Sentado a la fresca con un grupo de amigos, charlábamos el otro día sobre cierto tipo de brotes que van aflorando entre los lodos de esto que llaman "crisis":
Además de los ya evidentes cambios en lo que a las formas de trabajar y entender el trabajo se refiere –y de lo que hablaré otro día, seguramente–, nos referíamos a cosas como a las redes de intercambio de servicios y conocimientos de iniciativa vecinal, al margen de toda oficialidad; mercadillos espontáneos; pequeñas bibliotecas a la puerta de las casas para compartir libros con los vecinos; casetas callejeras para dejar objetos que uno ya no utiliza al alcance de aquel que pudiera necesitarlos. Brotes abonados a base de presión ambiental y que obligan a volver a plantearse conceptos como el valor de las cosas materiales, del tiempo, del trabajo, de la propiedad... Y tirando de esos hilos, cada vez es más frecuente que acabemos alabando las bondades de una tendencia que gana adeptos día a día: el minimalismo.
Minimalismo: menos es más. Dadas las circunstancias, el meme tiene una potencia indiscutible y se instala en las meninges con relativa facilidad. Cada vez son más los que vibramos con la idea de reducir las posesiones al espacio de una sola maleta o mochila, embriagados por la mezcla de sensaciones de vértigo, alivio, ligereza, libertad que le asaltan a uno con sólo imaginarlo.
Personalmente, he hecho grandes avances en esa dirección y podría embutir en una buena mochila el grueso de la casi totalidad de mis, ya de por sí, escasas pertenencias. Pero, ¡ay!, es en el "casi" donde radica mi perdición, pues si algo material he atesorado a lo largo de mis días son... libros. A pesar de que recientemente he vendido y donado varios centenares de ellos, los libros que acumulo, admitámoslo, no cabrían de ninguna manera ni en varios juegos de maletas...
En mi descargo minimalista debo decir que, ahora mismo, tengo almacenados más de seis mil títulos en formato digital, cantidad que hago crecer día a día y que trato de engrosar –a medida que los encuentro digitalizados– con los cientos que aún forran las paredes que me rodean, momento en el que mi dicha sería completa al saber que, si fuese necesario, podría llevármelos conmigo en un simple bolsillo de la mochila. Sin embargo, aún en el caso de obtener una copia digitalizada de todos y cada uno de ellos, confieso que haría lo posible por conservar unos cuantos, pues tienen para mí un valor simbólico añadido, ya que representan los fragmentos que uno ha ido reuniendo pacientemente en su intento de entender algo de la película que le ha tocado vivir. Son las piezas de mi rompecabezas particular. Y de eso, precisamente, me pide el cuerpo hablarles también, de esas piezas con las que he ido componiendo a mí y al mundo, de esa biblioteca personal atesorada a lo largo de los años y a la que por su singular naturaleza voy a bautizar, para todos ustedes, como la Biblioteca del Caos.
Sigan atentos a sus terminales, que vuelvo en pocos días con el tema. Lo prometo.
Hola! Muy buenas,
ResponderEliminarEn efecto, el minimalismo está calando lenta pero paulatinamente en la sociedad, es la tendencia a reducirlo todo a lo esencial, esto ayudará en el presente a no fomentar el consumismo compulsivo y encarará el futuro a lo básico, que es la vida misma, además fomentará la movilidad geográfica pues con menos bártulos se viaja mejor, en definitiva, una manera diferente de vivir y pareciendo extraño ahora, en unas décadas será de lo más normal y aunque ahora nos cueste desprendernos de esa biblioteca caótica que tanto apreciamos, con el tiempo, nos desprenderemos de ella, por mucho afecto que se tenga, para que otros, quizás los más jóvenes, podamos gozar de ella y de las reseñas escritas con lápiz en los márgenes que han realizado generaciones pasadas, plasmando su sabiduría.
Un caótico saludo.
TopoLoko