Transcurrido más de un mes desde el ya célebre 15-M y pocos días después de su primera secuela, el 19-J, que ha triplicado, como mínimo, su éxito de taquilla, me acucia la necesidad –ahora que empiezan a relajarse las euforias de las catarsis– de empezar a dibujar un escenario, aún de fondo impreciso, y situar a los personajes y sus evoluciones dentro de esta tragicomedia que, sin ser nueva, por la vistosa magnitud adquirida –y la que adquirirá– resulta ya imposible de ignorar. Además, maldito juglar estaría yo hecho si no echara por esta boquita las composiciones que mis maltrechas meninges van gestando a base de ver aquí y oir allá. Así que, envuelto en el caos que me caracteriza, paso a darle unas vueltas al asunto, aunque sólo sea por pasar el rato.
En términos generales, desde los dos estratos superiores de la pirámide social, los ocupados por las castas políticas y las casta nobles, se miran el "movimiento" con más curiosidad que preocupación, no nos engañemos. De momento, salvo por tener que soportar algunas incomodidades puntuales, un milloncejo de plebeyos –en el más optimista de los casos– tirados por las plazas y gritando y bailando por las calles les da igual. Y les seguirá dando igual mientras el flujo ascendente de riqueza no cese y una mayoría los legitime mediante el juego democrático. Ya se cansarán, deben pensar. Como bien podemos constatar, las políticas que tienen en mente, "Plan del Euro" incluido, siguen y seguirán adelante, por lo menos hasta que acabe el año en curso. Marco este plazo porque, hasta entonces, parece que debe producirse, según agencia experta, una nueva sacudida en los cimientos del sistema financiero. Por lo que se puede deducir que vamos mal e iremos a peor; luego cabe que los ánimos de mayor cantidad de plebeyos se inflamen a medida que los recortes vayan influyendo en las respectivas y diversas barrigas contentas que aún no han visto llegar el agua hasta sus alegres ombligos.
Mientras se produce la sangría, sin embargo, nada impide a los partidos políticos –y me refiero ya a la situación en España– tratar de sacar provecho de los acontecimientos y barrer para casa todo lo que puedan. Por un lado, sospecho que, en general, si no han aplicado más fuerza hasta el momento se debe básicamente a dos razones: por no quedar como Cagancho a los ojos internacionales –cosa que ni a derechas ni a izquierdas conviene, que bastante mala cara tenemos ya–, y porque el actual Ministerio del Interior, ahora mismo, saca mayor beneficio de no hacer nada que de hacerlo. Téngase en cuenta que la batalla por las próximas elecciones generales está en marcha y, tras la debacle socialista en las municipales, no es mala maniobra estarse quietecito, dejarle el marrón a la mayoría de municipios enemigos, y, de paso, quedar como tolerante, dialogante y progresista, ya me entienden. Fíjense si no, por ejemplo, en la insistencia del tal Felip Puig (CDC) al alcalde Hereu (PSC) para que limpie la plaza antes de que el nuevo alcalde (CDC) tome posesión; el alcalde saliente se hace el longuis, claro, que el 1 de julio está aquí al lado...
A todo esto, el bando contrario, con esa arrogancia rupestre que lo caracteriza, como no puede sacar tanques a la calle, se desvive por echar mierda a todo lo que se mueva desde los medios de comunicación de su cuerda, sacándose demonios de la chistera con los que poder seguir embistiendo a su rival, única carta que le queda por jugar y que, a medida que pase el tiempo, nos va a regalar un sin fin de momentos hilarantes –dramáticos, pero hilarantes–. El adversario, maestro de la propaganda y siempre más sibilino, utiliza también los medios, cómo no, para apropiarse del discurso callejero y convertirlo en el que más le conviene. Sirva de ejemplo lo publicado por uno de sus "héroes" en nómina hace escasos días, o la supuesta ocurrencia de uno de sus más reconocidos voceros. Y digo "supuesta" porque la idea, en realidad, salió de aquí...
(Continuará)