Recordarán los habituales a estas páginas que me encontraba yo tomando distancia para adquirir perspectivas más amplias sobre el denominado "movimiento 15M" y su devenir desde que brotara en mayo del año que acabamos de finalizar. Me atrevo a decir, antes de nada, que ese mes bien podrá ser recordado como "mayo del 11" por motivos semejantes a los que nos llevan a seguir rememorando otro mayo famoso: el del 68. La relación se me antoja evidente, después de todo, teniendo en cuenta que, en mi opinión, este mayo más reciente y sus causas no son más que la evolución de aquel otro mayo más lejano y la "crisis" de aquel entonces, que, como muchos sospechamos, no era más que un estadio previo a la que se padece ahora. No creerán que esto que padecemos ahora es cosa novedosa de nuestro tiempo, ¿verdad? En cualquier caso, no es de crisis, en concreto, de lo que quiero hablarles esta vez...
Para ubicarnos, podríamos decir que durante el pasado mes de diciembre el "movimiento 15M", después de más de siete meses de eufuria, empieza a vislumbrar que se ha actuado por acto reflejo y que la progresiva reproducción de viejos automatismos –en los modelos de organización, en la propaganda, en los propios supuestos teóricos– amenaza con apagar las ascuas mantenidas a base de consignas y movilizaciones de mayor o menor calado y envergadura. Se trabaja desesperadamente en construir una descomunal infraestructura de comunicación basada en Internet, pero la cruda realidad a pie de calle, del día a día en los barrios, pone en evidencia lo que ya resonaba a lo lejos pero no se quería escuchar: que sin debate, sin reflexión, sin análisis, sin autocrítica, sin aprendizaje, no hay cambio efectivo que valga; que siente la urgencia de hacer algo pero no se sabe el qué; que no llega al grueso de la población porque habla encerrado en sí mismo; que, para decepción de muchos, esto no proporcionará las supuestas "victorias" inmediatas de una revolución, sino que, como siempre ha sido, los auténticos cambios se dan por el largo y lento camino de la evolución. *(Al final les añado enlaces ilustrativos)
Por si no estuvieran familiarizados, la idea de evolución, aquella que entró como elefante en cacharrería de la mano de Darwin y su libro El origen de las especies, viene a decir, básicamente, que los seres vivos no son más –ni menos– que el resultado de una permanente mutación, de un cambio constante, desde formas de vida más sencillas a otras más complejas, siempre obligadas a adaptarse a las circunstancias con el objeto de cumplir con el imperativo de toda cosa viva, que no es otro que el de seguir con vida. Tal "mecánica" evolutiva implica una estrecha relación entre los propios organismos vivos y sus comportamientos en los entornos, en las circunstancias que les toque vivir. Y no tardamos en darnos cuenta de que aquella idea sobre la evolución de los organismos vivos era aplicable a los colectivos de organismos vivos, es decir a los sistemas sociales. Las sociedades también evolucionan, también se ven obligadas a adaptarse a las circunstancias para no desaparecer. Y al igual que sucede con los organismos vivos, hay sistemas sociales que consiguen adaptarse y sobrevivir y otros, sencillamente, se extinguen.
Teniendo esto en mente, pasándome cualquier ortodoxia por el Arco del Triunfo, permítanme que cambie de paisaje y fabule un poco...
Hubo un tiempo, hace muchos miles de años, en el que la línea de primates –monos– de la que provenimos tenían cola. A aquellos antepasados nuestros, además de cuatro manos, la cola les venía muy bien para ir saltando y sujetándose de rama en rama en el profuso entorno arbóreo en el que vivían. Y así, iban felices por el bosque. Por desgracia, un buen día, se desató la crisis: una lluvia de meteoritos dejó la superficie del planeta hecha un guiñapo, arrasando todo tipo de entornos vitales, cosa que provocó la extinción de especies enteras. Los bosques también recibieron de lo lindo, claro, lo que llevó a nuestros graciosos y asustados ancestros a enfrentarse a una nueva y peliaguda situación: tener que apañárselas a ras de suelo, donde, entre otros muchos inconvenientes, toda una serie de depredadores con unos colmillos del 15 no parecían tener inconveniente alguno en incluirlos en sus dietas. De la noche a la mañana, en aquella situación de crisis, tener que ir con la cola colgando, con aquella extremidad que tan útil había sido durante tanto tiempo, resultaba una desventaja, un problema, una amenaza más a la ya de por sí complicada supervivencia. Algo habría que hacer...
En semejante tesitura, es probable que hubieran ejemplares que, llevados por la urgencia y la desesperada situación, optaran por soluciones súbitas, inmediatas, dolorosas y, en muchos casos, inevitablemente violentas: desde lanzarse contra el depredador de dientes largos, chillando como poseídos, hasta... cortarse la cola. Tal vez ese abanico de comportamientos diera algunos resultados ocasionales, pero, desde luego, no resolvía el problema: los depredadores seguían allí con el mismo apetito, los árboles seguían escaseando y, lo más descorazonador, la siguiente generación de monitos seguía teniendo cola...
Se imponía pues aguzar el ingenio, cambiar de estrategias, de comportamientos, de costumbres, cambiar, en resumidas cuentas, la propia forma de ser... De hecho, la cola no desapareció hasta que las mismísimas células de la cola cambiaron su "forma de ser", "se dieron cuenta", "aprendieron", "supieron" que debían dejar de ser el tipo de célula que eran y convertirse, mutar, en otro tipo de célula que diera lugar a otra estructura fisiológica que resolviera el problema... ¡el cóccix! Es decir, tuvieron que darse cambios profundos y complejos, hasta niveles insospechados, hasta el punto de acabar siendo otro tipo de mono distinto.
Y con todo este palique, lo que vengo a decir es que si lo que se pretende es cambio sustancial, real y efectivo, éste se produce por mutación interna, por evolución, no por revolución. Ciertamente, el procedimiento revolucionario produce un efecto inmediato y súbito, como el cortarse la cola, y algo de poso queda, aunque sólo sea por el sacrificio exigido y las cicatrices adquiridas; pero, al final, es por mutación de las partes constituyentes cuando se produce el auténtico cambio.
Cuando en las plazas se leían algunos carteles de "R-evolución", sonreía yo, a la espera de que esa R cayera definitivamente, de que el viejo y entrañable revolucionario deje paso, por fin, a su siguiente eslabón evolutivo. Porque las revoluciones pueden sofocarse, fracasar o acabar convirtiéndose en lo mismo que las provocó, pero no hay nada en el universo que pueda detener a la evolución.
Así que, hoy y aquí, aprovecho estas líneas para sacudirme definitivamente las últimas células muertas que fueron cola, para desprenderme de la R, para declararme sin ambages "evolucionario". ¡Viva la evolución!
*Enlaces ilustrativos:
http://youtu.be/dcBDVDDMSaw
ResponderEliminarGracias, "Anónimo", por la canción de Tina Gil, magnífica, como siempre.
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