De buena mañana, mientras apuro el café, leo una entrevista encabezada con la frase "El 15M es emocional, le falta pensamiento" y observo, una vez más, cómo el personal se inflama en cuanto le mientan las "emociones", como si por nombrarlas, examinarlas o ponerlas en cuestión, se las fueran a quitar. Y me he acordado de Galileo.
Cuenta la leyenda que Galileo, tocapelotas mayor del reino allá en su tiempo, masculló la expresión con la que titulo esta entrada después de salvarse por los pelos de que la Inquisición le aplicara una de las fatales y calurosas sesiones de peluquería que se estilaban en aquellos tiempos. Es más que probable que Galileo no dijera tal cosa en tan comprometida situación; a lo mejor más tarde, una vez libre, en petit comité, para quitarse el mal sabor de boca por haber tenido que abjurar ante aquella pandilla de cenutrios fanáticos.
Sea como fuere, y en pocas palabras, el delito de Galileo, como el de muchos que corrieron –y corren– suertes similares o peores, no fue otro que el de anteponer el fruto de la razón a las creencias, a la fe imperante. Pero volvamos con las emociones...
Cabe que la embriagada y embriagadora generación del Romanticismo haya contribuido a esa visión idílica que parece atribuir a las emociones toda suerte de extraordinarios poderes, pero mucho me temo que la autoridad que les conferimos viene de más lejos y constituye uno de los talones de Aquiles –que tenía dos– de la plebe: sumidos desde siempre en una ignorancia sedante, estamos a merced de las embestidas de las vísceras, de las sensaciones, de las emociones, zarandeos que, para hacerlos llevaderos y por falta de conocimiento, convertimos en creencias, a partir de las cuales actuamos; o sea, actos de fe. Y con esas, a base de azuzarnos las emociones, nos tienen adorando a tal o a cual, bailando a un son o a otro, siguiendo a Fulano o a Mengano, o comprando esto o aquello.
Aunque se puede entender que, siendo lo único a lo que aferrarnos durante tanto tiempo, se enseñen los dientes cuando te las tocan, por mucha pieza dental que se exhiba, por sonoros que sean los rugidos, eso no cambia las cosas un ápice: un acto estúpido o indeseable no deja de serlo por muy intensa que haya sido la emoción que lo haya provocado. Llevados por las "pasiones" –las emociones padecidas–, acostumbrados a que otros lo hagan por nosotros, actuamos sin pensar. Y pasa lo que pasa. Notamos pupa –sensación–, nos emocionamos, convertimos en creencia o ideología la emoción y tiramos "palante", locos por entrar en acción, salga el sol por Antequera.
No quiero decir con eso que no puedan surgir de ciertas emociones actos loables o hermosos por pura acción directa –aquí te pillo, aquí te mato–; alguno habrá que atine. Ni tampoco pretendo negar el obvio potencial inspirador de las emociones. Pero téngase en cuenta que incluso el poeta, el músico o el pintor suelen verse obligados a pensar y repensar su emoción inicial, a digerirla, a reflexionarla, para luego, sometiéndola a ciertas técnicas y/o métodos, regurgitarla en forma de obra, de acto consumado. Semejante proceso digestivo puede resultar muchas veces largo y tedioso; se puede tirar uno años para escribir un soneto, componer una polka o pintar un bodegón, por muy emocionado que esté.
Es decir, yo puedo contemplar la hermosura de una flor al fondo de un acantilado y que una emoción sin límite me inunde hasta extasiarme, pero si quiero alcanzar la embelesadora flor, dudo mucho que con la sola emoción baste. Puedo optar por dos vías: o dejarme caer acantilado abajo, convencido de que la emoción suprema me sostendrá en sus brazos hasta posarme suavemente junto al colorido objeto de mi deseo, o la mucho menos romántica tarea de devanarme la sesera en busca de un procedimiento o de un sendero que me permita llegar al fondo del acantilado sin necesidad de hacerme papilla.
Bien sé que están los ánimos sensibles, las emociones a flor de piel... Así que si alguien se ha sentido irritado o molesto por mi palabrería, ahora mismo me desdigo; no faltaba más.
(Pero, así, entre nosotros, ahora que nadie nos oye, yo me remito a los hechos y digo lo que dicen que dijo aquél: "Eppur si muove...")
Las emociones permiten desarrollar lo mejor de nosotros mismos: la generosidad, el desinterés, el amor, para con personas, o respecto a elementos de otra índole. Por otro lado, las emociones también nos pueden llevar a tener que trajinar con egoísmo, odio y miedo, cegándonos con los fines.
ResponderEliminarEl descontrol de las emociones es algo que se ha usado como herramienta de control de masas durante toda la historia, habiendo innumerables casos donde pregonando inicialmente las mejores intenciones, se acaba en barbarie al tiempo que se mantiene la creeencia de que los actos de uno surgen de la bondad genuina inicial (e.g. grupos de personas que empiezan por la exaltación de amor auténtico a costumbres y rasgos étnicos, acabando por gasear a los que representan su concepto de impureza de turno, incluso sin remordimiento alguno, por la deshumanización del otro).
Puedes ponerte en el lugar del otro, imaginar qué siente y por qué lo siente, pero sin un mínimo de contraste y diálogo, los grandes espacios de desconocimiento se llenan de suposiciones y dudas, tejiendo barreras construidas con elementos eficaces para alienar a las personas: la ignorancia y el miedo.
"The good life is one inspired by love and guided by knowledge" (“What I believe”, Bertrand Russell)
“La buena vida es una inspirada por el amor y dirigida por el conocimiento”
La ignorancia y el miedo, sí señor. Ahí tenemos los dos talones. Y la cita de Russell, para qué le voy a contar...
ResponderEliminarMuchas gracias por su magnífica aportación.
Pasión y razón, que maravilla copulativa. Póngalas en disyunción y engendrarán monstruos.
ResponderEliminarEmoción y razón.
ResponderEliminar¿Dónde acaba una y empieza la otra?¿Cual de las dos acierta?
Dudo que el pensamiento humano aspire a más que un dogma con la disociación de ambas. Ya sea por razón o por emoción.
Eppur si muove.