Si ustedes vibran con la muerte de la soldado Vásquez en Aliens; si se les salta la lagrimilla cuando James, el niño protagonista de El Imperio del Sol, se cuadra y saluda al kamikaze a punto de despegar hacia una misión de la que no regresará; o cuando, en esa misma película, los soldados prisioneros en un barracón de campo de concentración hacen el pasillo, se cuadran y saludan a ese mismo niño, que acaba de realizar una acción que ninguno de ellos habría sido capaz. Si El Sargento de Hierro les parece un hijo de mala madre al tiempo que desearían contar con él entre sus mejores amistades; si han llegado a la última página de la novela Amos de Títeres con el pecho henchido; si se han imaginado vistiendo un exoesqueleto propulsado y formando parte de "Los Rufianes de Rasczak" mientras devoraban la novela Straship Troopers; si ustedes no necesitan que les justifiquen la existencia de la Academia de la Flota Estelar dentro del marco ficticio de Star Trek o si han jugado alguna vez a Space Hulk, Space Crusade, Warhammer 40.000, o alguno similar, suspirando porque les toque uno de los escuadrones de marines espaciales... entonces no hace falta que sigan leyendo, porque estoy seguro de que ayer algo se les removió en su interior cuando vieron el titular de prensa que rezaba: "Los Marines vamos a Wall Street... a proteger a los manifestantes". Y si no lo han leído aún, les ruego que lo hagan ahora, antes de proseguir.
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Dos Marines protestando en New York. En la pancarta puede leerse: "Segunda vez que lucho por mi país. Primera vez que conozco a mi enemigo". |
Coincidirán conmigo, espero, en que, en muchas ocasiones, el gesto puede ser tan elocuente como el mejor de los discursos. Si el gesto va acompañando a un buen discurso, ya ni les cuento. Y lo que quiero destacar en estas líneas es la importancia de un gesto: el de dar un paso al frente.
Aún consciente –muy consciente– de cómo puedan interpretar algunos estas palabras, no me voy a detener aquí, por obvio, a explicar que nada tienen que ver con ensalzar aspecto alguno del belicismo, ni muchísimo menos. Yo digo lo que decía Asimov: "La violencia es el último recurso del incompetente." A lo que quiero apuntar es a esos gestos que, sin saber muy bien por qué y provengan de donde provengan, nos conmueven y nos inyectan una mínima dosis de confianza y esperanza para seguir hacia delante. Hablo de valor, de sentido del deber. Hablo de que, dadas las circunstancias, tal vez lo que nos haga falta sea fontaneros marines, profesores marines, jubilados marines, médicos marines, panaderos marines, arquitectos marines, licenciados, catedráticos y decanos marines, electricistas marines, conductores y taquilleros marines, funcionarios marines, autónomos marines, ingenieros marines, científicos marines, paletas marines, agricultores marines... Personas marines, en definitiva, con el valor, la conciencia y el sentido del deber, para con su propia dignidad y para con su prójimo, suficientes como para dar un paso al frente; no para iniciar una guerra o pegarse con la policía, sino para plantarse y decir basta, hasta aquí hemos llegado, con todas sus consecuencias, sin temor a perder estatus, comodidades y privilegios ilusorios si ello ha de contribuir al bien común.
Entiéndame el que me quiera entender, porque cada vez que leo la frase del marine Reilly "Si quieren acceder a los manifestantes para golpearles tendrán que pasar primero a través del puto Cuerpo de Marines" se me hace un nudo en la garganta y quisiera echármelo a la cara para responderle un sonoro y rotundo "¡Señor, sí, señor!".