Los empeñados en dilatar el tiempo entenderán que intente yo matar a más de un pájaro de un tiro y que, antes de ponernos a levantar paredes maestras, desgrane en esta entrada algunas observaciones que nos sirva tanto para inspeccionar, cual jubilado tras la valla de la obra, los cimientos de mi particular biblioteca como para verter ingredientes en la otra recién estrenada olla destinada a bullir guiso tan delicado como es la educación. Veamos algunas elucubraciones al respecto:
Uno llega al mundo en pelotas, berreando de miedo y con la serie de aptitudes y torpezas en potencia que la lotería de su genética haya querido concederle (el genotipo es una tómbola-tom-tom-tómbola), para bien o para mal. Así que, de salida, somos como una esponja que absorbe lo que le echen; y según lo que le echen, de su azaroso genotipo habrá aptitudes y/o torpezas que se expresarán más o menos –o nada en absoluto–, que pasarán de ser en potencia a ser en acto, en función de los estímulos o inputs, que los llaman ahora, a los que la criatura sea sometido durante los tiernos y moldeables primeros años de vida.
Con lo que le dan y recibe de su entorno, el individuo hace lo que puede para ordenar y sostener el caos que la realidad representa de buenas a primeras, se va construyendo una primera maqueta del mundo y de su funcionamiento, al tiempo que va improvisando un no menos primerizo manual de cómo funcionan las relaciones humanas, cosa fundamental y harto peluda, pues incluyen la gestión del complejo y desconcertante mundo de las emociones y los impulsos animales, que también irá descubriendo y experimentando en función de la circunstancia en la que le haya tocado empezar a vivir.
No está de más subrayar, por innecesario que sea ya, el papel que desempeñan los entornos familiares, escolares y sociales –entramados más de instrucción y adoctrinamiento que de educación–, en ese trajín emotivo-cognitivo, vamos a llamarlo, con el que uno fundamenta y adopta unas pautas y unas reglas de juego primordiales, escalas de valores, una ética temprana, inocentes parámetros sobre lo que cree –o le hacen creer– que está bien y lo que está mal, de lo que es deseable y de lo que no lo es. Reglas, escalas, pautas, parámetros, creencias, hábitos, costumbres que se adquieren por impresión, que calan hondo en el cerebro tierno, tornándose casi indelebles como tinta de tatuaje, influyendo y conformando el menaje esencial de recursos, mejores o peores, con los que uno tendrá que apañarse, como buenamente pueda, durante su existencia.
Con esto dicho, háganse ustedes mismos una idea del batiburrillo que debería tener yo, entre el entorno que me tocó y las lecturas repletas de mundos imaginarios, viajes fabulosos, héroes, heroínas, superhéroes y superheroinas de actitudes heroicas hasta lo beatífico, de valores paladinescos de la justicia y altruistas hasta el absurdo, ¡la eterna batalla entre el Bien y el Mal!... Y todo esto estimulado por una curiosidad y un querer saber que rayaba lo impropio para un niño de unos once años, edad en torno a la que yo establezco, al examinar los fósiles de mis recuerdos, un salto cualitativo, propiciado por la influencia de los singulares personajes al cargo de mi educación escolar: mi padre, maestro de escuela, por un lado; mi tío, el cura, licenciado en Ciencias Exactas y en Teología –como lo oyen...–; y la llegada de un profesor a mi colegio, primero de un grupo de docentes que habrían de marcarme de forma notable durante mi vida escolar a partir de aquel entonces. Hoy, en vista del panorama docente que padecen nuestras criaturas, no puedo menos que sentirme afortunado por haberme topado con todos y cada uno de ellos, y es de justicia que yo les dedique sus correspondientes líneas a cada uno. Pero empecemos por el primero en llegar:
No había cumplido yo los doce años cuando, al empezar un nuevo curso, entró por la puerta el señor Manuel Gallego i Gomá, al que, a día de hoy, hago máximo responsable, entre otras cosas, de mi amor por el lenguaje oral, el escrito y la Literatura. Así pues, y a modo de homenaje, con él empezaremos la próxima entrega de estas series...
*Espero sepan disculpar mis retrasos en publicar aquí. Son los embates de la vida laboral los que me retrasan, muy a mi pesar...
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