lunes, 1 de diciembre de 2014

Más allá


   Dicen los cosmonautas que, después de observar la Tierra desde el espacio, muchas viejas ideas que sobre el mundo tenemos se modifican para siempre; los países, las naciones, las fronteras se achican hasta esfumarse, avergonzadas de no ser más que torpes invenciones, abrumadas ante la realidad incontestable de un planeta que gira monótono con su inquieto cargamento de vida en torno al magnífico sol que, un día, con toda probabilidad, acabará convirtiéndolo en polvo estelar.
   Para los exploradores del espacio, cuando regresan a casa, nada vuelve a ser lo mismo; las disputas y los atropellos entre humanos se tornan en absurdas, incomprensibles rabietas de niños ignorantes y mal criados, que se aferran asustados a las paredes de sus respectivos úteros imaginarios; criaturas encogidas en las cuevas, apuntando con dedo tembloroso a los cielos donde moran los temibles dioses que ellas mismas inventaron; diminutos seres hacinados, desquiciados y desvalidos, lanzándose dentelladas, peleando, ciegos de confusión, por un minúsculo pedazo de tierra que ni siquiera les pertenece...
   Quisiera el cosmonauta, entonces, disponer de una flota de naves espaciales y sacar a sus congéneres de los confines del miedo, de los lastres primitivos, de la oscuridad de la caverna, para que vean, con él, lo que sus ojos han visto. Quisiera viajar con ellos por el vasto universo, sin límite conocido, que nos rodea; un cosmos de energía desbordante, de galaxias, de estrellas, de planetas, esperando al bullicio de la vida. Quisiera acompañarles en busca de respuestas, de nuevas preguntas; quisiera que la inmensidad del espacio les ayudara a comprender su pequeñez y su grandeza, y, con ello, la fatuidad de sus riñas. Quisiera, con su viaje, recordarles que sólo se avanza dando pasos hacia lo desconocido, pues, si no, es retroceder. Quisiera detenerse con ellos, un momento, en la quietud del espacio, asomarse a las escotillas y contemplar, con los corazones bailando al compás de los armónicos del universo, la verdadera inmensidad de su hogar.

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