martes, 16 de diciembre de 2014

Visiones dominicales

   Con los estruendos de la contienda política que se está librando, no hay forma de echar una siestecita en paz. Se asoma uno a la ventana y le parece estar viendo una de aquellas pinturas clásicas de algún asedio memorable. Te frotas los ojos, por si caso, pero ahí está: un asedio en toda regla.


   En el centro del cuadro se alza la piramidal ciudadela del Parlamento, y en torno a ella, hasta desbordar los límites del lienzo, las huestes asediadoras, ganando centímetro a centímetro el terreno sembrado de fosos y de barricadas de estacas que las separa de la murallas principales, culminadas por una humeante corona de almenas y calderos de aceite hirviendo. Una fina capa de nubes cubre los cielos, las aves espantadas, seguramente, por el incesante ondear de estandartes, en los que, tanto sitiadores como sitiados, no parecen haber escatimado esfuerzo de guerra.
   Como en la tele no dan nada, acerco un sillón a la ventana, me hago unas palomitas y me abro una cerveza. No hay peligro para el espectador, más allá de la hipertensión o la dispepsia, pues la munición empleada, por el momento, no tiene más filo o consistencia que la que pueda tener una soflama, un berrido, un insulto o un escupitajo. A fin de cuentas, estos primeros envites no son más que batallas menores, escaramuzas de tanteo sin más objetivos que, por una parte, incitar, enervar y cabrear al contrario, para ver dónde le duele, y, por otra, enardecer y seducir a la siempre voluble y visceral opinión de la vapuleada tropa de a pie, para decantarla hacia sus respectivos estandartes cuando llegue la hora del cuerpo a cuerpo en las batallas decisivas que habrán de librarse a golpe de votos.
   Se aprecia enseguida que las andanadas se suceden con la monótona puntualidad de los noticiarios informativos.
   La variopinta fuerza asaltante, aglutinada bajo el estandarte del Círculo –círculo blanco sobre campo morado–, asumido el papel de atacante, se guía por las máximas ajedrecísticas dictadas por su líder, Pablo el Sin Abuela, y su guardia pretoriana –el comité, ya no tan variopinto–, abogando por un buen ataque como la mejor de las defensas. Hijos de la Universidad y de la Era de la Información, su entrenamiento y su conocimiento de los campos de batalla y las armas con las que se libran hoy estas guerras, aventajan con creces a las anticuadas tácticas de sus adversarios, quienes, fofos de tanta poltrona y de meninges embotadas por vapores de prepotencia indolente, se las ven y se las desean para mover sus carnes y sus pesados ropajes con la mínima agilidad que la situación requiere. Y así, los del Círculo, con la iniciativa de su lado, marcan la agenda diaria en los medios de comunicación; sea por activa, lanzando metódicamente proyectiles sobre las murallas que obligan a tener puesta la atención sobre ellos de forma permanente –hoy, “que ya tenemos borrador económico”; mañana, “que hay que reformar la Constitución”; pasado, "que vaya entrevista en la televisión publica”… –; sea por pasiva, aprovechando la torpeza y la miopía de las reacciones del adversario para convertirlas en nuevas armas arrojadizas que lo mantengan en un constante sinvivir. La consigna parece clara: no dejar dormir al enemigo.
   Mientras tanto, los viejos clanes que habitan en la ciudadela, previsibles y envilecidos por la fuerza de la costumbre, no han hecho otra cosa que enrocarse, posición defensiva donde las haya, movimiento penoso que se les suma a las no menos penosas tareas de tener que atender a las escaramuzas y las intrigas intestinas cotidianas, de mantener y tratar de poner a salvo a sus respectivos feudos y cómplices, de restaurar a toda prisa sus fachadas y postureos de cara a una galería descreída y que ya no distingue entre unos y otros de tanto que se parecen. Y todo ello con el problema añadido de tener que ir esquivando los enormes bloques de moldura que se desprenden de los techos decrépitos por las humedades de la corrupción.
   Los del clan gobernante, bajo el estandarte de la Gaviota –gaviota blanca sobre campo azul–, cierran filas en torno a su líder, Mariano el Borroso, empecinados en una defensa cerril y numantina, como exige su tradición, guiados por la fe ciega de los que se creen en posesión de una verdad revelada e incuestionable.
   Bastante más descompuestos, los del estandarte de la Rosa Empuñada –puño y rosa blancos sobre campo rojo–, se afanan en sus gabinetes en tácticas de camuflaje y cosmética: rapan barbas, aplican gruesas capas de maquillaje, adoptan posturas y ensayan puestas en escena de espectáculos de imitación, incapaces de recordar quiénes son ni de dónde proceden. Entre febriles canturreos de viejas gestas, empujan hacia las almenas a Pedro el Narro, un nuevo delfín que dé, literalmente, la cara, a ser posible del perfil bueno.
  Por su parte, los clanes menores, incapaces de alianza alguna por delirios umbilicales, o en busca de escondite hasta que todo acabe, trastabillan y gesticulan por patios, salones y torreones, sacudiendo sus blasones tipográficos, repletos de “pes", “ces”, “íes”, “úes”, “des”… Por los pasadizos soplan rumores de colaboracionismo con los incursores para salvar los muebles...

   Contemplada desde aquí, entre palomita y trago, la estampa en su conjunto parece barnizada de esperpento, de patética decadencia, de épica casposa y desesperada… Las andanadas se suceden con cadencia de reloj. Los ecos de las letanías de trazo grueso que sirven de munición me envuelven...

… hay que abrir la caja y hablarlo todo… … constitución sacrosanta e inviolable… … han sabido analizar con precisión la situación, pero… … eso es inviable…

… llevándome a un sopor plagado de inquietas reflexiones, que habrán de esperar a que despierte.

lunes, 1 de diciembre de 2014

Más allá


   Dicen los cosmonautas que, después de observar la Tierra desde el espacio, muchas viejas ideas que sobre el mundo tenemos se modifican para siempre; los países, las naciones, las fronteras se achican hasta esfumarse, avergonzadas de no ser más que torpes invenciones, abrumadas ante la realidad incontestable de un planeta que gira monótono con su inquieto cargamento de vida en torno al magnífico sol que, un día, con toda probabilidad, acabará convirtiéndolo en polvo estelar.
   Para los exploradores del espacio, cuando regresan a casa, nada vuelve a ser lo mismo; las disputas y los atropellos entre humanos se tornan en absurdas, incomprensibles rabietas de niños ignorantes y mal criados, que se aferran asustados a las paredes de sus respectivos úteros imaginarios; criaturas encogidas en las cuevas, apuntando con dedo tembloroso a los cielos donde moran los temibles dioses que ellas mismas inventaron; diminutos seres hacinados, desquiciados y desvalidos, lanzándose dentelladas, peleando, ciegos de confusión, por un minúsculo pedazo de tierra que ni siquiera les pertenece...
   Quisiera el cosmonauta, entonces, disponer de una flota de naves espaciales y sacar a sus congéneres de los confines del miedo, de los lastres primitivos, de la oscuridad de la caverna, para que vean, con él, lo que sus ojos han visto. Quisiera viajar con ellos por el vasto universo, sin límite conocido, que nos rodea; un cosmos de energía desbordante, de galaxias, de estrellas, de planetas, esperando al bullicio de la vida. Quisiera acompañarles en busca de respuestas, de nuevas preguntas; quisiera que la inmensidad del espacio les ayudara a comprender su pequeñez y su grandeza, y, con ello, la fatuidad de sus riñas. Quisiera, con su viaje, recordarles que sólo se avanza dando pasos hacia lo desconocido, pues, si no, es retroceder. Quisiera detenerse con ellos, un momento, en la quietud del espacio, asomarse a las escotillas y contemplar, con los corazones bailando al compás de los armónicos del universo, la verdadera inmensidad de su hogar.

lunes, 13 de octubre de 2014

Charla en el I Festival Cyberpunk de Barcelona

   El pasado mes de septiembre, entre el 26 y el 28 del mismo, se celebró el I Festival de Cyberpunk de Barcelona, uno de esos eventos donde se cuecen aquellos guisos que, llegados a su punto, acabarán siendo absorbidos, procesados, engullidos y, en ocasiones, degustados por el mainstream. Así son las cosas, y así lo vienen siendo desde que al bicho humano le dio por pintarrajear en las paredes de las cuevas. Pero no puedo entretenerme ahora en disquisiciones...
   Lo que si haré, porque es lo debido y lo justo, es felicitar y agradecer la labor y el esfuerzo realizados por aquellos que se echan a la espalda los arneses que tiran de estos carros y su imprescindible cargamento. Así pues, gracias y felicidades al colectivo "Cyber Punx", organizador del evento; al Frente Sónico Futurista, que organizó la jornada del sábado; y a la productora 1m+kLadyDi, que también estuvo en el ajo.


   Disculpen, eso sí, las imprecisiones de mi sermón –que las hay–, derivadas de mi tozudo empeño en explicar de la forma más sencilla que se me ocurre cosas que, en realidad, no son tan sencillas de explicar...

Vídeo de la charla a cargo de Antonio Aroca.

domingo, 5 de octubre de 2014

Mirando el tablero un rato...

   Son de dominio público la afición y el interés que despiertan en mí los juegos de todo tipo, y confieso que, en muchos casos, para tomar cierta perspectiva, contemplo la realidad socio-política como el que contempla un juego de estrategia clásico, uno de esos que reproducen en una mesa enorme un mapa no menos enorme moteado por decenas o centenas de fichas o miniaturas que representan tropas de bandos en eterna pugna. Con esa imagen en mente, me gustaría compartir con ustedes algunas observaciones sobre las más recientes evoluciones de las diversas facciones desplegadas sobre el mapa, correteando arriba y abajo, cada una enfrascada en sus maniobras particulares.


   Debemos tener bien presente, antes de nada, algunos detalles que nos configuran el clima en el que se desarrolla el juego global: que el tablero se encuentra barrido y azotado por los torbellinos desatados por la crisis que conlleva un cambio de era en toda regla –lo que incluye la crisis económica, claro–; que el tablero está cubierto de una capa, cada vez más extensa y espesa, de las supuraciones desbordadas nada más levantar una esquina de la manta de la corrupción; y que, por si no habían caído en la cuenta, estamos en guerra...
   Teniendo ese parte meteorológico como telón de fondo, quisiera enfocar en la zona del mapa en la que se encuentra este pedazo de tierra conocido como Península Ibérica y prestar atención a algunos de los ajetreados movimientos que se han venido haciendo visibles en los últimos meses; en concreto, desde la celebración de las últimas elecciones al Parlamento Europeo, a finales de mayo del presente, cuyos resultados desataron un revuelo que todos conocemos y que yo ya comenté por encima en una entrada anterior. Digo que los movimientos se hacen visibles, porque no se trata de movimientos que aparezcan por generación espontánea, sino que son consecuencia de largos y constantes procesos de cambio, procesos que, de tanto en tanto, cuajan, se materializan en hechos perceptibles y con capacidad de influir en nuestra realidad.
   Como digo y dije, cuando los resultados de las elecciones europeas pusieron en el tablero a la nueva ficha de la formación Podemos, pareció desatarse una actividad frenética en los distintos estratos de la pirámide social, revuelo que, a bote pronto, uno podría caer en la tentación de achacarle a Podemos ser causante. Sin embargo, en mi opinión, la epifanía de Podemos sirvió únicamente de pistoletazo de salida, de puyazo a las viejas fichas, que, en vista del panorama y del clima, ya venían rumiando, con la calma y a regañadientes, que algo tenían que hacer, que, de una forma u otra y más tarde o más pronto, habría que "moverse"... Y con la bofetada en las europeas, empezaron las prisas.

   Recordemos, antes de seguir, que Podemos, ante y todo y sobre todo, constituye la materialización de lo que se manifestó de modo catártico en lo que conocemos como 15M, punto de inflexión en el que la plebe del siglo XXI, de la Era de la Información y el Conocimiento, se descubre así misma con voz y con los mínimos de conocimiento necesarios como para poder plantearse tomar cartas en asunto tan serio y complejo como es el de gobernar. Sin entrar en programas ni ideologías, materializa, de salida, una "nueva ficha" en el tablero, hija adolescente de su tiempo, que se planta ante sus "padres" y se pone farruca.

   Decíamos que, con los resultados de las elecciones europeas, a las "viejas fichas" parecía haberles entrado las prisas. Sin embargo, la Iglesia, una de las fichas más veteranas, haciendo gala una vez más de su proverbial capacidad para arrimarse al árbol que le proporcione la sombra que mejor la cobije, ya había hecho su movimiento con antelación:
El 11 de febrero de 2011, Benedicto XVI –Ratzinger, el muy cuco– hace pública su renuncia, se quita de en medio, y apenas un mes después, el 13 de marzo de 2011, habemus Papa. Entra en escena el Papa Francisco, el campechano, el cercano al pueblo, y con un discurso que ustedes mismos podrán evaluar un poco más abajo, –resulta significativo ver los acontecimientos mínimamente alienados en el tiempo–.

   El 26 de mayo, con los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo ya encima de la mesa, Rubalcaba dimite y anuncia el congreso para su sucesión. La "nueva ficha" entra en juego, desatando la semana de revuelos y de reacciones que traté de reflejar en esta palestra el día 1 de junio. ¡Cómo iba yo a imaginar que, al día siguiente, Juan Carlos I, anunciando su abdicación, iba a inaugurar un mes de lavados de cara y relevos generacionales vertiginosos!
   Se suceden dos semanas de auténtico guirigay:
   Se legisla y se prepara a toda prisa el tinglado para la coronación del nuevo rey, Felipe VI, mientras una porción de la plebe –que antes no decidía nada y ahora quiere decidir en todo– se echa a la calle cuestionando tan acelerado sistema de sucesión y reclamando república. A pesar de su entusiasmo, pierden el tiempo, haciendo gala de no tener claro o haber olvidado en qué país viven. Hay que recordar que aquel proceso al que llamamos "transición" lo fue de una dictadura militar hacia un sistema "democrático", en mayor o menor grado. Aquel movimiento "transitorio", tenía como objeto preservar a los clanes militares y a los feudos que habían sido afines al Generalísimo, al tiempo que abría la puerta a que los otros clanes y los otros feudos (los del bando perdedor en la Guerra Civil Española) entraran en juego. Bajo la figura del monarca, ambos bandos llegan a un acuerdo y se instaura un sistema "democrático" de alternancia, en el que las opciones de la plebe, al votar, se reducen, en última instancia, a elegir a un bando u otro –los partidos minoritarios siempre han jugado un papel de comparsa que resulta ser la mar de rentable–. Así, no tiene nada de extraño que prácticamente la totalidad del Congreso acepte sin chistar –y apelando a los "valores de la transición"– la coronación del nuevo rey, quien, el 19 de junio, acudirá a la ceremonia, como era necesario, con atuendo militar de gala; es decir, como jefe de todos los ejércitos.

   En todo este trajín, queda en evidencia, una vez más, que los grandes partidos políticos, representantes de clanes y feudos de uno y otro bando, se encuentran instalados en una posición conservadora que, de pronto, se torna incómoda y les obliga a maniobrar con una urgencia casi desesperada, siendo especialmente sangrante la papeleta con la que se encuentran las fichas de la "vieja izquierda". Ambos bandos, pues, en su posición conservadora, van derrapando por el tablero, aferrándose al volante aun viendo que están a punto de volcar, haciendo peligrosas filigranas para cambiar algo sin que, en realidad, cambie nada de aquel pacto de transición. Así pues, se rescata la vieja expresión de "regeneración democrática" y, allí donde se puede, se ponen caras, discursos y gestos supuestamente "nuevos" –y de una insultante y burda torpeza y mediocridad política– que se asemejen, al menos ante las cámaras, a los de la "nueva ficha" de Podemos, a los que todo el revuelo, regado por un incesante goteo de casos de corrupción, no hace otra cosa que reforzarlos y subir como la espuma.

   En el ínterin, el día 13 de junio, se emite una interesante entrevista al Papa Campechano que no debe pasarse por alto... 


   ... Y, antes de acabar el mes de junio, entra en el tablero ya otra nueva ficha, Guanyem, formación que, siguiendo el ejemplo de Podemos y aprovechando la popularidad obtenida por la plataforma de la PAH, dice tener como objetivo que la plebe tome cartas en el gobierno de sus municipios.
Como caso anecdótico, pero no menos significativo, en los grandes medios ya podemos ver cosas como esta... 

Haga clic, sobre la imagen, por favor...
   Por más que me tienta, no voy a detenerme en esta ocasión a observar y evaluar los matices de las respectivas estrategias, tanto de las "viejas fichas" como de las "nuevas", empleadas en las permanentes escaramuzas que se suceden a diario: no olvidemos que hay unas elecciones municipales a la vuelta de la esquina, en las que van a repartirse hostias como panes, y TODOS, los viejos y los nuevos, están ya de campaña, pues acto seguido, vendrán unas generales. No voy a detenerme ahora en las estrategias porque quiero dejar expuesto un factor que a mí me tenía en estado de alerta...

   Entre el bombardeo de información de todos los grandes medios, podíamos ver todas estas evoluciones que he mencionado y otras muchas, donde se ven involucrados y afectados, de una forma u otra, la práctica totalidad de los estamentos de la pirámide social, de arriba abajo o de abajo arriba. Sin embargo, en toda esa ebullición, en todo ese ir y venir, en todo ese jaleo, no veía yo a nadie que se preguntara qué papel adoptará el ejército en el caso de que los cambios que se produzcan sean de tal envergadura que no quede otro remedio que poner sobre la mesa los viejos pactos. Dicho de otro modo, me preguntaba yo: ¿es que al ejército no le afectan todos estos procesos y se los está mirando desde la barrera? No podemos obviar que hasta en la democracia más demócrata del mundo mundial, el Estado se ejecuta por la fuerza. La fuerza no se puede eliminar, y su "problema" radica en dónde y cómo se aplica. Así que me puse a buscar algún indicio al respecto; y me encontré con el teniente Luis Gonzalo Segura.
   Resulta que el 11 de mayo de 2014, el teniente Segura presentaba su libro "Un paso al frente", novela en la que, al amparo de la ficción, se denuncia –¡oh, sorpresa!– la corrupción –¡ahí la tenemos!– en el seno de las Fuerzas Armadas, así como su actitud conservadora y anacrónica frente a los procesos de cambio en los que se halla inmerso el mundo; lo mismo que le está sucediendo al resto del "sistema", vamos. Y las Fuerzas Armadas, le metieron un puro.
   Les dejo aquí una entrevista, y les recomiendo que introduzcan en Google "luis gonzalo segura" para enterarse del caso –que incluye sanciones, huelga de hambre, alguna que otra concentración pública–, porque, curiosamente, en comparación con la cobertura mediática que están teniendo todos los casos de corrupción, todo los movimientos de las viejas y de las nuevas fichas, en este caso la proporción es llamativamente escasa.



   Los propios partidos políticos, en su campaña de "regeneración democrática", tampoco mientan el tema, salvo un par de excepciones que yo he podido encontrar: el partido UPyD y la presencia en la concentración de apoyo al teniente que hubo en Madrid a finales de septiembre de Íñigo "Pitagorín" Errejón, director de campaña para las elecciones europeas de... Podemos.

   La partida no ha hecho más que empezar y su desarrollo promete ser interesante con unas municipales y unas generales en el horizonte...

P.D.: He dejado de mencionar, a conciencia, una nueva ficha que, a mi entender, dispone de un enorme potencial, pero que, a día de hoy, erran de medio a medio en su planteamiento si quieren tener una incidencia real en el tablero de juego político. Y lo digo desde la más constructiva de las críticas. Me refiero al Partido Pirata, del que hablaré en otra ocasión.

martes, 5 de agosto de 2014

En defensa de la tecnología

Advertencia preliminar:
Este artículo fue escrito y ofrecido de forma gratuita a la publicación online JotDown, como réplica al artículo "La tecnología no nos hará libres", aparecido en la misma y cuya lectura previa es necesaria.
A pesar de haberlo ofrecido de forma desinteresada, la publicación JotDown desestimó la publicación del presente artículo alegando no poder pagar más colaboradores; transcurridos tres meses de silencio desde entonces, procedo a su publicación en esta palestra.



Para un tipo como yo, un artículo bajo el titular de "La tecnología no nos hará libres" bastaría para hacerlo salivar, pero, si además, en la primera frase aparece "ciencia ficción", aunque el texto estuviera dedicado al macramé, nada podría impedir ya que lo engullera, deseando, acto seguido, enfrascarme con el autor en cualquier suerte de cara a cara por el puro placer del esgrima dialéctico. Así que, con talante de conversador de café, sin animosidad alguna, pero con ganas de jarana argumental, me dispongo a replicar a lo expuesto en el mentado artículo, de título y entradilla tan atractivos, pero, ¡ay!, engañosos...
Y digo lo de "engañosos" porque, en realidad, el texto, donde la ciencia ficción sólo es un mero recurso para darle ambiente, más que demostrar la hipotética coerción de la técnica sobre la libertad humana que el titular proclama, transpira de principio a fin aquellos sudores fríos que acompañan al rechinar de dientes que le entra al humano cuando le toca hacer frente a la novedad.
Es de sobras conocido el misterioso terror cósmico que suele sentir la humanidad hacia lo novedoso, hacia los descubrimientos, hacia los nuevos conocimientos, y hacia los cambios que en su apacible paisaje pudieran producir. Cuando el conocimiento adquirido amenaza con cambiarnos el entorno, la circunstancia a la que estamos habituados, a los humanos nos entra un tembleque que no nos llega la camisa al cuerpo y salimos corriendo al fondo de nuestra cueva, a terreno conocido, que se nos antoja seguro, por lo que pudiera ser. Y acto seguido, en cuanto se nos pasa el sofoco, antes que reconocer el canguelo, abominamos del elemento novedoso y, si se pone a tiro, le pegamos fuego. Tal reacción es también muy humana: antes que reconocer los propios miedos, o nuestra ignorancia, o nuestro error, tendemos a cargarle el muerto a “lo otro”; se nos dispara ese mecanismo de “autodefensa” –llamémosle– por el cual la causa o la responsabilidad recae siempre sobre algo externo a nosotros, sobre la cosa, sobre aquéllo de allí... Nunca sobre nosotros. Y así, aligerados del peso de ser causantes o responsables –o sea, de ser libres–, nos falta tiempo para montar la pira, olvidando que la estabilidad obtenida en ese tradicional y familiar paisaje por el que estamos dispuestos a quemar lo que haga falta, la hemos conseguido gracias a las técnicas derivadas de otros saberes previos, gracias a las tecnologías anteriores, pues la tecnología no es otra cosa que un conjunto de teorías y técnicas que permiten aprovechar de forma práctica el conocimiento adquirido.
Esta costumbre nuestra de proyectar nuestros miedos hacia afuera, en lugar de descender a nuestros infiernos en busca de su origen, suele tener como consecuencia que acabemos "purificando" con llamas sin haber llegado a oler siquiera, ni  mucho menos averiguar o intentar comprender, la naturaleza de lo demonizado. Y eso sucede con nuestra tecnología, chivo expiatorio de moda desde que a la resistencia agropecuaria decimonónica se le atragantó el motor de combustión. No voy a detenerme aquí a darle pábulo al ludismo y a su aversión a las máquinas, por no considerarlo más que la versión actualizada de ese pavor fundamental del que venimos hablando. Pero déjenme que fabule un hecho que me parece llamativo:
Incluso los más encarnizados inquisidores de “la máquina” quedan embelesados, próximos al éxtasis, al contemplar, en cualquier museo, un arado neolítico. Envueltos en vapores de nostalgia bucólica, se arroban ante aquel artilugio que se les antoja de una sencillez e inocuidad conmovedoras, por la sencilla razón de que no les representa novedad o amenaza alguna, ya que hace miles de años que fue asimilado, absorbido, comprendido, y forma parte constituyente de su realidad cotidiana. Y así de satisfechos se vuelven a casa, sin lamentar ni un segundo las enormes desigualdades o los implacables procesos de sustitución en las fuerzas productivas que tal diabólico artefacto –ergo máquina– supuso para las bandas y los clanes de cazadores de los tiempos en los que se inventó.

Arado: la diabólica tecnología que acabó con la working class de los cazadores.

Por no desviarme del punto al que quiero llegar, tampoco me entretendré ahora en replicar a algunas afirmaciones de rotundidad arriesgada que el texto de mi interlocutor virtual me pone al paso en cuanto a las capacidades presentes y futuras de las máquinas, pero sí quisiera recomendarle que indague en lo que ya son capaces de hacer algunas y a la velocidad a la que esas capacidades mejoran. Así mismo, advertirle de que, cuando afirma que hay tareas “... en las que por alguna razón preferimos tener a humanos enfrente.” contradice a lo que muestran los datos estadísticos a medida que las nuevas tecnologías avanzan: que cada vez realizamos más tareas sin más intervención humana que aquella que “todavía” –sí, querido amigo, el “aún” y el “todavía” son claves– no puede realizar una máquina. Compramos de todo por Internet, sin inmutarnos por el hecho de que nuestra pizza, nuestro vestido o nuestro libro nos lo pueda traer un drone en lugar del repartidor habitual. Y el Estado sustituirá lo que haga falta a medida que sepa cómo hacerlo a su conveniencia. Sin ir más lejos, toda mi relación con Hacienda la llevo a cabo sin cruzar una sola palabra con funcionario humano alguno... Pero no nos desviemos más, quizá en otra ocasión...
Volviendo a lo que estábamos, no podemos negar que la problemática, el dilema existe, –así como el temor por la incertidumbre que cualquier dilema nos genera–, pero tal dilema no es muy distinto, en esencia, del que se plantea o se ha planteado siempre ante una nueva situación; más aún si se trata de un caso de disrupción tecnológica, como lo fueron la Revolución Agrícola, la Industrial o la que nos toca vivir aquí y ahora.
¿Que la aplicación de una tecnología puede significar un proceso de sustitución en algunas tareas antes habituales? Sí, sin duda. Que se lo pregunten al que tenía que arrastrar piedras a través de largas distancias cuando aparecieron los carros; o al lomo del segador de trigo cuando aparecieron las cosechadoras...
¿Que eso pone en peligro ciertos puestos de trabajo? Sin duda. Algunos desaparecerán para no volver jamás. La figura del cazador, principal fuerza productiva en tiempos remotos, la working class del Paleolítico, es hoy algo anecdótico, pintoresco, arcaico y mal visto por poco civilizado.
¿Que una nueva tecnología genera desigualdades? Sí, pero no de las que se le achacan. Como sucede con cualquier conocimiento nuevo, el que lo conoce goza de una ventaja de la que carece el que lo ignora. Y eso constituye, sin duda, un factor de desigualdad, pero que se minimiza aprendiendo. Que se lo pregunten al conductor de carros que, visto el panorama, se puso a estudiar para conducir trenes...
Obsérvese que todas esas concesiones a los problemas planteados por la irrupción de una nueva tecnología capaz de alterar los sistemas de producción, se resuelven en gran medida a base de extender el nuevo conocimiento que las ha generado, como sucedió con la agricultura o con la máquina de vapor, y habrá que reconocer que nuestras nuevas tecnologías contribuyen a la difusión de conocimiento de un modo nunca visto. Pero justo un pasito más allá, dejamos de hablar ya de supuestas tecnologías demoníacas, para hablar de gestión de recursos, de redistribución y de ecualización a escala planetaria, del valor del trabajo, de organización, de intereses, de política, de lucha de clases, de luchas, en definitiva, de poder, cosa también muy humana.


Llegados a este punto, y si uno es capaz de transceder la figura de “lo otro”, de “el otro” como demonio, como enemigo –la culpa siempre es del otro, ¿recuerdan?–, resulta que entramos en el territorio de los deseos humanos, como bien intuye mi apreciado interlocutor virtual en las últimas líneas de su escrito, donde se redime al hacer un par de afirmaciones que, a mi entender, constituyen dos hebras fundamentales de un hilo que podría ayudarnos a mitigar nuestros miedos y, por lo tanto, a afrontar los dilemas y las dificultades que la circunstancia se empeña en poneros delante. La primera de tales afirmaciones dice que “Las demandas de los seres humanos, solos y en sociedad, son imprevisibles.” Y la segunda, que “... fiarse a la suerte nunca ha sido la mejor estrategia para la humanidad.” Estando de acuerdo con ambas, déjenme que empiece por la segunda.
Para el ser humano, en efecto, dejar las cosas en manos del azar nunca ha sido su mejor opción. De hecho, más allá de tratar de dominarlo en sus actividades lúdicas, ni siquiera puede permitirse planteárselo como una estrategia en firme, porque el ser humano, para tratar con lo que le rodea, con el mundo –que se le presenta como dilema, problema a resolver segundo a segundo, día a día– se ve obligado a hacer uso de esa capacidad característica suya que es el intelecto; es decir, no le queda otra que plantarse ante el problema, analizarlo y romperse la sesera para tratar de resolverlo.
Así pues, echando mano de esa inevitable actividad sesuda nuestra, y aplicándola al asunto de la “malvada tecnología” que nos ocupa, sería interesante –antes de agarrar el lanzallamas– tratar de comprender de dónde proviene ese hacer humano que es la técnica y su para qué, para lo cual recomendaría encarecidamente la lectura de una de las muchas joyas que el maestro Ortega y Gasset dejó para todo aquel interesado en acercarse a la realidad de las cosas. Se trata de un pequeño volumen que, bajo el título Meditación de la técnica y otros ensayos sobre ciencia y filosofía, recopila una serie de lecciones que impartió el maestro, allá por los años 30 del pasado siglo XX.
Sin riesgo de spoiler alguno –diga aquí lo que yo diga, “escuchar” a Ortega impartiendo es una experiencia impagable–, puedo asegurarles que bastan las dos primeras lecciones –apenas veinte paginitas–, para no volver a echarle el muerto a la ligera a la tecnología, pues, a fin de cuentas, no es otra cosa que el conjunto de técnicas a través del cual el humano pretende liberarse de los imperativos de la pervivencia, del estar vivo, para poder dedicarse a lo que es su necesidad fundamental y distintivamente humana: desarrollarse como individuo, ser lo que desea ser. Es decir, al ser humano no le basta con atender las exigencias biológicas para estar vivo –cosas como comer, beber agua, protegerse de la intemperie...–, no. El ser humano además de estar, quiere estar bien (bien-estar) para poder dedicarse a ser aquello que haya proyectado ser –ahí tenemos el deseo–. No usa la técnica para adaptarse al medio, no; la usa para adaptar el medio a él, de manera que el medio deje de incomodarlo y de exigirle cosas, pudiendo así dedicarse a vacar, a disponer de tiempo libre para lo que se le antoje ser –otra vez el deseo–. Al respecto, explica Ortega:
Los antiguos dividían la vida en dos zonas: una, que llamaban otium, el ocio, que no es la negación del hacer, sino ocuparse en ser lo humano del hombre, que ellos interpretaban como mando, organización, trato social, ciencias, artes. La otra zona, llena de esfuerzos para satisfacer las necesidades elementales, todo lo que hacía posible aquel otium, la llamaban nec-otium, señalando muy bien el carácter negativo que tiene para el hombre.”
Ahí lo dejo, subrayando que debajo de todo están las imprevisibles demandas de los deseos humanos que mencionaba mi interlocutor virtual en su primera afirmación, antes expuesta. Y entre esos deseos, algunos son infinitos, como ya nos explicó otro gran maestro contemporáneo del anterior:
Entre los deseos infinitos del hombre, los principales son los deseos de poder y de gloria.”
Así pues, si como hemos apuntado antes, son luchas de poder las que, en última instancia, dan lugar a todas esas injusticias, desigualdades y problemas sociales que, lógicamente, tanto nos preocupan; y si el poder es uno de los deseos infinitos del ser humano, convendrá también tratar de conocer lo que podamos de ese deseo que tantos quebraderos de cabeza nos ocasiona, para lo que recomiendo, en este intento de arrojar luz sobre los demonios que nos inducen a tirar de hoguera a la primera de cambio, la obra en la que aparece la frase que acabo de citar, El poder. Un nuevo análisis social, de Bertrand Russell.
Todo esto me lleva, para terminar, a poner sobre el tapete una reflexión que no es nueva –sin ir más lejos, los maestros que he mencionado la expusieron con meridiana claridad cuando el siglo XX aún era joven–, pero su vigencia es incontestable:
Tal vez el gran problema de fondo del ser humano de hoy es que no sabe lo que desea; es decir, no sabe lo que quiere ser, no tiene todavía un plan, un proyecto de sí mismo que encaje con el nuevo modelo de mundo que la nueva era de la sociedad de la información y el conocimiento le plantea; es decir, no sabe lo que quiere ser porque aún no comprende lo que está pasando. Estamos mirando, asustados, desde el fondo de nuestras cuevas, un nuevo modelo de mundo que nos sitúa ante una circunstancia de ámbito planetario que nos obliga, además de reformular nuestros propios deseos, a formular unos nuevos, unos deseos globales, de especie en su conjunto. La cosa tiene miga, claro está, pero si logramos definir esos deseos, tal vez los deseos de poder y de gloria adquieran nuevos enfoques y objetivos. Y la tecnología que hagamos estará enfocada, como siempre, a liberarnos para alcanzarlos.

domingo, 1 de junio de 2014

¡Qué jaleo con Podemos!

   Como no quiero contarles penas, ni intentar justificar mis prolongadas ausencias en estas tablas, voy al grano, que tiempo es lo único que tenemos y es dolorosamente escaso.

   ¡Hay que ver el revuelo que se ha formado con la irrupción de la formación Podemos en el decadente, corrupto y ya de por sí revuelto tablero político! Corríjanme si me equivoco, pues mi memoria no está para tirar cohetes, pero no recuerdo conmoción semejante cuando entraron en liza partidos como UPyD o Ciudadanos... Bueno, da igual. El caso es que, desde que se confirmó que más de un millón doscientas mil papeletas ponían en juego a cinco fichas de un nuevo color –nuevo en el tablero, se entiende– los grandes clanes mafiosos de la política patria se han lanzado, cuchillo prieto entre los dientes, a descuartizar, por el medio que sea, a los recién llegados. En un intento de convertirlos en el enemigo público número uno –tiro que les va a salir por la culata, me temo–, en menos de una semana, hemos tenido ocasión de escuchar en los medios la mayor concentración de despropósitos por minuto de emisión, de delirios argumentales que sólo pueden explicarse como irreflexivos actos reflejos provocados por el pánico. Tales reacciones, que vienen a retratar lo que en su día plasmé en mi modesto "Política Estúpida", dan pie a todo tipo de reflexiones.

   Objetivamente, lo que ha sucedido es que los dos grandes partidos han perdido muchos millones de votos, al tiempo que una formación sustentada por el populacho hastiado han obtenido los suficientes como para decir aquí estoy yo, porque he venido. Y cuando cualquier demócrata de pro debería estar haciendo la ola por el hecho de que entren en juego nuevas representaciones –¿no les parece?– , la reacción instintiva ha sido sacar los dientes y poner el grito en el cielo, evidenciando, a mi entender, que el actual juego democrático no está diseñado para que sucedan estas cosas, sino para la alternancia y la supervivencia de los dos grandes clanes. Obsérvese que, por lo bajini, ya nos han puesto en el tapete la posibilidad de que, si las cosas se ponen magras, los dos clanes antagonistas por tradición acaben formando alianza, como ya ha sucedido en otros países. Porque, no nos engañemos, amigos míos; cada vez que aparecen en los medios hablando de una posible coalición, sea a favor o en contra, no es más que los preparativos de algo que ya se masca, para que no nos coja por sorpresa. Y si siguen entrando en juego formaciones minoritarias que, en conjunto, puedan ponerse farrucas y decantar la balanza de los números, la coalición está cantada. Tiempo al tiempo.

   El papelón que se les presenta a los tradicionales feudos políticos tiene miga. Llevados por su propia inercia, ya anacrónica, la irrupción de un factor gestado en el más rabioso presente a pie de calle hace que su ecuación salte por los aires; no saben por dónde cogerlo y reaccionan del único modo que le queda a cualquier clan mafioso que se precie: "Joe, saca la artillería." Obligados a tragarse lo que no hay forma de maquillar, pues los resultados de su propio juego –o sea, los votos– cantan, se muestran incapaces de entonar un mea culpa mínimamente analítico y critico, más allá de alegar con la boca pequeña "problemas de comunicación con el ciudadano" o declarar a regañadientes la necesidad de plantearse cambios en los senos de sus partidos –a buenas horas, mangas verdes–, empeñados en ningunear lo que es evidente para cada vez más gente, de dentro y de fuera del país, y que los de Podemos han sabido, esta vez, plasmar en un discurso todo lo populista que quieran pero que no hace otra cosa que amplificar lo que una proporción cada vez mayor de la plebe vocea a pleno pulmón: esto es una estafa, esto es una casa de putas, esto no puede seguir así. Y el "esto" no es únicamente la "crisis económica" o el vergonzante, intolerable, insostenible y esperpéntico espectáculo de corrupción asociado a ella; el "esto" se ha hecho más profundo y apunta a las mismísimas reglas del juego, que no es moco de pavo. Forzados a gesticular de cara a la galería, atrapados en sus propias corruptelas y trampas, y espoleados por la lógica del instinto básico de supervivencia, cualquier planteamiento de cambio que pueda poner en riesgo el chiringuito y sus jugosos privilegios tal y como los conocemos parece quedar fuera de su visión, lo cual los sitúa en una situación harto peluda. A falta de un plan que se corresponda con la rugiente y sangrante realidad, pueden verse abocados hacia una huida hacia adelante, a un sálvese quien pueda, a un toma el dinero y corre... (Les dejo más abajo unos enlaces a declaraciones de algunos reputados e influyentes periodistas con los que complementar estos humores míos.)

   En cuanto a los recién llegados, hábiles en el uso de los medios actuales, impulsados por la televisión, y de nombre que combina con oportunismo consigna futbolera con eslogan electoral norteamericano de moda –yes, we can– como ya combinó el fenómeno 15M, no puedo menos que, de salida, regocijarme con su hazaña por lo que de revulsivo y de agitación del panorama supone. Como en cualquier otro caso, su pelaje y sus propuestas –júzguenlas ustedes mismos– podrán gustarle a uno más, menos o nada. Particularmente, coincido en alguna –especialmente en todo aquello orientado a revelar y erradicar las mil caras de la corrupción– y discrepo en muchas otras, pero, en mi opinión, merecen como mínimo ser expuestas y debatidas punto por punto, con luz y taquígrafos, pues, además de ser representativas de la inquietudes de una parte cada vez más significativa de la población, ponen sobre la mesa cuestiones fundamentales que ya hace mucho deberían haber sido sometidas al frío escalpelo del análisis y el debate racional.

   Ahora, para Pablo Iglesias, su jefe de campaña, Íñigo "Pitagorín" Errejón, y el conjunto de sus filas empieza lo más complicado. Ya están en el tablero y tienen, por oportuna, una buena mano que habrán de jugar lo mejor que sepan, pero ya pueden apretarse los machos, porque la partida va a ser feroz y despiadada, y el menor desliz puede hacer que sus cabezas desaparezcan de la foto de forma tan fulminante como aparecieron. Las palabras han sido dichas. A ver qué dicen ahora los hechos...

Los enlaces prometidos:

domingo, 19 de enero de 2014

"De cara al futuro" - Corrupción (Parte II)

Completamos estas dos entregas sobre el fenómeno de la corrupción ilustrando el asunto con los reveladores, incluso sorprendentes, resultados obtenidos en una serie de experimentos que quedaron expuestos en una reciente conferencia (octubre de 2013) titulada  Neurociencia y corrupción política: nexos entre el poder y la conducta deshonesta. Aunque no consiguen apagar por completo el persistente regusto de la guillotina, nos aportan nuevos matices al sabor de este guiso de tan flatulenta digestión...

De cara al futuro (II Época): Episodio 005 (Descargar)
Barcelona, a 19 de enero de 2014
Sintonía: Atomium (Visions of the future de Groovycosta)

Para escuchar:


Gracias por su paciencia y su atención. Sigan atentos a sus terminales...

 Licencia de Creative Commons
"De cara al futuro" by Ángel F. Bueno is licensed under a Creative Commons Attribution-NonCommercial-NoDerivatives 4.0 Internacional License.