domingo, 18 de noviembre de 2012

La Biblioteca del Caos - Cimientos

   A tiro pasado, me doy cuenta de que mi biblioteca caótica empezó a formarse por su propia cuenta, aprovechándose de mi temprana debilidad por la letra impresa. Según cuenta la leyenda familiar, uno aprendió a leer por sorpresa y mucho antes de lo esperado, –a los tres años, dicen–, empecinado, no me cabe duda, en desvelar el enigma que aquellos símbolos sobre el papel pudieran esconder. Por otro lado, hay que decir que nunca faltaron cuentos y libros a mi alrededor, ni, lo más importante, lectores que los leyeran, dando ejemplo.
   En principio, aquella afición mía por la lectura no le hacía ascos a nada, devorando con igual alegría los periódicos, la propaganda del buzón o los prospectos de medicinas que las cartillas y los catecismos escolares; pero, a poco que fui capaz de discernir, quedó constancia de que, entre todo lo que mis ávidos ojos habrían de absorber, la ficción, en cualquiera de sus formas, iba a tener un lugar propio y destacado en aquella biblioteca aún en proyecto. Y al decir "ficción", compréndase que, en aquellos momentos, a mí me resultaba igual de ficticio y fascinante, cada uno por lo suyo, Mortadelo que Fray Escoba.
   Añádase a este importantísimo factor otro de pareja relevancia si se quiere comprender los fundamentos de mi biblioteca, y es que un servidor, hijo aplicado de su tiempo, alinea en sus estantes, en igualdad de condiciones, libros, tebeos, cómics, series de televisión, películas... Es decir, cualquier forma que pueda adoptar algo que, primero, haya sido escrito. Son muchos los que desdeñan estas piezas por no presentarse en el tradicional y venerado formato de libro, menosprecio que no puedo dejar de lamentar, pues no son pocas las grandes obras literarias que, para ser expresadas, han acabado eligiendo otras vías distintas a las de los sobrios renglones.
   Así pues, no estaría llegando al fondo ni haciendo justicia si antes de empezar a mencionar títulos de obras concretas no hiciera mención especial de todo aquel material con el que, además de adquirir entrenamiento en las artes de la comprensión y la expresión escrita y visual, construí mis primeros modelos del mundo, con sus reglas y sus valores, aunque luego, con el tiempo y las implacables exigencias de la razón, tuvieran que ser reformados, desmantelados y/o desaprendidos para adecuarse a las complejas facetas, externas e internas, que uno se ha ido encontrando en su camino vital.
Por tanto, sirva esta excavación tanto para destapar los restos fosilizados de aquella materia primaria como para rendirles mi más entrañable homenaje por los buenos ratos que me hicieron pasar. Por ser imposible una relación exhaustiva, sirvan como símbolo de todo aquello:

Las cartillas escolares y los catecismos de finales de los años 60.
catecismo y cartilla escolar

Los cuentos de Toray y las recopilaciones de cuentos de Andersen, los hermanos Grimm, Oscar Wilde...
Cuentos troquelados de Toray

El TBO y las revistas infantiles de la época, especialmente Mortadelo, DDT, Tío Vivo, Pulgarcito, Pumby...
Revistas infantiles de los 60

La colección Dumbo, donde además de las peripecias de los personajes de Disney, se colaban obras como Peter Pan, El Libro de la Selva, Merlín el Encantador...
Colección Dumbo, de Disney

La enciclopedia Espasa Calpe del año 1957, magnífica obra que aún se conserva en el hogar paterno.
Espasa Calpe 1957

Y a la familia Telerín, Félix el Gato y los Chiripitiflaúticos –Locomotoro y Hermanos Malasombra incluidos–, que también dejaron su poso.
Chiripitiflaúticos y Gato Félix

Recomiendo no tomar a broma este tipo de referencias primarias, pues sobre ellas construyen los retoños lo que durante buena parte de su vida –la totalidad para una inmensa mayoría– será, entre otras cosas, el armazón de conceptos y costumbres, de la ética y la moral, de los valores que guiarán sus pasos. Pero eso ya nos lo iremos encontrando...


lunes, 12 de noviembre de 2012

Sopa de letras

   Sentado a la fresca con un grupo de amigos, charlábamos el otro día sobre cierto tipo de brotes que van aflorando entre los lodos de esto que llaman "crisis": Además de los ya evidentes cambios en lo que a las formas de trabajar y entender el trabajo se refiere –y de lo que hablaré otro día, seguramente–, nos referíamos a cosas como a las redes de intercambio de servicios y conocimientos de iniciativa vecinal, al margen de toda oficialidad; mercadillos espontáneos; pequeñas bibliotecas a la puerta de las casas para compartir libros con los vecinos; casetas callejeras para dejar objetos que uno ya no utiliza al alcance de aquel que pudiera necesitarlos. Brotes abonados a base de presión ambiental y que obligan a volver a plantearse conceptos como el valor de las cosas materiales, del tiempo, del trabajo, de la propiedad... Y tirando de esos hilos, cada vez es más frecuente que acabemos alabando las bondades de una tendencia que gana adeptos día a día: el minimalismo.
   Minimalismo: menos es más. Dadas las circunstancias, el meme tiene una potencia indiscutible y se instala en las meninges con relativa facilidad. Cada vez son más los que vibramos con la idea de reducir las posesiones al espacio de una sola maleta o mochila, embriagados por la mezcla de sensaciones de vértigo, alivio, ligereza, libertad que le asaltan a uno con sólo imaginarlo.
   Personalmente, he hecho grandes avances en esa dirección y podría embutir en una buena mochila el grueso de la casi totalidad de mis, ya de por sí, escasas pertenencias. Pero, ¡ay!, es en el "casi" donde radica mi perdición, pues si algo material he atesorado a lo largo de mis días son... libros. A pesar de que recientemente he vendido y donado varios centenares de ellos, los libros que acumulo, admitámoslo, no cabrían de ninguna manera ni en varios juegos de maletas...
   En mi descargo minimalista debo decir que, ahora mismo, tengo almacenados más de seis mil títulos en formato digital, cantidad que hago crecer día a día y que trato de engrosar –a medida que los encuentro digitalizados– con los cientos que aún forran las paredes que me rodean, momento en el que mi dicha sería completa al saber que, si fuese necesario, podría llevármelos conmigo en un simple bolsillo de la mochila. Sin embargo, aún en el caso de obtener una copia digitalizada de todos y cada uno de ellos, confieso que haría lo posible por conservar unos cuantos, pues tienen para mí un valor simbólico añadido, ya que representan los fragmentos que uno ha ido reuniendo pacientemente en su intento de entender algo de la película que le ha tocado vivir. Son las piezas de mi rompecabezas particular. Y de eso, precisamente, me pide el cuerpo hablarles también, de esas piezas con las que he ido componiendo a mí y al mundo, de esa biblioteca personal atesorada a lo largo de los años y a la que por su singular naturaleza voy a bautizar, para todos ustedes, como la Biblioteca del Caos.

Sigan atentos a sus terminales, que vuelvo en pocos días con el tema. Lo prometo.