A tiro pasado, me doy cuenta de que mi biblioteca caótica empezó a formarse por su propia cuenta, aprovechándose de mi temprana debilidad por la letra impresa. Según cuenta la leyenda familiar, uno aprendió a leer por sorpresa y mucho antes de lo esperado, –a los tres años, dicen–, empecinado, no me cabe duda, en desvelar el enigma que aquellos símbolos sobre el papel pudieran esconder. Por otro lado, hay que decir que nunca faltaron cuentos y libros a mi alrededor, ni, lo más importante, lectores que los leyeran, dando ejemplo.
En principio, aquella afición mía por la lectura no le hacía ascos a nada, devorando con igual alegría los periódicos, la propaganda del buzón o los prospectos de medicinas que las cartillas y los catecismos escolares; pero, a poco que fui capaz de discernir, quedó constancia de que, entre todo lo que mis ávidos ojos habrían de absorber, la ficción, en cualquiera de sus formas, iba a tener un lugar propio y destacado en aquella biblioteca aún en proyecto. Y al decir "ficción", compréndase que, en aquellos momentos, a mí me resultaba igual de ficticio y fascinante, cada uno por lo suyo, Mortadelo que Fray Escoba.
Añádase a este importantísimo factor otro de pareja relevancia si se quiere comprender los fundamentos de mi biblioteca, y es que un servidor, hijo aplicado de su tiempo, alinea en sus estantes, en igualdad de condiciones, libros, tebeos, cómics, series de televisión, películas... Es decir, cualquier forma que pueda adoptar algo que, primero, haya sido escrito. Son muchos los que desdeñan estas piezas por no presentarse en el tradicional y venerado formato de libro, menosprecio que no puedo dejar de lamentar, pues no son pocas las grandes obras literarias que, para ser expresadas, han acabado eligiendo otras vías distintas a las de los sobrios renglones.
Así pues, no estaría llegando al fondo ni haciendo justicia si antes de empezar a mencionar títulos de obras concretas no hiciera mención especial de todo aquel material con el que, además de adquirir entrenamiento en las artes de la comprensión y la expresión escrita y visual, construí mis primeros modelos del mundo, con sus reglas y sus valores, aunque luego, con el tiempo y las implacables exigencias de la razón, tuvieran que ser reformados, desmantelados y/o desaprendidos para adecuarse a las complejas facetas, externas e internas, que uno se ha ido encontrando en su camino vital.
Por tanto, sirva esta excavación tanto para destapar los restos fosilizados de aquella materia primaria como para rendirles mi más entrañable homenaje por los buenos ratos que me hicieron pasar. Por ser imposible una relación exhaustiva, sirvan como símbolo de todo aquello:
Las cartillas escolares y los catecismos de finales de los años 60.
Los cuentos de Toray y las recopilaciones de cuentos de Andersen, los hermanos Grimm, Oscar Wilde...
El TBO y las revistas infantiles de la época, especialmente Mortadelo, DDT, Tío Vivo, Pulgarcito, Pumby...
La colección Dumbo, donde además de las peripecias de los personajes de Disney, se colaban obras como Peter Pan, El Libro de la Selva, Merlín el Encantador...
La enciclopedia Espasa Calpe del año 1957, magnífica obra que aún se conserva en el hogar paterno.
Y a la familia Telerín, Félix el Gato y los Chiripitiflaúticos –Locomotoro y Hermanos Malasombra incluidos–, que también dejaron su poso.
Recomiendo no tomar a broma este tipo de referencias primarias, pues sobre ellas construyen los retoños lo que durante buena parte de su vida –la totalidad para una inmensa mayoría– será, entre otras cosas, el armazón de conceptos y costumbres, de la ética y la moral, de los valores que guiarán sus pasos. Pero eso ya nos lo iremos encontrando...
Si la memoria no me traiciona. Lo primero fue "MUEBLES LA FÁBRICA"
ResponderEliminarSu memoria es excelente, querida amiga. Fue en una estación de metro donde, al parecer, leí, de un cartelón en la pared, esas primeras palabras en voz alta; a mí señor padre casi le da un pasmo... :-D
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