viernes, 24 de junio de 2011

Las piezas en el tablero (I)

   Transcurrido más de un mes desde el ya célebre 15-M y pocos días después de su primera secuela, el 19-J, que ha triplicado, como mínimo, su éxito de taquilla, me acucia la necesidad –ahora que empiezan a relajarse las euforias de las catarsis– de empezar a dibujar un escenario, aún de fondo impreciso, y situar a los personajes y sus evoluciones dentro de esta tragicomedia que, sin ser nueva, por la vistosa magnitud adquirida –y la que adquirirá– resulta ya imposible de ignorar. Además, maldito juglar estaría yo hecho si no echara por esta boquita las composiciones que mis maltrechas meninges van gestando a base de ver aquí y oir allá. Así que, envuelto en el caos que me caracteriza, paso a darle unas vueltas al asunto, aunque sólo sea por pasar el rato.

   En términos generales, desde los dos estratos superiores de la pirámide social, los ocupados por las castas políticas y las casta nobles, se miran el "movimiento" con más curiosidad que preocupación, no nos engañemos. De momento, salvo por tener que soportar algunas incomodidades puntuales, un milloncejo de plebeyos –en el más optimista de los casos– tirados por las plazas y gritando y bailando por las calles les da igual. Y les seguirá dando igual mientras el flujo ascendente de riqueza no cese y una mayoría los legitime mediante el juego democrático. Ya se cansarán, deben pensar. Como bien podemos constatar, las políticas que tienen en mente, "Plan del Euro" incluido, siguen y seguirán adelante, por lo menos hasta que acabe el año en curso. Marco este plazo porque, hasta entonces, parece que debe producirse, según agencia experta, una nueva sacudida en los cimientos del sistema financiero. Por lo que se puede deducir que vamos mal e iremos a peor; luego cabe que los ánimos de mayor cantidad de plebeyos se inflamen a medida que los recortes vayan influyendo en las respectivas y diversas barrigas contentas que aún no han visto llegar el agua hasta sus alegres ombligos.

   Mientras se produce la sangría, sin embargo, nada impide a los partidos políticos –y me refiero ya a la situación en España– tratar de sacar provecho de los acontecimientos y barrer para casa todo lo que puedan. Por un lado, sospecho que, en general, si no han aplicado más fuerza hasta el momento se debe básicamente a dos razones: por no quedar como Cagancho a los ojos internacionales –cosa que ni a derechas ni a izquierdas conviene, que bastante mala cara tenemos ya–, y porque el actual Ministerio del Interior, ahora mismo, saca mayor beneficio de no hacer nada que de hacerlo. Téngase en cuenta que la batalla por las próximas elecciones generales está en marcha y, tras la debacle socialista en las municipales, no es mala maniobra estarse quietecito, dejarle el marrón a la mayoría de municipios enemigos, y, de paso, quedar como tolerante, dialogante y progresista, ya me entienden. Fíjense si no, por ejemplo, en la insistencia del tal Felip Puig (CDC) al alcalde Hereu (PSC) para que limpie la plaza antes de que el nuevo alcalde (CDC) tome posesión; el alcalde saliente se hace el longuis, claro, que el 1 de julio está aquí al lado...

  A todo esto, el bando contrario, con esa arrogancia rupestre que lo caracteriza, como no puede sacar tanques a la calle, se desvive por echar mierda a todo lo que se mueva desde los medios de comunicación de su cuerda, sacándose demonios de la chistera con los que poder seguir embistiendo a su rival, única carta que le queda por jugar y que, a medida que pase el tiempo, nos va a regalar un sin fin de momentos hilarantes –dramáticos, pero hilarantes–. El adversario, maestro de la propaganda y siempre más sibilino, utiliza también los medios, cómo no, para apropiarse del discurso callejero y convertirlo en el que más le conviene. Sirva de ejemplo lo publicado por uno de sus "héroes" en nómina hace escasos días, o la supuesta ocurrencia de uno de sus más reconocidos voceros. Y digo "supuesta" porque la idea, en realidad, salió de aquí...

(Continuará)

jueves, 9 de junio de 2011

Crónicas del NeoMester (I)

   Llevo desde muy temprano conectado a los sensores de los terminales que me dan acceso a la Red. De momento, el flujo de información ha sido ligero pero constante, como la llovizna con la que hemos amanecido. He pasado la mayor parte de la mañana canalizando y desatascando cápsulas de información; nada serio, afortunadamente, más allá de constatar la irritante lentitud de los procesos de mutación. Es difícil asimilar el nuevo estado de conexión para una inmensa mayoría acostumbrada a sólo recibir información. Es comprensible: de la noche a la mañana se han visto convertidos también en emisores y les cuesta caer en la cuenta que basta con clicar en "Compartir" para que la información siga fluyendo. En fin, paciencia... Empiezo a tener la vista cansada. Me vuelvo hacia la ventana y el cielo sigue tan encapotado como empieza a estarlo mi cabeza. Una ráfaga de alertas emergentes atrae de nuevo mi atención a las pantallas; clico, contrasto, clasifico y redirijo casi automáticamente. No hay alteraciones. Reviso una vez más si los memes lanzados ayer siguen su curso; parece que sí. Se abre una ventana de chat. Un nodo de mi quinto o sexto anillo. Espero. "hola", escribe. Espero. "estás ahí?" Espero. No manda enlace ninguno; no debe de ser importante, debe de querer charla, simplemente. La ventana permanece muda. Mejor. Es hora de comer.

   Como si se hubieran puesto de acuerdo –cosa probable–, los informativos de varios canales han iniciado ya una nueva batería de mensajes desalentadores, los términos "disolución", "disgregación" y "cansancio" se repiten de forma sospechosa y gratuita; me parece detectar sonrisas socarronas en los rostros de los presentadores, según recorro los canales, pero no me hago mucho caso. Intentan seguir e interpretar el transcurso de los acontecimientos según el modelo que habían venido utilizando hasta ahora, demasiado restringido y rígido como para permitirles intuir siquiera el alcance y las dimensiones de la situación. El mapa ha cambiado y la inercia de la costumbre los condena a un mero papel de caja de resonancias distorsionadas. El vapor de la sopa me empaña las gafas; mientras limpio los cristales con una servilleta de papel, en uno de los sumarios oigo la entradilla de una de las cápsulas que lanzamos la semana pasada. Sonrío y, con el oído atento, tecleo en el terminal portátil un breve mensaje a los nodos de mi anillo inmediato: "Canal 7. Otro dentro." En cosa de segundos, recibo la primera respuesta: "Acabo de verlo. A otra cosa. Luego hablamos. ;-)" Esto hay que celebrarlo: en cuanto acabe de comer, me echo una siesta.

   He dejado la ventana entreabierta y una fugaz brisa fresca me despabila. No he llegado al estado Beta, cosa conveniente para una siesta provechosa. El cielo sigue gris, pero ha dejado de llover. Enciendo un cigarrillo, me digo que tengo que dejarlo de forma tan automática como enciendo el mechero y me asomo a la ventana, sólo por notar el ambiente recién lavado. Un soplo de aire me trae olor a césped y tierra mojada desde un parque a dos calles y la bocanada de nicotina me sabe rara. Vuelvo a mi mesa y apago el cigarrillo mientras recorro con la vista los iconos de la barra de aplicaciones del terminal principal. Hay varios correos y los reviso antes de nada. Ochenta por ciento de spam... Uno es de T, nodo del cuarto anillo. No contiene más texto que "un abrazo" y un fichero adjunto, que es lo que importa. Me froto los ojos y vuelvo a acomodarme los sensores. Analizo el paquete de información recibido y me acuerdo de los presentadores de los informativos. No entienden nada, los pobres. Mientras la voz de voces de la Red habla a la velocidad de la luz, ellos mueven la boca por arte de ventriloquía. Hago una copia de seguridad del archivo, tomo algunas notas útiles para mis diagramas de flujos de información –muy útiles, esta vez– y lo emito por todos los canales. Con esto, ya puedo decir que hoy he cumplido. Aún tengo el olor a tierra fresca en la nariz y sin pensarlo dos veces cierro los navegadores, me quito los sensores y dejo las pantallas de los terminales en reposo. Con mi terminal de bolsillo y armado con mi paraguas de estilo italiano y manufactura china, salgo de casa. Una nube se resquebraja y un débil rayo de sol se cuela por la grieta. Suficiente. A ver qué se cuece por el barrio...

jueves, 2 de junio de 2011

Reflexiones radiofónicas

   Con el título De cara al futuro, el 9 de enero de 2006 lancé a las ondas radiofónicas lo que sería el piloto de una breve serie de programas –once en total contando el piloto– que, bajo el mismo nombre, se emitirían unos dos años y medio después, entre el 12 de junio de 2008 y el 5 de marzo de 2009.
   El contenido del programa partía de una hipótesis que se podría resumir así:

   Tenemos un problema: somos incapaces de afrontar la situación crítica en la que nos encontramos. Estamos en plena fase de decadencia –que es a su vez inicio de lo que ha de venir– y llegando a un punto crítico en el funcionamiento del sistema, en el cual o se produce adaptación a la nueva circunstancia o el sistema colapsa.

   A partir de ahí, el espacio, de unos cincuenta minutos de duración, estaba dedicado a la lectura de fragmentos de una selección de textos que, o bien me había ido encontrando en mis propias lecturas en mi interés personal de tratar de entender los procesos de "crisis" y de "cambio", o bien había garabateado yo, con peor o mejor tino, durante el intento.
   Fue para mí un ejercicio muy interesante y ahí se lo dejo, en la página "Radio", por si gustan de rumiar.

miércoles, 1 de junio de 2011

El movimiento se demuestra andando

   Dos semanas después de los intensos acontecimientos que llevan ocupándonos desde el pasado 15 de mayo, no puedo evitar ir regurgitando algunas preocupaciones que me rondan para no llevarnos luego más desilusiones –que nos las llevaremos–  que las estrictamente necesarias.
   Me preocupa, por ejemplo, que la euforia –lógica, necesaria, catártica, reconfortante– acabe nublando el entendimiento y, peor aún, impida que se pueda observar el panorama, analizar el mapa, con los mínimos de objetividad que cualquier operación de cierta envergadura y con intención de incidir y perdurar se merece.
   Sin ir más lejos, si sumamos todas y cada una de las personas que han manifestado abiertamente su indignación participando, por activa o por pasiva, en cualquiera de las muestras de cabreo en danza hasta el día de hoy, obtendríamos unos totales –siendo generosos, muy generosos– de... ¿300.000 personas? ¿500.000? Muy bien; no está mal, para empezar. Pero tengamos claro y en cuenta que eso representa, en el mejor de los casos un 2% de la población en edad de merecer... En términos de Estado, una minoría de nada, una molesta y ridícula protuberancia en las gráficas. Si tenemos en cuenta que en estas últimas elecciones municipales la cifra entre abstenciones, votos en blanco y nulos supera los doce millones y medio de almas, uséase, en torno a un 37% de la población que cuenta en términos del juego político que padecemos, y que, con todo y con eso, el sistema político sigue con lo suyo como el que oye llover, sería conveniente asumir que, más allá de la molestia que pueda suponer la ocupación del espacio público –que empiezo a sospechar que la consienten porque atrae turismo y promociona al país en el extranjero–, todo el tinglado, a la Política, a los políticos y a los del piso de más arriba –perdónenme la expresión– se la trae floja. Flojísima. Y no porque sean la encarnación del mal, maestros del dolor y el rechinar de dientes; sencillamente, no lo pueden entender de otra manera.
   Por otro lado, no deja de resultarme curioso que nos estemos quejando de un modo de hacer las cosas y, al mismo tiempo, dejándonos los cuernos en atender las peticiones de ese modo, precisamente. Nos pide el ogro un programa político y, con toda la buena intención, está el personal rebanándose la sesera para ofrecerle a la vieja y obtusa Política y sus políticos algo que la la vieja y obtusa Política y sus políticos NO PUEDEN asimilar, ni queriendo, porque lo que se les pide es que dejen de ser lo que son y como son. Y eso no quiere decir que la lista de puntos más o menos consensuados que corre por ahí no señale con claridad algunas de las heridas que más pupa hacen, pero pensar que, por haberlos formulado, los políticos y la Política van a cambiar es de una ingenuidad enternecedora. Casi tanto como la del profesor universitario de Sevilla (¿o no es tan ingenuo?)...


   Asumo la ingratitud que el papel de Pepito Grillo conlleva y espero que mis palabras se entiendan del modo más constructivo posible. Nada más lejos de mi intención que fomentar el desánimo, nada de eso. Pero me parece a mí que, una vez vociferado el cabreo (aunque se podría conservar la sana costumbre de hacer ruido de tanto en tanto para descargar la bilis acumulada con las cabronadas del día a día), urge canalizar las energías y concentrar los esfuerzos en materializar novedades. Si el ogro no va a cambiar, no puede cambiar, dejémonos de entretenernos con él y centrémonos en empezar a construir al lado.
   Bien está propagar el zumbido a pueblos, barrios, mercados, comunidades de vecinos, paseos, parques, peluquerías... Pero mejor aún si, además del ronroneo, en cada lugar se trabaja para acometer problemas específicos, por pequeños que se antojen, sin esperar que lo haga un ente que, por su propio estado avanzado de corrupción, no está en condiciones de hacerlo. Se dispone de herramientas y conocimientos tecnológicos que debidamente utilizados permiten avanzar más y con mayor precisión en la puesta en común, el intercambio, la cooperación, el debate, la difusión de información y lo que se ocurra; herramientas que evitan además el desgaste que supone mantener el tipo en las plazas, día y noche, sin mermar un ápice de la resonancia de lo que esté sucediendo. ¿Que una parte importante de la población no sabe manejarse con tales herramientas o ni siquiera tiene acceso a ellas? ¡Pues fíjense si tenemos trabajo por delante!
   Arremánguense todos los brazos que se alzan en las plazas y manos a la obra.

Publicado en Cuéntalo - 31/05/2011