miércoles, 9 de noviembre de 2011

Metáfora sin masticar

   A medida que se disipan los vapores de la embriaguez de la catarsis colectiva experimentada durante los últimos meses, siento la urgente necesidad  de tomar cierta distancia del fenómeno para poder contemplarlo desde perspectivas diferentes y más amplias que las que se pueden apreciar desde dentro. Debe comprenderse que, ya de por sí, la tarea no es fácil y, menos aún, si uno vive padeciendo algún tipo de precariedad en la necesidades básicas –alimento, salud, cobijo–: animales somos y el imperativo vital nos empuja a dedicar nuestros posibles en atender primero aquellos flancos que nos permitan cumplir con lo prioritario: seguir con vida. Con todo, me dispongo a realizar tal ejercicio como buenamente pueda, aún a riesgo de que aquellas prioridades animales me nublen el entendimiento y de no ser capaz de hilvanar, de buen principio, algo más que una serie de torpes metáforas.

   A poco que me distancio, me asalta la misma sensación que si regresara de una rave fabulosa que se hubiera alargado durante más de medio año: mientras ha durado la música, hemos danzado en comunión; a través de las grietas de nuestros cerebros alterados por la química hemos vislumbrado jirones de una nueva consciencia, individual y colectiva al mismo tiempo, y se nos han revelado de reojo las infinitas conexiones de la compleja realidad; hemos rozado con la punta de los dedos la sinergia, la unidad... Apabullados por tal experiencia, abandonamos el recinto y formando pequeños grupos se intenta reproducir a pequeña escala, semana tras semana, la ceremonia extática, apurando y consumiendo hasta el último recuerdo de aquella fascinante experiencia... Sin embargo, cuando la fiesta por fin termina, los destellos de las tiránicas luces matinales nos imponen el descarnado paisaje de la realidad cotidiana. Miramos nuestros tobillos y las cadenas siguen ahí; nos miramos unos a otros, confundidos; nuestros cerebros agotados se esfuerzan en asimilar lo sucedido, mientras reciben la andanada de mazazos que, sin compasión ninguna, descargan los hechos crudos; buscamos a nuestro alrededor a aquellos con los que apenas unos días atrás nos fusionamos, elevándonos a cimas luminosas, y descubrimos aterrorizados las cabezas gachas y las miradas asustadas de aquellos que, como nosotros mismos, no son capaces de anhelar otra cosa que recuperar la apacible esclavitud que ahora les recortan. Algunos, cegados por la rabia, corren a lanzarse desesperados a una muerte cierta contra los sólidos muros ancestrales de la pirámide que nos encierra. Otros, se encaran con sus semejantes y los zarandean, escupiéndoles los delirios de su propia impotencia. Algunos se derrumban sobre su rodillas, agarrándose la cabeza con dedos crispados por la desesperación. Entre los que logran mantener cierta calma, algo se arremolina en sus cabezas, convirtiéndose en murmullos aún inconexos: "no sabemos qué, no sabemos quién, no sabemos cómo... no sabemos, no sabemos..." Se oyen gritos exasperados de "¡Todos sabemos quién es el enemigo!", lanzados hacia los cielos insensibles y mudos, voces de ira incapaces de imaginar que el mayor enemigo se lleva dentro. Desde lo lejos, alguno llega corriendo, siempre los menos, excitados, asegurando haber encontrado una posible salida tras un monolito de dimensiones titánicas en cuya superficie puede leerse una inscripción casi borrada por el paso del tiempo: "Ignorancia", dicen que pone... Pero nadie está en situación de hacerles el menor caso...

1 comentario:

  1. Tengo una sensación parecida, apreciado juglar.

    La emoción fue colectiva, recuerdo sentir un éxtasis comunitario, un buen rollo entre miles de desconocidos que sólo había sentido en eventos minoritarios sobre temas concretos donde la pasión se notaba por doquier. En aquel contexto tanto en el 15M mismo, como en semanas posteriores, primó la tolerancia, el respeto a la diferencia, algo maravilloso que llevaré en el recuerdo hasta el final de mis días, como algo valioso, fue auténtico, con el corazón a flor de piel, sin coraza que valga.

    Hoy en día es diferente. Va más gente a las manifestaciones, lo cual es bueno por lo que respecta a la concienciar de que hay que hacer “algo”. Sin embargo, por mi percepción, se está excluyendo de la indignación a una parte importante de la población, pues hay una presión notable y constante de partes que son incapaces de renunciar a adoctrinar al resto, me vienen a la cabeza los argumentos a machaca-martillo de “anticapitalistas” (algo perfectamente respetable), que van metiendo cuchara sin consensuar, partiendo el bacalao y no respetando al que opina diferente.

    Por poner un ejemplo reciente, ayer en una reunión para la auditoría de la deuda, a ojo, el 90% de las posturas eran explícitamente “anticapitalistas”, lo cual choca frontalmente con la realidad de la población, y a mi modo de ver implica un enfoque adoctrinador, e.g. “nosotros” estamos en posesión de la verdad, y el resto tienen que ser iluminados/adoctrinados. Tenga el capitalismo mejor o peor arreglo, como cualquier cosa que tenga problemas, si a la mínima la única solución es una enmienda a la totalidad sin concretar, apaga y vámonos.

    De todos modos, soy optimista al respecto. Mucha gente ha despertado, y mucha más despertará, a tortas, en los próximos 5-10 años, y quizá sirva para preparar un mundo mejor, desde la generosidad del respeto al otro, y el aprecio genuino a nuestros semejantes. Por lo que a mí respecta, pese a todo, de una u otra manera, no soltaré el clavo ardiendo del 15M, siquiera por cabezonería.

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