Son de dominio público la afición y el interés que despiertan en mí los juegos de todo tipo, y confieso que, en muchos casos, para tomar cierta perspectiva, contemplo la realidad socio-política como el que contempla un juego de estrategia clásico, uno de esos que reproducen en una mesa enorme un mapa no menos enorme moteado por decenas o centenas de fichas o miniaturas que representan tropas de bandos en eterna pugna. Con esa imagen en mente, me gustaría compartir con ustedes algunas observaciones sobre las más recientes evoluciones de las diversas facciones desplegadas sobre el mapa, correteando arriba y abajo, cada una enfrascada en sus maniobras particulares.
Debemos tener bien presente, antes de nada, algunos detalles que nos configuran el clima en el que se desarrolla el juego global: que el tablero se encuentra barrido y azotado por los torbellinos desatados por la crisis que conlleva un cambio de era en toda regla –lo que incluye la crisis económica, claro–; que el tablero está cubierto de una capa, cada vez más extensa y espesa, de las supuraciones desbordadas nada más levantar una esquina de la manta de la corrupción; y que, por si no habían caído en la cuenta, estamos en guerra...
Teniendo ese parte meteorológico como telón de fondo, quisiera enfocar en la zona del mapa en la que se encuentra este pedazo de tierra conocido como Península Ibérica y prestar atención a algunos de los ajetreados movimientos que se han venido haciendo visibles en los últimos meses; en concreto, desde la celebración de las últimas elecciones al Parlamento Europeo, a finales de mayo del presente, cuyos resultados desataron un revuelo que todos conocemos y que yo ya comenté por encima en una entrada anterior. Digo que los movimientos se hacen visibles, porque no se trata de movimientos que aparezcan por generación espontánea, sino que son consecuencia de largos y constantes procesos de cambio, procesos que, de tanto en tanto, cuajan, se materializan en hechos perceptibles y con capacidad de influir en nuestra realidad.
Como digo y dije, cuando los resultados de las elecciones europeas pusieron en el tablero a la nueva ficha de la formación Podemos, pareció desatarse una actividad frenética en los distintos estratos de la pirámide social, revuelo que, a bote pronto, uno podría caer en la tentación de achacarle a Podemos ser causante. Sin embargo, en mi opinión, la epifanía de Podemos sirvió únicamente de pistoletazo de salida, de puyazo a las viejas fichas, que, en vista del panorama y del clima, ya venían rumiando, con la calma y a regañadientes, que algo tenían que hacer, que, de una forma u otra y más tarde o más pronto, habría que "moverse"... Y con la bofetada en las europeas, empezaron las prisas.
Recordemos, antes de seguir, que Podemos, ante y todo y sobre todo, constituye la materialización de lo que se manifestó de modo catártico en lo que conocemos como 15M, punto de inflexión en el que la plebe del siglo XXI, de la Era de la Información y el Conocimiento, se descubre así misma con voz y con los mínimos de conocimiento necesarios como para poder plantearse tomar cartas en asunto tan serio y complejo como es el de gobernar. Sin entrar en programas ni ideologías, materializa, de salida, una "nueva ficha" en el tablero, hija adolescente de su tiempo, que se planta ante sus "padres" y se pone farruca.
Decíamos que, con los resultados de las elecciones europeas, a las "viejas fichas" parecía haberles entrado las prisas. Sin embargo, la Iglesia, una de las fichas más veteranas, haciendo gala una vez más de su proverbial capacidad para arrimarse al árbol que le proporcione la sombra que mejor la cobije, ya había hecho su movimiento con antelación:
El 11 de febrero de 2011, Benedicto XVI –Ratzinger, el muy cuco– hace pública su renuncia, se quita de en medio, y apenas un mes después, el 13 de marzo de 2011, habemus Papa. Entra en escena el Papa Francisco, el campechano, el cercano al pueblo, y con un discurso que ustedes mismos podrán evaluar un poco más abajo, –resulta significativo ver los acontecimientos mínimamente alienados en el tiempo–.
El 26 de mayo, con los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo ya encima de la mesa, Rubalcaba dimite y anuncia el congreso para su sucesión. La "nueva ficha" entra en juego, desatando la semana de revuelos y de reacciones que traté de reflejar en esta palestra el día 1 de junio. ¡Cómo iba yo a imaginar que, al día siguiente, Juan Carlos I, anunciando su abdicación, iba a inaugurar un mes de lavados de cara y relevos generacionales vertiginosos!
Se suceden dos semanas de auténtico guirigay:
Se legisla y se prepara a toda prisa el tinglado para la coronación del nuevo rey, Felipe VI, mientras una porción de la plebe –que antes no decidía nada y ahora quiere decidir en todo– se echa a la calle cuestionando tan acelerado sistema de sucesión y reclamando república. A pesar de su entusiasmo, pierden el tiempo, haciendo gala de no tener claro o haber olvidado en qué país viven. Hay que recordar que aquel proceso al que llamamos "transición" lo fue de una dictadura militar hacia un sistema "democrático", en mayor o menor grado. Aquel movimiento "transitorio", tenía como objeto preservar a los clanes militares y a los feudos que habían sido afines al Generalísimo, al tiempo que abría la puerta a que los otros clanes y los otros feudos (los del bando perdedor en la Guerra Civil Española) entraran en juego. Bajo la figura del monarca, ambos bandos llegan a un acuerdo y se instaura un sistema "democrático" de alternancia, en el que las opciones de la plebe, al votar, se reducen, en última instancia, a elegir a un bando u otro –los partidos minoritarios siempre han jugado un papel de comparsa que resulta ser la mar de rentable–. Así, no tiene nada de extraño que prácticamente la totalidad del Congreso acepte sin chistar –y apelando a los "valores de la transición"– la coronación del nuevo rey, quien, el 19 de junio, acudirá a la ceremonia, como era necesario, con atuendo militar de gala; es decir, como jefe de todos los ejércitos.
En todo este trajín, queda en evidencia, una vez más, que los grandes partidos políticos, representantes de clanes y feudos de uno y otro bando, se encuentran instalados en una posición conservadora que, de pronto, se torna incómoda y les obliga a maniobrar con una urgencia casi desesperada, siendo especialmente sangrante la papeleta con la que se encuentran las fichas de la "vieja izquierda". Ambos bandos, pues, en su posición conservadora, van derrapando por el tablero, aferrándose al volante aun viendo que están a punto de volcar, haciendo peligrosas filigranas para cambiar algo sin que, en realidad, cambie nada de aquel pacto de transición. Así pues, se rescata la vieja expresión de "regeneración democrática" y, allí donde se puede, se ponen caras, discursos y gestos supuestamente "nuevos" –y de una insultante y burda torpeza y mediocridad política– que se asemejen, al menos ante las cámaras, a los de la "nueva ficha" de Podemos, a los que todo el revuelo, regado por un incesante goteo de casos de corrupción, no hace otra cosa que reforzarlos y subir como la espuma.
En el ínterin, el día 13 de junio, se emite una interesante entrevista al Papa Campechano que no debe pasarse por alto...
... Y, antes de acabar el mes de junio, entra en el tablero ya otra nueva ficha, Guanyem, formación que, siguiendo el ejemplo de Podemos y aprovechando la popularidad obtenida por la plataforma de la PAH, dice tener como objetivo que la plebe tome cartas en el gobierno de sus municipios.
Como caso anecdótico, pero no menos significativo, en los grandes medios ya podemos ver cosas como esta...
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Entre el bombardeo de información de todos los grandes medios, podíamos ver todas estas evoluciones que he mencionado y otras muchas, donde se ven involucrados y afectados, de una forma u otra, la práctica totalidad de los estamentos de la pirámide social, de arriba abajo o de abajo arriba. Sin embargo, en toda esa ebullición, en todo ese ir y venir, en todo ese jaleo, no veía yo a nadie que se preguntara qué papel adoptará el ejército en el caso de que los cambios que se produzcan sean de tal envergadura que no quede otro remedio que poner sobre la mesa los viejos pactos. Dicho de otro modo, me preguntaba yo: ¿es que al ejército no le afectan todos estos procesos y se los está mirando desde la barrera? No podemos obviar que hasta en la democracia más demócrata del mundo mundial, el Estado se ejecuta por la fuerza. La fuerza no se puede eliminar, y su "problema" radica en dónde y cómo se aplica. Así que me puse a buscar algún indicio al respecto; y me encontré con el teniente Luis Gonzalo Segura.
Resulta que el 11 de mayo de 2014, el teniente Segura presentaba su libro "Un paso al frente", novela en la que, al amparo de la ficción, se denuncia –¡oh, sorpresa!– la corrupción –¡ahí la tenemos!– en el seno de las Fuerzas Armadas, así como su actitud conservadora y anacrónica frente a los procesos de cambio en los que se halla inmerso el mundo; lo mismo que le está sucediendo al resto del "sistema", vamos. Y las Fuerzas Armadas, le metieron un puro.
Les dejo aquí una entrevista, y les recomiendo que introduzcan en Google "luis gonzalo segura" para enterarse del caso –que incluye sanciones, huelga de hambre, alguna que otra concentración pública–, porque, curiosamente, en comparación con la cobertura mediática que están teniendo todos los casos de corrupción, todo los movimientos de las viejas y de las nuevas fichas, en este caso la proporción es llamativamente escasa.
Los propios partidos políticos, en su campaña de "regeneración democrática", tampoco mientan el tema, salvo un par de excepciones que yo he podido encontrar: el partido UPyD y la presencia en la concentración de apoyo al teniente que hubo en Madrid a finales de septiembre de Íñigo "Pitagorín" Errejón, director de campaña para las elecciones europeas de... Podemos.
La partida no ha hecho más que empezar y su desarrollo promete ser interesante con unas municipales y unas generales en el horizonte...
P.D.: He dejado de mencionar, a conciencia, una nueva ficha que, a mi entender, dispone de un enorme potencial, pero que, a día de hoy, erran de medio a medio en su planteamiento si quieren tener una incidencia real en el tablero de juego político. Y lo digo desde la más constructiva de las críticas. Me refiero al Partido Pirata, del que hablaré en otra ocasión.
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