Como no quiero contarles penas, ni intentar justificar mis prolongadas ausencias en estas tablas, voy al grano, que tiempo es lo único que tenemos y es dolorosamente escaso.
¡Hay que ver el revuelo que se ha formado con la irrupción de la formación Podemos en el decadente, corrupto y ya de por sí revuelto tablero político!
Corríjanme si me equivoco, pues mi memoria no está para tirar cohetes, pero no recuerdo conmoción semejante cuando entraron en liza partidos como UPyD o Ciudadanos... Bueno, da igual. El caso es que, desde que se confirmó que más de un millón doscientas mil papeletas ponían en juego a cinco fichas de un nuevo color –nuevo en el tablero, se entiende– los grandes clanes mafiosos de la política patria se han lanzado, cuchillo prieto entre los dientes, a descuartizar, por el medio que sea, a los recién llegados. En un intento de convertirlos en el enemigo público número uno –tiro que les va a salir por la culata, me temo–, en menos de una semana, hemos tenido ocasión de escuchar en los medios la mayor concentración de despropósitos por minuto de emisión, de delirios argumentales que sólo pueden explicarse como irreflexivos actos reflejos provocados por el pánico. Tales reacciones, que vienen a retratar lo que en su día plasmé en mi modesto "Política Estúpida", dan pie a todo tipo de reflexiones.
Objetivamente, lo que ha sucedido es que los dos grandes partidos han perdido muchos millones de votos, al tiempo que una formación sustentada por el populacho hastiado han obtenido los suficientes como para decir aquí estoy yo, porque he venido. Y cuando cualquier demócrata de pro debería estar haciendo la ola por el hecho de que entren en juego nuevas representaciones –¿no les parece?– , la reacción instintiva ha sido sacar los dientes y poner el grito en el cielo, evidenciando, a mi entender, que el actual juego democrático no está diseñado para que sucedan estas cosas, sino para la alternancia y la supervivencia de los dos grandes clanes. Obsérvese que, por lo bajini, ya nos han puesto en el tapete la posibilidad de que, si las cosas se ponen magras, los dos clanes antagonistas por tradición acaben formando alianza, como ya ha sucedido en otros países. Porque, no nos engañemos, amigos míos; cada vez que aparecen en los medios hablando de una posible coalición, sea a favor o en contra, no es más que los preparativos de algo que ya se masca, para que no nos coja por sorpresa. Y si siguen entrando en juego formaciones minoritarias que, en conjunto, puedan ponerse farrucas y decantar la balanza de los números, la coalición está cantada. Tiempo al tiempo.
El papelón que se les presenta a los tradicionales feudos políticos tiene miga. Llevados por su propia inercia, ya anacrónica, la irrupción de un factor gestado en el más rabioso presente a pie de calle hace que su ecuación salte por los aires; no saben por dónde cogerlo y reaccionan del único modo que le queda a cualquier clan mafioso que se precie: "Joe, saca la artillería." Obligados a tragarse lo que no hay forma de maquillar, pues los resultados de su propio juego –o sea, los votos– cantan, se muestran incapaces de entonar un mea culpa mínimamente analítico y critico, más allá de alegar con la boca pequeña "problemas de comunicación con el ciudadano" o declarar a regañadientes la necesidad de plantearse cambios en los senos de sus partidos –a buenas horas, mangas verdes–, empeñados en ningunear lo que es evidente para cada vez más gente, de dentro y de fuera del país, y que los de Podemos han sabido, esta vez, plasmar en un discurso todo lo populista que quieran pero que no hace otra cosa que amplificar lo que una proporción cada vez mayor de la plebe vocea a pleno pulmón: esto es una estafa, esto es una casa de putas, esto no puede seguir así. Y el "esto" no es únicamente la "crisis económica" o el vergonzante, intolerable, insostenible y esperpéntico espectáculo de corrupción asociado a ella; el "esto" se ha hecho más profundo y apunta a las mismísimas reglas del juego, que no es moco de pavo. Forzados a gesticular de cara a la galería, atrapados en sus propias corruptelas y trampas, y espoleados por la lógica del instinto básico de supervivencia, cualquier planteamiento de cambio que pueda poner en riesgo el chiringuito y sus jugosos privilegios tal y como los conocemos parece quedar fuera de su visión, lo cual los sitúa en una situación harto peluda. A falta de un plan que se corresponda con la rugiente y sangrante realidad, pueden verse abocados hacia una huida hacia adelante, a un sálvese quien pueda, a un toma el dinero y corre... (Les dejo más abajo unos enlaces a declaraciones de algunos reputados e influyentes periodistas con los que complementar estos humores míos.)
En cuanto a los recién llegados, hábiles en el uso de los medios actuales, impulsados por la televisión, y de nombre que combina con oportunismo consigna futbolera con eslogan electoral norteamericano de moda –yes, we can– como ya combinó el fenómeno 15M, no puedo menos que, de salida, regocijarme con su hazaña por lo que de revulsivo y de agitación del panorama supone. Como en cualquier otro caso, su pelaje y sus propuestas –júzguenlas ustedes mismos– podrán gustarle a uno más, menos o nada. Particularmente, coincido en alguna –especialmente en todo aquello orientado a revelar y erradicar las mil caras de la corrupción– y discrepo en muchas otras, pero, en mi opinión, merecen como mínimo ser expuestas y debatidas punto por punto, con luz y taquígrafos, pues, además de ser representativas de la inquietudes de una parte cada vez más significativa de la población, ponen sobre la mesa cuestiones fundamentales que ya hace mucho deberían haber sido sometidas al frío escalpelo del análisis y el debate racional.
Ahora, para Pablo Iglesias, su jefe de campaña, Íñigo "Pitagorín" Errejón, y el conjunto de sus filas empieza lo más complicado. Ya están en el tablero y tienen, por oportuna, una buena mano que habrán de jugar lo mejor que sepan, pero ya pueden apretarse los machos, porque la partida va a ser feroz y despiadada, y el menor desliz puede hacer que sus cabezas desaparezcan de la foto de forma tan fulminante como aparecieron. Las palabras han sido dichas. A ver qué dicen ahora los hechos...
Los enlaces prometidos: