque desde los Pirineos hasta Gibraltar, que deje a Las Vegas, Mónaco y Disneylandia a la altura de las casetas de feria. Y a este fabuloso parque elevado al rango de Estado lo bautizaría, para no herir sensibilidades, como... ¡Iberlandia!©

(Continuará)

Iberlandia©. La propiedad intelectual de ese nombre, los derechos de autor y lo que haga falta están reservadísimos, son míos y sólo míos; avisados estáis. Cuidadito con usarlo sin mi permiso, porque como me entere os mando al FBI y os vais a cagar las patas abajo, ¡destructores de la cultura! ¡Filibusteros! ¡Zulús! ¡Mercaderes de alfombras! ¡Ectoplasmas! Y ya me aseguraré de que os juzguen en otro país, listillos, que con lo de Camps, Gürtel, Iñaki y toda su parentela sé lo que estáis pensando...