Llevo más de treinta años dedicado a comunicarme y a expresarme con todas las herramientas que se me han puesto a tiro, desde la voz al lápiz, pasando por todo utensilio, analógico o digital, que se haya cruzado en mi camino; con texto, con sonido, con imagen, con mímica si ha hecho falta... Con esta inquietud que da sentido a mi vida, no es de extrañar que entre mi palmarés de valores ocupe un lugar prominente, junto a la "libertad de pensamiento", la "libertad de expresión", y si bien cada vez que se viola una libertad se me hinchan las venas del cuello, cuando se trata de esas en particular se me hinchan también los cojones.
Verán, para llevarnos mínimamente bien, con las libertades de uno pasa una cosa: que hay que tener en cuenta a las del otro. Dicho de otro modo: ¿con qué cara exijo yo al otro una libertad si le impido al otro que ejerza la suya? Y, si se acepta esto, no nos queda otra que tragar carros y carretas del otro, como el otro deberá tragarse los nuestros. Porque ni yo ni mis ideas gustan a todo el mundo, como ni todo el mundo ni sus ideas me gustan a mí. Tal actitud permite, por ejemplo, que yo me cruce cada mañana con la vecina del cuarto, hembra del Opus –y sin embargo imponente–, y nos demos los buenos días amablemente. Cabe la posibilidad de que mi vecina, en su fuero interno, quisiera aplicarle los beneficios del flagelo o de la hoguera a un iconoclasta como yo; prefiero no pensarlo, como ella debe de preferir no pensar en los beneficios que se me pudieran ocurrir a mí aplicarle. Por supuesto, puede darse el caso de que mi vecina escriba un libro, dé una conferencia u organice una concentración en torno a las bondades del cilicio, como puede darse el que yo haga lo propio eligiendo como tema la mojigatería en el seno de las sectas religiosas, por un decir. Sin embargo, nuestros mutuos pensamientos ni su articulación en palabras u otro modo de comunicación impedirá que sigamos saludándonos al cruzarnos por la escalera. Porque, mi vecina, otra cosa no tendrá, pero aprecia tanto su libertad de expresión como yo mismo, por lo que no le queda otro remedio que aceptar la mía, por mucho que le disguste mi herejía como a mí sus útiles de dolor. Mientras la cosa transcurra en el plano de las ideas y la expresión civilizada de las mismas, no hay problema. Otra cosa sería que ella viniera con la caja de cerillas para prenderme fuego o yo me desnudara mientras subo con ella en el ascensor...
Será por todo eso por lo que no entiendo cómo a la primera de cambio aparecen hordas pidiendo cerrar librerías, cancelar publicaciones, programas de radio o televisión, prohibir tal o cual manifestación por el hecho de que en ellos se expresan ideas que nos disgustan. Como si los pedos del otro olieran a mierda y los nuestros a agua de lavanda, vamos.
Los argumentos que se esgrimen me dejan perplejo, de verdad. Se dice que el ideario X fomenta tal o cual comportamiento... Por esa regla de tres, la publicación continuada de las obras de las mentes más preclaras y brillantes a lo largo de la historia de la humanidad debería haber fomentado cierta lucidez o cierto grado de comportamiento racional, y, sin embargo, obsérvese en el estado de gilipollez generalizada en el que nos hallamos inmersos. Si es por fomentar comportamientos indeseables, ¿qué deberíamos hacer con los medios de comunicación y el sistema educativo, donde se fomentan los prejuicios, la imbecilidad, la uniformidad mental y la estulticia casi en cada párrafo expresado? Si el baremo para evaluar la validez de las ideas expresadas es la sinrazón o la estupidez de las mismas, ¿a cuántos habría que enmudecer de forma inapelable?
¿La ofensa? Si me dieran un céntimo cada vez que oigo una ofensa a mis principios o a la mismísima inteligencia sería rico. ¡Qué digo rico! ¡Archimillonario! Y a mi fortuna contribuirían a partes iguales personajes de toda cuerda, desde santones a alternativos, sean más lerdos o más académicos. A ver por qué va a ser más ofensivo Marylin Manson que Els Pets, por ejemplo...
Cada vez que oigo decir a esos que desayunan tazones de "tolerancia" que tal o cual discurso no se puede tolerar me pongo a tirar cohetes, por no tirar otra cosa. Porque podría esperármelo del reaccionario, pero por boca del supuesto "progresista" resulta especialmente sangrante. Todo el que se declara "anti-tal" o "anti-cual", ¿no está fomentando alguna forma de intolerancia y/o fobia hacia el objeto de su antagonismo? ¿Dónde está la diferencia? No me vengan con aquello de que "ellos son los malos y nosotros los buenos" porque se me afloja el esfinter.
Si una idea no te gusta, no la atiendas, no la sigas, no la alimentes, no le des juego, o, mejor aún, desmantélala con otra idea, con razones, con argumentos, para lo cual es necesario poder expresarlos.
En fin, que mucho alardear de "libertad de expresión", pero, a la hora de la verdad, no hay ni empaque ni agallas para bregar con ella.