martes, 10 de abril de 2012

Las cadenas de todos

   Permítanme que hoy inicie mis divagaciones con unos malabares numéricos, seguramente no del todo precisos pero sí lo bastante aproximados para la ocasión.
   Pongamos que somos unos seis mil millones de humanos. Según terminaba el siglo XX, alrededor del 80% residía en las regiones de menor desarrollo y el resto en las de mayor. Tengamos también en cuenta que se estima que, aproximadamente, sólo un 10% de la población mundial está conectada a la Red, lo que vendría a ser unos 600 millones de almas experimentando, de una forma u otra, esta nueva experiencia de la interconexión.
   Esto de la interconexión genera, entre otras muchas cosas, una serie de impresiones que, aún teniendo su lógica, distan mucho de la realidad que los hechos constatan. El humano ha ido ampliando su visión y entendimiento del mundo a medida que ha ido adquiriendo conocimiento y, en nuestra era, las redes de comunicación tejidas durante el siglo XX se han ido extendiendo por la faz del planeta. Sin embargo –y ahí es donde voy–, en esta última afirmación que acabo de hacer va implícita una distorsión de la realidad que nos conduce, hoy en día, a un sinnúmero de valoraciones incorrectas y, por ende, de movimientos o acciones no menos erróneos o ineficaces. La distorsión se produce cuando digo "el humano", generalización que me lleva a pensar, de modo inconsciente, que todo individuo de mi especie cuenta ya con esa visión y entendimiento del mundo propiciados por el conocimiento adquirido y difundido por las cada vez más tupidas redes de comunicaciones. Es decir, a poco conciencia de especie que uno sea capaz de tomar, a poco que sea capaz de concebir la idea de "todos", se tiende a pensar que ese "todos" ha alcanzado ya el mismo grado de iluminación que nosotros mismos. Nada más lejos de la realidad.

   Hace unos días, mi estimada colega La Terrícola se preguntaba en una de sus magníficas entradas:

[...] ¿Es tan difícil para algunos plantearse la vida no como una carrera, una caza, una guerra, si no como un cuadro, una melodía, un poema? [...]

   Y, más adelante, afirmaba:

[...] Cualquier persona desde cualquier posición en cualquier punto del planeta, sea cual sea su condición y sean cuales sean sus circunstáncias, es capaz, o al menos su cerebro lo es, de mirar más allá de sus narices. [...]

   Vaya por delante que yo mismo me he visto –y me veo– inmerso en esas cuestiones hasta la desesperación, siempre con resultados angustiosos y frustrantes, dándome con los cuernos, una y otra vez, contra el implacable muro de los hechos. Pero a su pregunta debo responder: sí, es tan difícil y, en muchos casos, incluso imposible. Y a la afirmación: no, cualquier persona no es capaz de mirar más allá de sus narices, a pesar de disponer de un cerebro con capacidad para esa virguería y muchas otras. Y ahora me explico.

   Cuando un individuo nace en una determinada circunstancia –por no entrar en las posibles influencias que pueda recibir durante el periodo de gestación–, la primera construcción del mundo que se hará se basará en dicha circunstancia. Si todo el decorado y los comportamientos que le rodean responden a esa misma circunstancia, si todo el mundo corre, caza y guerrea, se comportan desde hace miles de años como corredores, cazadores y guerreros, tiene muchos números de que acabe convenciéndose de que la vida ES, en efecto, una carrera, una caza, una guerra. De hecho, esa es la circunstancia en la que ha nacido: en medio de una carrera, de una caza, de una guerra. Así pues, en tal circunstancia, lo complicado es pensar algo distinto, más aún cuando cualquier intento de comportamiento diferente al establecido se convierte, de forma automática, si no en una estrategia perdedora de supervivencia, sí en una estrategia harto arriesgada y complicada. Ahí tenemos un primer paquete de cadenas que lastran cualquier intento de cambio: las que imponen la circunstancia cultural, la circunstancia social, la tradición, la costumbre, la estrategia de supervivencia establecida.
   Este primer paquete de "cadenas" tiene un efecto devastador sobre otro paquete de cadenas: las de ADN. Como bien sabemos, las características de cada organismo vivo vienen definidas por su dotación genética. Sabemos también que dicha dotación genética en susceptible de cambiar, de mutar, en función de la circunstancia, con el objeto de adaptarse a la misma y poder sobrevivir. Es decir, según sean las circunstancias, unas características del organismo se verán más potenciadas que otras, simplemente porque resultan más eficaces en dichas situaciones. Si el organismo no cuenta con características que sean eficaces en una circunstancia determinada, está condenado. Si a un pez le quitas el agua, las aletas se le atrofiarán y será mejor que se dé prisa en desarrollar unas patitas o unas alitas o lo tiene crudo... Este mismo principio se aplica, claro está, al organismo vivo que conocemos como humano. Si el susodicho se encuentra en una situación de larga duración donde el correr, el cazar y el partirse la cabeza unos a otros es lo que se lleva, toda característica que se muestre eficaz en esas lides se verá potenciada, características entre las que se incluye el modo de usar el cerebro. En un entorno rodeado de felinos hambrientos, pongamos por caso, tiene más posibilidades de sobrevivir el cerebro atento a las huellas, los rastros, los olores de tales felinos, que el cerebro atento a las florecillas, las mariposas y a las preciosas puestas de sol; así, aunque la posibilidad –el potencial– de deleitarse con las maravillas de la creación no desaparece, la estrategia que resulte más eficaz para la supervivencia potenciará todas aquellas capacidades –incluso las cerebrales– relacionadas con el olfatear, el rastrear, el estar atento a los movimientos furtivos entre la maleza....
   Si he conseguido explicarme, entenderán que diga que, aunque el cerebro, como tal, podría hacerlo, el individuo sólo mirará más allá de sus narices y/o de su ombligo si la circunstancia de supervivencia se lo exige. Teniendo en cuenta que llevamos miles de años en una circunstancia cuyo formato es de carrera, de caza, territorial, bélico, no es de extrañar que la inmensa mayoría siga atendiendo a modelos de comportamiento que han terminado, en muchos casos, por convertirse en rasgos genéticos. Así pues, para ver más allá de las propias narices, se necesitará que la circunstancia lo permita y una serie de generaciones que muten en esa dirección, es decir, que consigan ser capaces de mirar más allá de sus narices y transmitirlo a la siguiente generación.

   Con todo esto, donde quiero ir a parar es a que esperar que "todos" hagan o piensen tal o cual cosa es –afortunadamente– imposible. Se está consumiendo fabulosas cantidades de esfuerzo infructuoso por causa de esa distorsión, con el consecuente desfallecimiento que ello provoca. Ni a día de hoy ni a lo largo de la historia conocida, aquellos capaces de mirar más allá –o de pensar distinto, si prefieren– han sido el 99,9%, ni siquiera una simple mayoría numérica; los cambios siempre los genera una inmensa minoría y, ateniéndonos a los hechos, eso no implica que la mayoría, "todos", hayan asimilado tales cambios, ni mucho menos. Vamos camino de los cuatrocientos años desde Galileo y la inmensa mayoría sigue pensando el mundo a base de dogmas de fé...

   Para que no se me acuse de aguafiestas, apunto dos líneas de acción que contribuyan a los necesarios procesos de cambio:
   Por un lado, que aquellos con capacidad de mirar más allá de sus narices, trabajen en modificar la circunstancia, sea en solitario o con afines. Si se consigue modificar la circunstancia de manera efectiva –es decir, que permita estrategias de supervivencia estables–, el resto se adaptará a la nueva circunstancia, o sucumbirá en el intento, como siempre ha sido. Construcción de, llamémosle, "circunstancias paralelas".
   Por otro lado, acometer, de una vez por todas, de forma radical y definitiva, el asalto al bastión fundamental de... –ustedes lo han querido– ... la educación. Y para empezar a mascar el asunto, les dejo un vídeo y una pregunta: ¿por qué al común se le permite disponer en cierta medida de medios de comunicación "propios", pero no se le permite fundar sus propias escuelas (o cualquier otra fórmula educativa alternativa)?


martes, 3 de abril de 2012

Llamaradas

   A ver, damas y caballeros, si empezamos a ubicarnos en el mapa y damos alguna muestra de haber aprendido algo en los nueve o diez mil años que llevamos de curso. No pido que me resuelvan integrales –de momento–, pero sí un mínimo de soltura en el manejo de las cuatro operaciones aritméticas básicas, que ya está bien la broma.
 Vamos a ver: cada vez que tiene lugar uno de esos ritos que tanto nos gustan –léase "huelga" o cualquier otra manifestación de catarsis colectiva– retrocedemos dos de cada tres pasos avanzados. Ahora nos tiraremos dos o tres meses, hasta la próxima, tratando de explicar y/o justificar los furores propios y ajenos, tirándonos los trastos a la cabeza, los pacíficos a los violentos, los violentos a los pacíficos, el de rojo al de azul, el de azul al de negro, y éste al de verde; porque tú, porque ellos, porque yo... Todos y cada uno de los actores de la obra representando con precisión aterradora, una y otra vez, sus correspondientes papeles, como una pesadilla interminable.
   Comprendo perfectamente, repetiré otra vez, la necesidad ritual, cuya función no es otra, precisamente, que la de canalizar, expresar, dar forma a sensaciones, pasiones, emociones que nos abruman y, por ello, requieren de una válvula de escape. Reunidos en torno a la hoguera, uno se disfraza de mamut para que otro, disfrazado de cazador, se enfrente a él y lo derrote en nombre de todos, en medio de una danza extática colectiva al son de los tambores. Ritos para enfrentar y canalizar los miedos, los anhelos y las necesidades, sean físicas o psicológicas. Miren a su alrededor, están por todas partes: celebraciones religiosas, conciertos musicales, eventos deportivos, teatro, cine, y, actualmente, manifestaciones...
   Sí, amigos míos, sí: las manifestaciones, hoy en día, no son más que la expresión ritual de lo que en otros tiempos fueron revueltas sangrientas, como los eventos deportivos son la expresión ritual de la batalla o de los duelos. Me da la risa tonta cada vez que oigo a un manifestante que, forrado de pegatinas y banderola en ristre, después de varias horas vociferando entre una multitud de miles de personas haciendo lo propio, echa pestes de aquel que se mete en un estadio con otros miles de personas a jalear a su equipo o duelista favorito. Pues déjenme decirles que, hoy por hoy, un evento deportivo es una forma infinitamente más civilizada de ritual que muchas manifestaciones –por no mencionar ciertos ritos religiosos–. Es más, el aficionado al evento deportivo, por muy energúmeno que sea –es decir, por desmedida que sea la pasión que le ponga– no comete el lamentable error de pensar que su rito favorito va a solucionarle los problemas que el mundo, la circunstancia le plantea. Por muy eufórico que se ponga, por mucho que se pase la semana hablando de lo mismo, tiene clarísimo que, frente a los recortes, el paro o la reforma laboral, de nada va a servir ondear los colores de su equipo. Por muy bonita que nos quedara la danza, por mucha hermandad e identidad que nos embargara la noche anterior, a la mañana siguiente habrá que salir a cazar el mamut, con todos sus riesgos e inconvenientes. Habrá que salir a cazar al mamut, y mejor será que lo hagamos con los sentidos atentos y afinados, concentrados, con la mente fría y despejada de los vapores, del humo, de las llamas, de los gases rituales; mejor será que examinemos y analicemos cuidadosamente el terreno, las huellas, los rastros, que nos atengamos a los hechos y no al dictado de la embriaguez visceral. Porque si confundimos el ritual con la circunstancia real, si dejamos que la víscera ocupe el espacio de la razón, la mente se nubla y el problema se distorsiona, dificultando así cualquier intento de solución, generando frustración, resignación, apatía y, sobre todo, aumentando de forma alarmante las posibilidades de que el mamut se nos lleve por delante.